THE OBJECTIVE
Antonio Caño

No es una dictadura, es un régimen populista

«Con el proyecto de Iglesias y los métodos de Trump, Sánchez conduce a España a la pendiente del populismo»

Opinión
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No es una dictadura, es un régimen populista

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

España no vive una dictadura. No es cierto. Lo que sí vive es el intento de transformación de una democracia liberal en una democracia populista como la que soñó Pablo Iglesias y las que Zapatero defiende en América Latina. Una democracia con votaciones limpias e instituciones visibles, pero sin verdadera separación de poderes, sin fácil alternancia en el poder y sin un Estado de derecho confiable. Es un intento, creo, que difícilmente cuajará porque se hace en contra de la mayoría de los españoles y únicamente como consecuencia de las necesidades que le han ido surgiendo por el camino hacia el poder a Pedro Sánchez. 

Sánchez, a su vez, ha ido evolucionando del liberal socialdemócrata que decía ser en sus inicios hasta el populista que es hoy en la medida en que su afán de poder le exigía esos acomodos. «Somos la izquierda», empezó diciendo, para quedarse con un partido cuya militancia obediente estaba cansada de moderación y envidiosa de la energía revolucionaria de los jóvenes de Podemos. Para ahorrarse esfuerzos, acabó convirtiendo al PSOE en el partido de Iglesias, adoptando sus ideas y su estilo, con un pequeño barniz de respetabilidad para moverse por el mundo.

Acuciado por mayores presiones -y como la ideología o la decencia nunca han sido obstáculos que le contengan-, acabó por limpiar el expediente de los terroristas y comprar las recetas de los independentistas. Primero de los supuestos moderados, porque los radicales no hacían falta. Ahora, cuando han sido necesarios, también el de los más fanáticos, incluyendo la firma del PSOE en un documento en el que se menciona la necesidad de discutir sobre el derecho de autodeterminación. Obviamente, este es un viaje sin más límite que el desastre.

Sánchez es útil para todos aquellos que, por una razón u otra, están insatisfechos con la democracia española. Y estos, a su vez, también le son útiles a Sánchez. Sánchez se acomoda a todo y todo le acomoda a él. Tiene la hechura y el alma del perfecto populista. Ni su comportamiento ni sus decisiones son las de un demócrata.

Un político que fomenta el enfrentamiento entre los ciudadanos, que se vanagloria del odio que despierta entre sus detractores y exige el culto de sus correligionarios, un político que desprecia con teatralidad y risas a su rival, que desconoce el valor de la palabra, que crea realidades alternativas para esconder sus mentiras y sus fracasos, un político que confunde su propio interés con el interés general y que actúa sin la menor consideración a las consecuencias de sus actos es un populista. Lo es Donald Trump y lo es Sánchez, por mucho que la coartada ideológica sea diferente. Puede que haya alguno también en la derecha española. Pero Sánchez es quien nos gobierna, quien va a seguir gobernándonos por un tiempo y quien más daño puede hacer a nuestra democracia.

«Sánchez, a su vez, ha ido evolucionando del liberal socialdemócrata que decía ser en sus inicios hasta el populista que es hoy en la medida en que su afán de poder le exigía esos acomodos»

Porque no, es posible que este país no se rompa en el sentido que lo expresan los exégetas de Sánchez para ridiculizar los riesgos que algunos advertimos. Pero un político populista, como Trump y como Sánchez, puede romper los consensos que una nación requiere para convivir en paz y devaluar una democracia hasta el punto de convertirla en una mera etiqueta.

Además, un dirigente populista tiene un peligroso efecto polarizador y es capaz de desencadenar entre sus rivales reacciones y comportamientos muy similares a los suyos, convirtiendo la política en campo de batalla dominado por los radicales de ambos bandos. Está ocurriendo en Estados Unidos y empieza a ocurrir en España.

Nos espera un tiempo difícil. Los populistas no sólo cavan en las democracias trincheras para combatir, sino zanjas de fanatismo de las que es difícil salir. Estados Unidos creyó haberse librado de Trump y ahora está a punto de tenerlo de vuelta. Los partidos no se curan de ese mal de la noche a la mañana. Será muy difícil recuperar al PSOE que conocimos y, sin él o una izquierda democrática, es imposible la prolongación de la democracia que fuimos. Tengo confianza en que España será capaz de sortear el peligro populista que hoy es tan ostensible. Pero no podrá hacerlo sólo la derecha. Igual que es responsabilidad del Partido Republicano librar a su país de Trump, es responsabilidad de los socialistas españoles librarnos de Sánchez. Sólo la colaboración activa de la izquierda puede devolvernos la plenitud democrática y la convivencia.

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