THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Los sinvergüenzas y los memos

«Esta crispación falsificada que ha suplantado a la política es la forma en que los inútiles que medran a nuestra costa nos distraen de la miseria que propagan»

Opinión
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Los sinvergüenzas y los memos

Ilustración de Alejandra Svriz.

Decía Alfonso Guerra, durante la celebración del décimo aniversario de THE OBJECTIVE, que «si la política se ha polarizado, los periódicos también». El viejo dirigente socialista denunciaba así la cooperación de la prensa en un propósito o, mejor dicho, un despropósito: la división irreconciliable de la sociedad española. Y añadía que esta cooperación degenera en un círculo vicioso. Los políticos se polarizan y solidariamente la prensa se polariza, lo que a su vez contribuye a que los políticos se polaricen más todavía. Y así hasta el infinito. 

Con todo, lo peor es que esa polarización no se corresponde con la realidad a pie de calle. Las discusiones sobre política que las personas corrientes mantienen entre sí pueden ser apasionadas y puntualmente desabridas, pero en la vida cotidiana, en nuestras relaciones mundanas, la pretendida polarización se desdibuja. Lo que hay a pie de calle no es tanto polarización como escándalos y bochorno, hartazgo y cabreo, pero no respecto de unas personas con otras, sino hacia los políticos. 

No es ningún secreto que desde hace tiempo millones de españoles acuden a las urnas tapándose la nariz o por si acaso, en previsión de un mal mayor. Pero raro es el que vota plenamente convencido de la eficacia de los programas o del cumplimiento de las innumerables promesas que se hacen durante la campaña. Votar se ha convertido en una especie de obligación desesperanzada. Un acto postrero de civismo que anticipadamente se descuenta traicionado. Paradójicamente, esa misma sociedad descreída se solaza consumiendo contenidos que abundan en la polarización, noticias y artículos de opinión que por momentos la radicalizan, para luego, a la hora de la verdad, volver a votar tapándose la nariz o por si acaso.  

«La servidumbre de los diarios es fiel reflejo de una economía exhausta»

Para acabar con esta polarización, Alfonso Guerra apelaba a la responsabilidad de los diarios, porque según decía, si sus directores quisieran, podrían romper el círculo vicioso de esta colaboración indeseable. Me sorprendió esa ingenuidad en un personaje tan curtido, testigo de excepción de las enrevesadas servidumbres políticas y de la dependencia mutua entre diarios y partidos, entre políticos y periodistas. Cambiar este perverso statu quo no es una cuestión de voluntad, es un problema de recursos. 

Si España hubiera discurrido por el camino de la creación de riqueza, en vez de su reparto, hoy tendríamos una economía abierta, vibrante y competitiva, con muchas empresas boyantes y más potenciales anunciantes, y también muchos más lectores pudientes, y quizá hoy habría unos cuantos diarios realmente rentables que pudieran sustraerse por completo a esta dependencia. Por supuesto, seguirían existiendo periodistas de partido y sectarios irreductibles, pero no esta estomagante mascarada. 

Sin embargo, no ha sido así. Hemos elegido el camino del empobrecimiento solidario. Así, la servidumbre de los diarios es fiel reflejo de una economía exhausta que nos empuja a la dependencia. Del mismo modo que cada vez más españoles se ven compelidos a mendigar favores, los diarios se convierten en mendigos del poder en cualquiera de sus formas, sean los señores del dinero de una economía de boletín oficial, sean los partidos con acceso a un dinero público que no es de nadie.     

Otro tanto sucede con los partidos. Incapaces de constituirse en verdaderas alternativas que reviertan la tendencia del empobrecimiento y la rapiña, han devenido en clubes con derecho de admisión cuyo objetivo es la propia supervivencia. Oenegés de los suyos, organizaciones de poder con dirigentes y empleados, nunca políticos. ¿Quieres una plaza en el arca de la salvación?, pues limítate a servir. No pienses, no discutas, no debatas. Obedece. De ahí que el único político que se atreve a discrepar en público del amado líder sea el que no está en ejercicio y se ha asegurado el sustento más allá de cualquier represalia. Y también que el periodismo independiente se considere una anomalía que los partidos detestan y persiguen.

«Un progreso alucinante que consiste en ciscarse en la Constitución y las leyes y en premiar a los delincuentes»

La guinda del pastel de esta polarización fraudulenta la ha puesto Pedro Sánchez prometiendo a su ONG, es decir al PSOE de toda la vida y a sus desdichados votantes, constituirse en un «muro de progreso». Un progreso alucinante que consiste en ciscarse en la Constitución y las leyes, en premiar a los delincuentes, perseguir a los jueces y trasvasar dinero de las regiones pobres a las ricas. 

Sea cual fuere la idea de progreso que vende este pirado, la elección del término muro, con sus connotaciones soviéticas, resulta muy pertinente. Al fin y al cabo, el Muro de Berlín se erigió no para evitar que los malvados capitalistas penetraran en el paraíso progresista, sino para impedir que quienes tenían la dicha de habitarlo cayeran en la tentación de aventurarse al otro lado, no fueran a descubrir la tomadura de pelo, el colosal timo del que eran víctimas. 

Sánchez, en efecto, es el epitome de la polarización, el alumno más aventajado, pero no el único. Esta crispación falsificada que ha suplantado a la política es la forma en que los inútiles que medran a nuestra costa nos distraen de la miseria que ellos mismos propagan. Así que, cuando perciba que un político intenta radicalizarle, pregúntese si lo que le ofrece a cambio de enervarle es algo más que protegerle de los malvados adversarios. Pregúntese si su discurso sólo consiste en severas advertencias y ninguna alternativa. Pregúntese, en definitiva, si el muro que promete levantar es para protegerle o para aislarle en su propio beneficio.

  

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