THE OBJECTIVE
Jacobo Bergareche

Aún no sabéis lo que de verdad importa

«En la Navidad, en su narrativa original, llega al fin Jesús, que es quien nos ofrece una salida de la cárcel del cuerpo y el final del dolor»

Opinión
1 comentario
Aún no sabéis lo que de verdad importa

Ilustración de Erich Gordon.

Me gusta comer y beber bien, cuanto más delicados y contundentes son los aromas y los sabores que emanan de los platos, más queda uno atado a la mesa con las cadenas invisibles que forjan la gratitud y el apetito satisfecho. Es así como se cultiva esa camaradería entre comensales que hermana a la gente más dispar en cuanto comparten el gusto de un guiso que emociona. Me paso la vida anticipando banquetes en que me entrego sumisamente al placer de las recompensas inmediatas, conspiro perversamente para provocar sobremesas interminables en que todos los presentes progresen hacia una ebriedad civilizada que desate la locuacidad proclive a la narración confesional.

En la buena mesa me siento al fin plenamente presente: guardo el móvil, me olvido del tiempo, deseo lo que allí ocurre, concedo a mi cuerpo todo lo que me pide sin juzgar si aquello me matará mañana o si perderé por ello cualquier prestigio que me quede. Proclamo la frase de un amigo de mi padre que dice en momentos así: «que bien tienen que estar los que estén mejor que nosotros». En esas sobremesas si visito el pasado, lo hago acompañado, y entonces el pasado deja de ser una ciénaga de nostalgia en la que encallo y pasa a ser un libro abierto lleno de anécdotas que celebro. Y si viajo a mi futuro, los comensales me asisten siempre para dejar de conjurarlo como angustia de un destino que auguro irremediable, y lo transforman en feliz promesa de lo que deseo.

Por todo esto, cuando conozco a alguien que ha sido privado contra su voluntad de asistir a los banquetes que presumimos que la vida nos debe —el cumpleaños, la Navidad, el cobro de un trabajo o la llegada del viernes—no puedo evitar preguntarle cómo imaginó largamente aquella comida con la que recuperaba el placer de estar vivo y cómo fue su resarcimiento. En la literatura del Holocausto, muchos de los que sobrevivieron a los campos de concentración lo hicieron imaginando lo que comerían cuando volvieran a estar libres, y en sus largos días de hambre elaboraron la imagen de esa mesa a la que volverían para brindar, reír y hartarse de comer con rigor y meticulosidad.

«Son epifanías dignas de ser hechas públicas, ahora que todos buscamos la felicidad en el exceso de estos días»

De todas las respuestas que he obtenido a esta pregunta, recuerdo dos que contienen quizás el germen de un cuento, de un guion, de un poema o de un cuadro. Son epifanías dignas de ser hechas públicas, ahora que todos buscamos la felicidad en el exceso y el despilfarro de estos días. Ambas contradijeron mis expectativas respecto a lo que esperaba escuchar de gentes que vuelven a la vida tras haber sido privados de todo lo que nos importa de ella, y descubren entonces, lo esencial.

Ventura

Un señor simpático y dicharachero de pelo blanco que era taquillero en un espectáculo de narración oral en un escenario de Lavapiés. El monologuista que hacía el número era amigo, al finalizar la función nos tomamos una copa en el local y el me presentó a Ventura con un par de breves frases biográficas: fue miembro de los GRAPO, y cumplió una condena de 17 años de cárcel. Le pregunto con curiosidad a Ventura qué delito cometió para estar tanto tiempo en la cárcel. Él evita amablemente explicar su delito, pero no puedo evitar pensar que ha debido de ser algo particularmente abyecto, a pesar de afabilidad del tipo. Como veo que por ahí no podemos avanzar en la conversación, le pregunto entonces cuál fue su fantasía en esos 17 años sobre el día que recuperaría la libertad. Qué tenía planeado hacer aquel día en el que seguramente había pensado todo el tiempo que estuvo encerrado, qué fiesta quería correrse, dónde y qué quería comer.

Ventura me contó que obviamente tenía pensado muchos sitios a los que quería volver, muchas personas que deseaba volver a ver y muchas cosas que quería volver a disfrutar. El día que cumplió su condena –y no había salido con un permiso en todo ese tiempo– le vinieron a buscar en coche a una cárcel en Extremadura. Era una tarde de invierno y había anochecido. Ventura iba feliz a darse un homenaje en un restaurante. Por el camino, en una carretera rural, Ventura de repente se fijó en que el cielo estaba lleno de estrellas. Pidió a su acompañante que parara el coche para verlas bien. Rompió a llorar. Me contó que solo entonces se dio cuenta de que en aquellos 17 años no había visto estrellas, pues en las cárceles de noche, el perímetro del recinto está iluminado con potentes focos que apuntan a las ventanas, de modo que ciegan a quien mira por ellas y no se ven los astros. Quieto en la cuneta de aquella carretera rural, contemplando el cielo con lágrimas, se le pasaron todas esas ansias de restaurantes, juergas, sexo y borracheras que yo esperaba que me describiera. Fue en ese momento donde por fin se sintió libre, y se liberó por un instante de pasados y futuros.

Antón Reixa

Incombustible músico, poeta, escritor, productor y agitador cultural gallego y galleguista. Hace unos años, volviendo a Galicia en coche se quedó dormido conduciendo y tuvo un accidente brutal. Se rompió por todas partes, se hizo literalmente añicos, pero no murió. Estuvo casi un mes en coma, después se quedó internado una larga temporada en el hospital hasta que se le soldara su esqueleto en un cuerpo que los médicos habían remendado con dificultad, como si fuera un bebé tuvo que aprender a andar de nuevo. Perdió su empresa, sus proyectos, toda su vida se fue al traste mientras se rehabilitaba para volver a la vida. Le pregunté si en esa larga temporada internado en el hospital tenía la fantasía de un gran banquete para celebrar su recuperación.

Me dijo que con todos los analgésicos que toma apenas tiene apetito ya, y que lo que celebra no es tanto una comida, como llegar a desear una comida, sentir apetito. Pero cuenta que cuando salió, su verdadero momento de celebración, fue tan inesperado como en el caso de Ventura. La primera vez que fue a la playa tras salir del hospital, se sumergió en el agua y caminó hasta donde ya no hacía pie. Ahí, de repente, flotando, experimentó de nuevo la ingravidez del mar y se sintió por primera vez desde el accidente moviéndose sin dolor, fue entonces que se echó a llorar de felicidad al sentirse liberado de la cárcel en la que a veces se convierte un cuerpo.

La Navidad en su narrativa original, antes de Papá Noel, los banquetes interminables y de las luces de colores que empañan el cielo, rima de alguna manera con estas dos historias: en ellas hay personas que miran al cielo en busca de estrellas, y en ella llega al fin Jesús, que es quien nos ofrece una salida de la cárcel del cuerpo y el final del dolor.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D