THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

¿Podemos luchar juntos contra el Gobierno gente tan distinta?

«Constitucionalistas, liberales, católicos, rebeldes antisistema: todos pueden convivir en la lucha contra el avasallamiento del izquierdismo-separatismo»

Opinión
58 comentarios
¿Podemos luchar juntos contra el Gobierno gente tan distinta?

Protesta ante la sede del PSOE en la calle Ferraz. | David Canales (Europa Press)

A veces me gustaría ser moderadito. Porque un moderadito, pese a su nombre, lleva una vida de lo más entretenida. Diríamos que no gana para disgustos, pasmos o preocupaciones, el hombre. El moderadito estándar ha olvidado lo que es el aburrimiento. Gran parte de su tiempo se lo pasa como la Comisión Europea: deeply concerned.

El último diplyconcernimiento de muchos moderaditos revolotea en torno a las protestas ante la sede del PSOE en la calle de Ferraz. Allí se han visto banderas españolas junto a esa misma enseña, pero con su escudo recortado; cruces de Borgoña que encabezaron nuestro Imperio junto a emblemas del sindicato Solidaridad; muñecas hinchables junto a rosarios. Lo explicábamos ya en nuestro artículo de hace 15 días: una de las divisas de Ferraz ha sido su capacidad de yuxtaponer gentes y símbolos de lo más dispares.

Muchos se preguntan, pues, adónde va todo eso, más allá de como espectáculo situacionista. ¿De veras tiene futuro alguno esa multitud que igual te grita contra la Constitución que cree ser el último reducto que la defiende contra Sánchez? ¿Puede convivir la derecha de toda la vida, reverente ante la policía, con la juventud que ha copado las redes estos días con burlas hacia los maderos?

El capítulo religioso merece un apartado especial: ¿quién representa mejor a los católicos españoles de hoy día? ¿Los jóvenes que se pusieron a rezar el rosario ante una iglesia, o el párroco que salió a echarles de allí porque «estorbaban»? ¿Los laicos que entrábamos en ese templo a recobrar fuerzas espirituales? ¿O los curas que, en cuanto la cosa fuera se puso fea, nos expulsaron de la iglesia porque, al parecer, Dios tiene tanta mentalidad funcionarial como ellos, y solo atiende a sus horas debidas y tras pedir número?

Estos contrastes, estos interrogantes parecen insolubles. Pero cabe empezar a resolverlos en cuanto notemos de dónde proceden. Pues surgen de tres dogmas políticos que, para nuestra sorpresa, sobreviven aún, bien lozanos, en la oposición al actual Gobierno de España. Veámoslos:

  • Primer dogma: La política debe ser un área dominada por lo racional, que excluya todo lo emotivo o lo imaginario como sospechosos 

En esta actitud encontraremos a los que creen que la principal tarea de la oposición a Sánchez consiste en «defender la Constitución» (esto es, un mero texto legal, sin sentimentalidad alguna, que además «abre a la participación política de todos», así que no puede ser acusado de refugiarse al calor emotivo de ningún grupito). También hallaremos en este intelectualismo a muchos liberales, que ven la sociedad solo como una suma de contratos libres y racionales que hacemos, unos con otros, individuos aislados. Se unen a esta corriente todos aquellos «ilustrados» que repiten que, en la política, deberíamos hacer más caso de la ciencia, de los técnicos, de las hojas de Excel bien cuadradas y de los argumentos aparecidos en el último artículo de alguna revista de Harvard. Y, ¡por supuesto!, nada de rosarios u otras «supersticiones» que no han superado la peer-review.

«Nuestros constitucionalistas, liberales e ilustrados, no pueden comprender las abigarradas protestas de Ferraz»

Hay que notar que ni siquiera Platón, que sin duda atribuyó a la razón un peso crucial para la política, fue tan tajante como nuestros constitucionalistas, liberales o ilustrados al excluir de ella lo emotivo. Platón siempre contó con que la mayoría de la población estaría más interesada por otras cosas que no fuera solo razonar, y su propuesta política (más allá de si nos gusta o no) tiene muy en cuenta este dato.

Nuestros constitucionalistas, liberales e ilustrados, en cambio, lo olvidan, y por eso no pueden comprender lo que está pasando en nuestros días. Porque, y en eso sí llevan razón, las abigarradas protestas de Ferraz, la mezcla de curas que cierran sus iglesias con laicos que quieren entrar en ellas, las banderas y proclamas variopintas, todo eso no cabe dentro de una sola teoría racional sobre «qué quiere la nueva derecha hoy». Pero, quizá, lo que falla es que no hace falta teoría sesuda alguna que unifique en un solo razonamiento todo este conglomerado. Lo cual nos conduce al segundo dogma de la no izquierda:

  • Segundo dogma: Para que un grupo realice una acción política eficaz sus miembros han de estar unidos todos bajo una misma teoría política

Este dogma es el que impide comprender que críticos acerbos de la Constitución, por un lado, y los que creen que es nuestra mejor arma, por otro, puedan luchar juntos contra el autoritarismo del PSOE. También impide captar que alguien que reza el rosario en Ferraz pueda luego compartir trinchera allí mismo con un católico que prefiere dejar la religión en casa —o un ateo que la ha dejado fuera de su vida—.

Entiéndasenos bien: al denunciar este dogma, no estamos negando que deba haber cierta unidad entre toda la oposición a Sánchez. Estamos negando que esa unidad deba fundarse «en una teoría política completa y compartida por todos». Los intelectualistas (que denunciamos en el dogma anterior) creen que el único modo de aunar a la gente son las teorías. Los demás sabemos que las esperanzas, la imaginación, la rabia, la moralidad, el amor a nuestro país… pueden acomunarnos igual de bien. O incluso mejor.

  • Tercer dogma: Hay que seguir haciendo lo mismo que hasta ahora se ha demostrado incapaz de otorgarnos la victoria, pero hay que hacerlo con los puñitos más apretados y más fuerte

En 1981, durante una reunión de Al-Anon (la organización que trata de ayudar a los familiares y amigos de Alcohólicos Anónimos), una de las asistentes dudó de que se pudiese hablar de «locura» en relación a tal problema. Entonces otro participante le replicó con una frase tan exitosa, que luego se ha atribuido a Albert Einstein, Werner Erhard o, cómo no, a Winston Churchill: «La locura consiste en hacer lo mismo una y otra vez, pero esperar luego resultados distintos».

«¿No estarán algo locos los que nos proponen usar contra la avasallante izquierda los mismos métodos que llevan 45 años fracasando?»

Esto nos conduce hasta la interesante cuestión —que ahora no podemos abordar como merecería— de si, bajo su aparente moderación y sensatez, no estarán algo locos los que nos proponen usar contra la avasallante izquierda los mismos métodos que llevan 45 años fracasando ante tal avasallamiento. Por nuestra parte, pensamos que hay que probar nuevas vías: y Ferraz sin duda lo es.

Los tres dogmas que hemos descrito se encuentran bien trabados. El tercero, con su invitación a la inercia, nos impide que nos cuestionemos el uno y el dos. El dos, que busca unidad férrea entre los opositores a la izquierda, hace que nos concentremos en el uno, en exigir una teoría unificada para toda la oposición.

Quien crea en esos tres dogmas se hallará de lo más escandalizadito ante las protestas que se han producido ante las sedes del PSOE. Para empezar, porque son algo nuevo (si bien no tanto: hace décadas sí era habitual ir a tales sedes a manifestarse; que se lo pregunten a los más viejos de Ferraz). Para continuar, ya lo hemos explicado, porque son protestas abigarradas en lo ideológico, en lo estético, incluso en lo religioso y metafísico.

Ahora bien, ¿cuál es la alternativa a esos tres dogmas? Para empezar a escudriñarla, hay que acercarse a dos autores que no son los más leídos, reconozcámoslo, entre los constitucionalistas, los liberales, los ilustrados o los católicos. Se trata de un italiano y de un francés de hace un siglo. Se trata de Antonio Gramsci y de Georges Sorel.

¿Qué nos puede enseñar Sorel? Que nadie se asuste: no es su famoso coqueteo con la violencia lo que defenderemos aquí. O, al menos, no directamente. Vamos a recoger más bien la enseñanza principal que transmitió al otro autor citado, Gramsci, con quien sí es más frecuente toparse cada vez que hablamos de batallas culturales. Vamos a recoger de ambos su noción de mito político.

«El mito político es solo un resumen de todas las imágenes, sentimientos y relatos que nos impulsan a luchar en la arena política»

El mito está mal visto por constitucionalistas, liberales, ilustrados, incluso por la antigua izquierda marxista y cientificista: suena a todo aquello que sirve para engañar en política, donde solo debería reinar la pura razón. También está mal visto por muchos católicos: ¡el mito es propio de los paganos, no de la verdadera religión! Ahora bien, el cristiano C. S. Lewis habló sin ambages de que Cristo representaba el mito verdadero. Y tampoco para Sorel ni para Gramsci el mito político es por fuerza mentiroso (aunque pueda serlo; igual que también mienten a veces los Excel, los expertos o los jueces del Tribunal Constitucional, por cierto, así que tampoco hay mucha diferencia ahí).

El mito político, según los autores de los que queremos aprender aquí, es solo un resumen de todas las imágenes, todos los sentimientos, todos los relatos que nos impulsan a luchar en la arena política. El mito nos da el ánimo y fuerzas para tan agotadora tarea, porque no se queda en un mero razonamiento (aunque no los excluye). Bien al contrario, el mito político afecta a todas nuestras facultades: nuestra imaginación (de un mundo o un país mejor), nuestra emoción (al sentirnos implicados en las cosas de nuestra patria), nuestra moralidad (con su rabia ante las injusticias, su ansia por la libertad, su compasión ante los subyugados).

En el fondo, cuando un constitucionalista, por ejemplo, pone toda su fe en que la Constitución representa la solución a nuestros males, ya está aceptando un mito político (y, recordemos, no usamos aquí la palabra «mito» como algo peyorativo): mito es esa fe, y mito es ese mundo que imagina donde los políticos y tribunales sí cumplen ese texto —se trata de un mito más bello que el presente, reconozcámoslo—. Mito político son también todas las emociones que le suscitan al constitucionalista esa fe y esa esperanza. Y que le llevan actuar. Por las rendijas de la puerta que el constitucionalista le cierra a las «emociones»… se cuela su ansia (mítica) en resolver así el país.

También hay mucho de mítico en la idea liberal de que un país con gente más racional y más respetuosa con los derechos ajenos sería la solución a nuestros males. O en la fe cientificista en que los Excel y los artículos de revistas politológicas importantes organizarán mejor nuestra nación. Si incluso en esta gente tan «racional» y tan ilustrada cabe detectar, pues, elementos míticos, ¡cómo no hacerlo en todo el resto! La nueva derecha, pues, no debería perder el tiempo en batallitas internas, ni en la vieja labor de diseñar una teoría política conjunta que nos unifique a todos. Por el contrario, su misión hoy es más bien a aprender a conjugar mitos políticos diferentes, con solo dos requisitos. Uno, que no se canibalicen unos a otros. Dos, que todos ellos sirvan a un mismo objetivo: derrotar la tiranía que se nos viene.

Ahora bien, entre todos los mitos políticos que cumplen estas condiciones, hay un par que podemos destacar en particular.

«Para muchos de los que queremos combatir la tiranía que se nos viene, la fe católica será mucho más que política»

En primer lugar, ese que los curas de Ferraz ahuyentan de la puerta de su iglesia: lo católico. Para muchos de los que queremos combatir la tiranía que se nos viene, la fe católica será mucho más que política —dará sentido completo a la vida, inspirará la relación nada menos que con Dios, nos proporcionará un saber precioso sobre qué es eso de estar vivo en el mundo—. Para otros combatientes, el catolicismo será solo un vínculo que les conecta con nuestros antepasados, con el viejo proyecto de esta nación española, con una herencia cultural conmovedora. También, claro, quedan miles y miles (quizá la mayoría) que se ubicarán (¿nos ubicaremos?) en algún punto intermedio entre la gente con muchísima fe y la gente que solo aprecia el «catolicismo cultural». Da igual. Tanto aquel que está convencido de que, si solo quedaran 12 creyentes en el mundo, él sería sin duda uno de tal grupo, como los que no quieren separar la defensa de España de la poesía de San Juan de la Cruz o de las cruces que llevaban las carabelas a América, todos podemos combatir juntos, inspirados por el mito católico (y aquí procede de nuevo recordar, antes de que me salte al cuello algún bondadoso meapilas, que uso esta expresión en el sentido de C.S. Lewis, que recordaba que la historia de Jesús seguía la forma de un mito, sí, pero era EL mito verdadero).

Un segundo mito político que debe cobrar preeminencia entre nosotros es el de la propia soberanía de España: que no debe quedar sometida al PSOE, cierto, pero tampoco a ninguna otra instancia (internacional o autonómica) que la quieran someter (a menudo en un sentido similar al que el propio PSOE ansía). Y las candidatas para someternos son, por desgracia, numerosas: desde las ideologizadas ONU o UE, hasta las megacorporaciones más ricas hoy que muchos países del mundo, hasta esta o aquella élite autonómica.

En este esfuerzo soberanista caben también todos los grupos antes citados. El constitucionalista cabe, por ejemplo, si se da cuenta de que esa misma Constitución que ama reconoce, en su artículo 2, que el fundamento no es ella misma, sino la unidad de nuestra nación. Cabe también el liberal que capte que la única libertad que importa no es la suya como individuo, pues parca será esta si el país al que pertenece está subyugado a poderes internos o externos de todo pelaje. Cabe incluso un ilustrado sensato, pues escaso será el desarrollo de la racionalidad pura en un país tiranizado (en lo ideológico, educativo, judicial y punitivo) por gobernantes con cada vez mayor ansia de poder. Y, no lo olvidemos, desde luego también caben aquellos que quieran reformar de cabo a rabo nuestro sistema político, justo porque está mostrando lo difícil que resulta ser soberanos con él. 

Constitucionalistas, liberales, ilustrados, católicos de fe y católicos que solo son conservadores de su legado, rebeldes antisistema, soberanistas: todos estos grupos pueden convivir no solo en las protestas de Ferraz, sino en la lucha que tenemos por delante, más crucial que nunca, contra el avasallamiento del izquierdismo-separatismo. Basta solo con que abandonen los tres viejos dogmas de la derecha vieja y aprendan a convivir en una nueva derecha, abigarrada pero no por ello desunida, razonable pero no por ello racionalista.

Y es que la batalla que nos ha tocado librar es épica. ¿A quién puede extrañarle, pues, que nos inspiremos en la sabiduría de los mitos para ella?

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D