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Javier del Castillo

Apoyar y callar

«Recabar la opinión de los afiliados socialistas, a posteriori demuestra la falta de escrúpulos y la caradura del personaje»

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Apoyar y callar

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

Todo lo que está pasando es muy parecido a una farsa. Si no estuviéramos ante algo tan grave y trascendental, como son la necesaria igualdad de los españoles ante la ley y el respeto a la Constitución votada en Cataluña por más del 90% de los ciudadanos, estaríamos a punto de dar palmas con las orejas. Porque la consulta de Pedro Sánchez a los 172.600 militantes del PSOE y del PSC para que respalden sus acuerdos con los independentistas catalanes nada tiene que envidiar a la mejor comedia teatral de Jardiel Poncela o Miguel Mihura. Para quitarse el sombrero ante una de esas consultas innecesarias que tanto gustan a sus socios de Unidas Podemos, al objeto de presumir de sus orígenes asamblearios. 

Porque, se mire como se mire, pedir el apoyo a la militancia a toro pasado no deja de ser una broma, que define con bastante nitidez la personalidad egocéntrica del actual presidente en funciones. Es como arriesgarse a hacer un pronóstico sobre algo que ya ha pasado. Como jugar un partido de fútbol sin árbitro, conociendo de antemano el resultado. O como pretender que te toque la lotería sin llevar ningún número.

Recabar la opinión de los afiliados socialistas, a posteriori – después de la aclamación en el Comité Federal del pasado fin de semana-, sobre acuerdos ya cerrados con otras formaciones políticas para lograr la mayoría necesaria en la investidura de Sánchez, demuestra la falta de escrúpulos y la caradura del personaje. Este innovador y original compromiso con la libertad y la discrepancia interna de los socialistas sólo podía sacárselo de la manga un político tan «arriesgado» y de «tan profundas convicciones democráticas» como Sánchez. Un dirigente que no miente, sino que cambia de opinión. Un político, en definitiva, para el que no hay líneas rojas que valgan. 

Mientras los militantes socialistas reflexionaban sobre el todo vale con tal de seguir unos años más en la Moncloa, la proposición de ley de amnistía ya había sido negociada con la otra parte, y se apuraban las últimas correcciones, antes de ser admitida a trámite por la Mesa del Congreso de los Diputados.

¿Qué influencia puede tener la opinión de los afiliados en las negociaciones de investidura? Pues, ninguna. Si acaso, servirá para vestir mejor al muñeco y para hacer copartícipes a la mayoría de los militantes socialistas de la vergonzosa claudicación de su secretario general. Repartir y democratizar, de alguna manera, las responsabilidades de una investidura lamentable por la que los ciudadanos españoles pagaremos un precio muy elevado. El precio que exijan los que nada quieren saber de España.

El apoyo a posteriori de los militantes del Partido Socialista a los acuerdos de su líder, sin mencionar siquiera en la pregunta sometida a consulta la tramitación de la ley de amnistía que permitirá a Puigdemont burlarse de la justicia, es una broma que no tiene ninguna gracia. Un lavado de cara. Una forma de blanquear – cosa que sabe hacer como nadie este gobierno en funciones– la mala conciencia del susodicho

Primero se firman los acuerdos, aceptando las condiciones más leoninas que uno se pueda imaginar, y a posteriori se pregunta por una cuestión que ya ha sido respondida. Y el que proteste será acusado de traición y deslealtad a la organización, así como ninguneado por su líder carismático.

Tan obsesionada está ahora la izquierda con la recuperación de la memoria histórica (desde hace poco, memoria democrática), que ha acabado contagiándose de aquellos referéndums amañados que tanto le gustaban a Franco. 

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