La reconversión de Feijóo
«Feijóo debe reconvertirse en un líder más propositivo que de oposición, alguien que no se limite a recordar el desastre en que vivimos»
Alberto Núñez Feijóo está dando muestras de entereza al no sucumbir frente al enorme fiasco que ha supuesto no alcanzar la presidencia del Gobierno, pero es seguro que necesitará algo más que recuperarse, le hace falta encarnar, cuanto antes, una figura política no basada en la expectativa de triunfo por la mera derrota del adversario, una posibilidad que ha sido desmentida de manera clara por el conjunto del electorado. Un Feijóo reconvertido tendría que ser un líder más propositivo que de oposición, alguien que no se limite a recordar el desastre en que vivimos, sino que sepa suscitar la esperanza en que podremos superarlo y sea capaz de explicarlo con argumentos positivos. El PP tendría que tomar buena nota de la esterilidad de la estrategia de derogación de Sánchez y de la suposición de que los españoles confiarían ciegamente en los méritos del PP para sacarnos de lo que, con bastante objetividad, era un trance muy comprometido para todos.
Los del PP tienden a tener una visión en exceso optimista sobre sus cualidades y parecen convencidos de que la hora les llegará, aunque ahora se les haya escapado de manera tan inopinada como cruel. Cualquiera que tenga un cierto trato con figuras del PP notará sin dificultad su convencimiento de que ellos son la alternativa y que, si los demás no molestamos, su victoria será inevitable. Es una convicción que recuerda un poco a la esperanza de aquellos antifranquistas del exilio que se pasaron la vida diciendo «de este año no pasa» respecto al final de la dictadura.
La consecuencia de ese tipo de convicciones lleva a una estrategia rancia y comodona, la espera a que el rival se descuerne y perezca, pero bastaría pensar en que un tal Sánchez ha desmentido, una vez más, esas expectativas pese a que sus méritos para el reenganche eran escasos: le ha bastado un error enorme del adversario para obtener una victoria, pírrica, si se quiere, pero es dudoso que Sánchez tenga idea de quien fue Pirro.
El PP es un partido entregado al presidencialismo, aunque esa devoción le haya hecho pasar tragos muy amargos. Esa es ahora mismo la situación y le toca a Feijóo intentar que su presidencia no acabe siendo otro paréntesis. Feijóo ha ejecutado hasta ahora un papel en buena medida escrito por otros, llegó al puente de mando de una nave que se suponía iba directa a la victoria y en la que no parecía prudente hacer nada que alterase un rumbo tan prometedor. Cualquier persona inteligente, y Feijóo lo es sin duda, debiera saber cuáles han de ser las consecuencias políticas de esa lección tan desabrida.
Lo primero que Feijóo tendría que pensar es que las armas de una oposición dura, como la que han mantenido en la campaña y parecen continuar, no han garantizado el resultado que se tenía por previsto. ¿Qué ha fallado? Las respuestas posibles no son fáciles y el PP debería emplear en esa reflexión una parte importante de sus energías. Lo que descorazona es ver que no hay suficientes signos de que se quiera repensar la estrategia y se vuelva posponer algo tan esencial como un Congreso con verdadera dimensión política y crítica, una obligación estatutaria que el PP no afronta desde hace más de siete años. Basta con decir que el partido conservador inglés realiza unos importantes congresos cada año y que en eso está una de sus fortalezas, a pesar de lo yerros que puedan cometer sus líderes. Pero el PP está muy lejos de esa institucionalización democrática y elude una y otra vez enfrentarse a obligaciones de calado.
«Lo primero que Feijóo tendría que pensar es que las armas de una oposición dura, como la que han mantenido en la campaña y parecen continuar, no han garantizado el resultado que se tenía por previsto»
Para los electores que podrían otorgarle el voto es muy descorazonador este descuido político. Así sucede que casi nadie sepa tener en la cabeza un motivo importante para votar al PP, algo que no se reduzca a decir que es el PP y que hay que acabar con Sánchez. Esta inercia negativa lastra las posibilidades del PP y permite a la izquierda presentar al partido como una organización que solo se ocupa de obtener el poder al precio que sea y que supone una amenaza universal porque representa el regreso a ese pasado oscuro que la izquierda no deja de identificar con todos los males imaginables.
El PP ha obtenido dos mayorías absolutas desde 1996, la de Aznar, no demasiado próvida en votos, pero con muchos más sufragios que el adversario. Se trató de una victoria forjada sobre el buen gobierno entre 1996 y 2000 que fue capaz de desmovilizar al electorado de izquierdas. La segunda la obtiene Rajoy tras el desastre absoluto de Rodríguez Zapatero. Tras los gobiernos de Rajoy, el PP pierde el aura de buen administrador y se ve zarandeado por los efectos de una corrupción que antes había sido un baldón casi exclusivo del PSOE. Desde entonces, el PP no ha sido capaz de reponerse, y eso es lo que tiene que intentar Feijóo, una tarea difícil pero inaplazable.
Se dirá que la derecha ha tenido muchos votos en las generales, y es verdad, pero esos votos han sido menos que los contrarios a que Feijóo pudiera ser investido. Es obvio que hay una clave: no basta tener muchos votos, sino que, incluso teniendo menos, hay que superar los votos de la alianza que el PSOE, y no sólo Sánchez, lleva mucho tiempo trabajando. No se trata de una tarea sencilla, pero debiera ser evidente que repetir estrategias que no han funcionado en ocasión tan pintiparada es un error de bulto.
«No basta tener muchos votos, sino que, incluso teniendo menos, hay que superar los votos de la alianza que el PSOE, y no sólo Sánchez, lleva mucho tiempo trabajando»
El PP se confundió de medio a medio al pensar que el éxito de autonómicas y municipales podría repetirse en unas generales. No fue así, y eso acaso se deba a que el PP está funcionando, de hecho, como una confederación de partidos regionales antes que como partido nacional, en especial si se tiene en cuanta la enorme debilidad de las organizaciones del PP en el País Vasco y en Cataluña. Tal vez sea éste el error más grave que Feijóo tendría que corregir, pero no será fácil hacerlo porque su poder político real es menor que el de cualquiera de sus barones que cuentan con presupuestos abundantes para hacer política. No parece imaginable que a Feijóo le pueda pasar lo que a Casado, pero Feijóo no podrá tener éxito si se limita a ser un líder nominal que no tiene otro remedio que aplaudir las políticas de sus barones que, en ocasiones, podrían resultar disfuncionales para el éxito nacional del partido.
Feijóo ya habrá tomado buena nota de lo distinto que es estar en Génova en lugar de en Santiago, con miles de funcionarios a sus órdenes. Le espera una tarea harto difícil, muy de fondo, y cualquier persona que se preocupe por la libertad y por el progreso material y moral de los españoles tiene que estar dispuesto a ayudarle en empresa tan arriscada. Feijóo necesita una reconversión, darse cuenta de que ha dejado de ser el líder que ha triunfado repetidas veces en Galicia y tiene que conseguir que su partido se convierta en el vehículo capaz de forjar la investidura de su líder, algo que ahora mismo no ha sabido ser.