THE OBJECTIVE
David Mejía

La izquierda traicionada es posible

«La izquierda, que nunca debió dejar de ser un grito por la igualdad, se ha convertido en constante genuflexión ante el nacionalismo»

Opinión
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La izquierda traicionada es posible

Ilustración de Alejandra Svriz.

En España hemos conquistado la autodeterminación de género, pero se nos resiste la autodeterminación ideológica. Podemos exigir que se dirijan a nosotros según nuestro sexo sentido y reprobar públicamente a quien se niegue a hacerlo. Podemos incluso solicitar la rectificación registral de la mención de sexo sin más requisitos que una declaración expresa. Sin embargo, seguimos dando naturalidad a la heterodeterminación ideológica: por mucho que insista, nadie es de izquierdas sin la venia de la izquierda oficial. Y el requisito indispensable para lograr su aprobación es el acatamiento de los axiomas del nacionalismo. En otras palabras: para ser de izquierdas en España es indispensable suscribir postulados contrarios a la doctrina tradicional de la izquierda, como aquella de «del pasado hay que hacer añicos». 

Precisamente este verso de «La Internacional» elige Félix Ovejero para titular su epílogo al reciente ensayo de Guillermo del Valle: La izquierda traicionada: razones contra la resignación (Península). Del Valle es el fundador de El Jacobino, plataforma que reivindica los valores tradicionales de izquierda y en consecuencia rechaza tanto el actual paradigma económico como la deriva identitaria de la izquierda, tan bien representada en España por su complicidad con el nacionalismo. El PSOE, sostiene del Valle, no es un partido de izquierdas en el plano económico y lo es aún menos en plano nacional, donde su aceptación de las diferencias que provoca la descentralización del Estado y su cooperación con el etnicismo nacionalista lo distancian de cualquier proyecto de igualdad. 

«Ni la separación de poderes, ni la noción de igualdad ante la ley son inventos de los poderosos, sino mecanismos para protegerse de ellos»

España es el único país del mundo donde el sintagma «libres e iguales» es un eslogan de derechas. La razón está anunciada: como el nacionalismo no nos quiere libres e iguales, la izquierda no se atreve a reivindicarnos libres e iguales. Prefiere jugar a las políticas de la diferencia, silenciar a quienes reivindican la igualdad de derechos y oportunidades entre quien nace en Badajoz y quien nace en Guipúzcoa, y llamar derechistas a quienes no escribimos «Gipuzkoa». Una de las tesis del Jacobino es que la izquierda, que nunca debió dejar de ser un grito por la igualdad, se ha convertido en constante genuflexión ante el nacionalismo. 

En los últimos años, la izquierda española se ha distanciado de otro hito de su tradición liberal: el Estado de derecho. Ni la separación de poderes, ni la noción de igualdad ante la ley son inventos de los poderosos, sino mecanismos para protegerse de ellos. Escudos contra la arbitrariedad y la tiranía. Pero si están siguiendo el desarrollo de la ley de amnistía verán que ya no es progresista creer que las élites políticas deben someterse a la ley, sino creer que la ley debe someterse a las élites políticas. A nuestra izquierda no le quedan muchas traiciones por consumar, pero el surgimiento del Jacobino y este ensayo de Guillermo del Valle son dos buenas razones contra la resignación. Quizá en las próximas elecciones el votante de izquierdas tenga una alternativa.  

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