Dos ángeles para el año nuevo
«Este año conmemoramos el cuatricentenario de la muerte y nacimineto de dos de los mayores místicos europeos: Jakob Böhme y Angelus Silesius»
Mucha gente se toma vacaciones para recuperarse de su trabajo. Otra, se las toma para descansar de su familia. Yo, mucho más simple, he de confesar que me las tomo para reposar de mí mismo.
Por eso, en esta calma hacia el inicio del año, me asombran tanto esos humanos que tienen tantas ganas, siempre, de ser ellos de nuevo, otros doce meses, otra vez. Viajan y siguen con sus obsesiones, sus chistes, sus conversaciones recurrentes. Van al cine y están deseando salir de la sala para retomar su propio personaje. Leen un libro, pero solo captan por entre sus letras lo que ya tenían antes en la cabeza. ¡Se diría que nunca se cansan a sí mismos! ¿Cómo no voy a sorprenderme de ellos?
Decían los Pet Shop Boys que el secreto para no aburrirse nunca estaba no ser jamás uno un aburrido. Yo, lo reconozco, cuando acaba un año (pongamos que el 2023) empiezo a sentir un ligero tedio de mí. Así que me digo: «Ahora que vas a cambiar los calendarios, ¿por qué no te cambias un poco a ti también?». Sé que es una excusa tontorrona: lo mismo puedes cambiar el 1 de enero que cualquier día de mayo; lo mismo puedes hacerlo cuando amenaza nieve que cuando te pega violento el sol. Pero ya decía Chesterton que si no hiciésemos propósitos de año nuevo, tal vez nunca haríamos propósitos; si no creyésemos en la posibilidad de empezar desde cero, tal vez no culminaríamos nunca nada útil de verdad.
A Rilke le vinieron los deseos de cambiar su vida al contemplar un torso arcaico de Apolo. Rumi pensaba que eran más bien nuestras heridas las que abrían el hueco por donde podría colársenos una nueva luz. Yo, más simple, y pensando en todos aquellos que estas Navidades ni vamos de museos de escultura ni hemos sufrido llagas en la piel, voy a conformarme con un ejercicio típico de Año Nuevo: el de las efemérides. Voy a recordar una que intuyo que pocas Administraciones públicas conmemorarán este 2024 —mas andamos aquí hablando de cómo evitar el hastío de la vida, no de los gobiernos, de modo que este dato tampoco nos debe inquietar—.
Lo que quiero rememorar es una fecha que en realidad congrega dos. Pues este año conmemoramos, por una parte, el cuatricentenario de la muerte y, por otra, el cuatricentenario también, pero del nacimiento, de dos de los mayores místicos de Europa: Jakob Böhme y Angelus Silesius —o Ángel Silesio, si lo queremos castellanizar—. Cierto es que en España hemos tenido una mística de tal talla (Raimundo Lulio, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz…) que no siempre atendemos a las figuras del resto de Europa; pero cierto es también que figuras como Böhme o Silesius han marcado hasta tal punto la historia de nuestro pensamiento, que ignorarlos nos hace menos occidentales (es decir, menos españoles).
«La lista de admiradores de estos dos místicos resulta tan exuberante como variopinta»
La lista de admiradores de estos dos místicos resulta tan exuberante como variopinta: Hegel, Newton, Novalis, Goethe, Schelling, Schopenhauer, Steiner, Bloch, Buber, Cioran, Jung, Lacan o Jorge Luis Borges. Si a este último le hubiésemos preguntado la razón de semejante entusiasmo, tal vez nos habría contestado con unos versos de Silesio que le cautivaban: «La rosa es sin porqué, florece porque florece…».
Ahora bien, la conexión entre ambos autores no se limita, claro está, a que uno (Silesius) naciera apenas fallecido el otro (Böhme). De hecho, Angelus Silesius, graduado —tras su paso por varias universidades europeas— en Teología y Medicina, en el fondo sería siempre un simple alumno de Jakob Böhme, cuya profesión a lo largo de toda su vida no pasó… de zapatero remendón. Cualquier otro universitario tal vez se habría reído de que el latín, cuando lo cita entre bota y bota este sencillo artesano, aparezca casi siempre mal declinado. Pero no así el médico y sacerdote Silesius, que prefirió optar por aquello que ojalá nos quepa siempre este año hacer ante los grandes: en vez de despreciar, aprender.
Y, con todo, sientes un pequeño malestar al hablar de ellos como grandes, admirados, exitosos; sientes que te estás alejando de lo que querías subrayar en esta calma de principio de año; y sabes que Theodor W. Adorno lo expresó, seguro, mejor: ellos nos enseñaron, decía la «infinita relevancia de lo intramundano». Es decir, de esas vacaciones tuyas tan apacibles; de ese leve deseo que tenías de alejarte de ti mismo (no para huir, no, solo para separarte un poco y descansar); de este volver a empezar un año (tanto si eres de los que piensa —pesimista— que eso implica tener un año menos, como si eres de los que prefieren —optimistas con Mecano— que eso significa tener un año más).
«Cuando uno encuentra verdades deslumbrantes, no siempre los que te rodean se quedan con lo verdadero, en vez de quejarse de tanto resplandor»
Hagamos, en todo caso, una advertencia: ni Böhme (luterano) ni Silesius (converso al catolicismo) son buenos ejemplos de ortodoxia. Al primero, su pastor le prohibió escribir durante años; al segundo, solo tras complicados avatares se le otorgaría el «nihil obstat» episcopal para su publicación. Cuando uno encuentra verdades deslumbrantes, no siempre los que te rodean se quedan con lo verdadero, en vez de quejarse de tanto resplandor.
¿A qué verdades nos referimos? Según Borges, «nadie ha sentido como Angelus Silesius que Dios no puede subsistir sin ninguno de nosotros». ¿Significa eso que Dios es mera proyección humana? Nada más lejos de estos místicos: «Dios es tan feliz y vive tan satisfecho / porque Él sacó de mí tanto como yo de él provecho». En vez de una fantasmagoría o de un Ser que solo vive arriba del cielo mientras vigila imperturbable nuestras cosas, el Dios de estos místicos se comporta más bien como cualquiera de nuestros parientes o de nuestros amados en estas fechas: nos necesita y le necesitamos. Sin que ello disminuya la dignidad de ninguna de las dos partes, claro (quien así pensase, es que sabe poco del amor).
¿Aprovechaste para jugar estas Navidades? «El estado perfecto, el summum bonum», te recordará Böhme, «es Jugar. Al jugar, la vida se expresa en su completa perfección. La vida de Dios es jugar. Adán cayó cuando su juego se convirtió en un negocio serio». ¿Preferiste más bien escuchar música? «Todos somos cuerdas en el concierto de la alegría de Dios». ¿Quisiste desengancharte un tanto de las pantallas? Es ahora Silesio el que te habla: «Te nutres de imágenes cuando tú mismo eres imagen. ¿Cómo piensas tú, pues, subsistir?». ¿Te encontrabas cansado, ya aludimos a ello, de ti mismo? Volvamos a Böhme: «Todo lo que el yo trata de describir, es al final una descripción del mismo yo».
Por eso quizá no tiene mucho sentido que yo te siga hablando aquí de Böhme (es decir, de mi Böhme) y te siga hablando de Silesius (es decir, mi Silesius): como nos explicó Wittgenstein, lo propio de la mística, más que contarte cosas, es señalar hacia ellas. He aquí dos pistas que te señalo al inicio de 2024, enredando un poco con las palabras. Será cuando llegue el final de año, de modo mucho más simple, que me conformaré si así he ayudado a hacerte más llevadero este año nuevo. Este año en que, otra vez, te tocará ser tú.