El antisanchismo y la democracia
«Sánchez está degradando el Estado de derecho para su beneficio, pero hay reacciones a su ley y a su gestión que rozan el populismo y el autoritarismo»
El problema de Pedro Sánchez, por si hace falta recordarlo, no es que sea de izquierdas. La acusación de «gobierno socialcomunista» siempre ha sido ridícula. No hay absolutamente nada comunista, ni radical de izquierdas, en la gestión de Sánchez ni en la de sus ministros más a su izquierda. El verdadero problema de Sánchez es su desprecio por los contrapesos, su arbitrariedad, su incoherencia, su discurso polarizante, sus mentiras y manipulaciones, su concepción patrimonialista de la política. Es ingenuo (o malintencionado) pensar que todos esos defectos son patrimonio exclusivo de la izquierda. Sánchez ha ido más lejos que ninguno de sus predecesores, pero eso no significa que solo un líder de izquierdas es capaz de hacer esto.
Sánchez está degradando el Estado de derecho para su beneficio personal y el de sus socios (y es importante el uso de las palabras: la degradación de la democracia no es su fin, y se pueden dar pasos hacia el autoritarismo y seguir siendo una democracia). Pero hay reacciones a su ley, y a su gestión, que están rozando el populismo y el autoritarismo. El otro día, la Asociación Pro Guardia Civil publicó un comunicado en el que se decía lo siguiente: «El artículo 104 de la Constitución encomienda a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad la misión de proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades públicas y garantizar la seguridad ciudadana. En segundo lugar, la forma de hacerlo está condicionada por nuestro juramento ante la Bandera como militares que somos: estando dispuestos a derramar hasta la última gota de nuestra sangre en defensa de la soberanía e independencia de España y de su ordenamiento constitucional».
«Cuando uno habla de que derramará su sangre se asume que provocará más sangre en sus adversarios»
¡Hasta la última gota de nuestra sangre! Es una declaración delirante, fetichista de la violencia y completamente inapropiada e impertinente: si lo primero que piensas al ver el pacto Junts-PSOE es en la sangre que estás dispuesto a derramar (cuando uno habla de que derramará su sangre se asume que provocará más sangre en sus adversarios), quizá no eres realmente un defensor de la democracia.
Esta semana, el exministro de industria de la UCD Carlos Bustelo dijo en un foro público: «Si hubiéramos sabido que España acabaría en manos del Partido Socialista de Zapatero y de Sánchez, ¿habríamos hecho la Transición? Pues a lo mejor no, lo habríamos pensado un poco mejor, porque esto ha sido un desastre absoluto». Es el peor insulto que se le puede hacer a la Transición desde una posición supuestamente favorable a ella. Traduzco: «Si hubiéramos sabido que la Transición traería políticos democráticos nefastos, quizá habría preferido la dictadura». Es un pensamiento antidemocrático. En esta época de populismos y coqueteo con los autoritarismos es importante recordar que la peor de las democracias siempre será preferible a la mejor de las dictaduras.
Sánchez está degradando la democracia y el Estado de derecho. Es obvio que la Constitución no es el tema más sexy para movilizar a las masas. Los ciudadanos que van a Ferraz a protestar contra la amnistía no se enfrentan a la policía antidisturbios por «los contrapesos liberales» y el due process. Pero la crítica a la «democracia de parte» de Sánchez no debería implicar la defensa de una democracia de «la otra parte».