THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Jóvenes cautivos en España

«España necesita una revolución verdaderamente liberal, y unos jóvenes sin miedo»

Opinión
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Jóvenes cautivos en España

Jóvenes. | Europa Press

La edad promedio de emancipación del hogar familiar de los jóvenes españoles está por encima de los treinta años. Justamente la edad en que se acaba la juventud. Es decir, España no tiene, estadísticamente, jóvenes independientes. Sin vida independiente no hay conciencia adulta. No hay un proyecto de vida. No hay intimidad bajo la mirada de los padres, por más tolerantes que sean. Los jóvenes españoles viven una vida vicaria. Esta situación de incapacidad de salir del nido está relacionada con muchas otras variantes sociales. La idiosincrasia española de salir de la casa familiar con piso propio choca con la realidad económica de la vivienda, encarecida por ser refugio de la inversión y por el sol español, que atrae como un imán incandescente a los helados jubilados de Europa.

El dinero del inversor pequeño busca siempre la seguridad, y la empresa española, acosada en regulaciones, impuestos y exigencias laborales y medioambientales, da pocas garantías. Por ello la gente apuesta al ladrillo. Esos pisos vacíos no se alquilan, sin embargo, ya que las leyes de alquiler, históricamente favorecedoras del inquilino y no del propietario, han sido llevadas al extremo con la nueva reforma, cuyo efecto inmediato ha sido un encarecimiento de los pisos y enormes restricciones para los nuevos inquilinos, sobre todo jóvenes y migrantes, a los que se les presume, con razón, una dudosa solvencia. 

Tampoco ayuda el mercado laboral, desde el franquismo históricamente favorecedor del que ya tiene un trabajo en detrimento del que está desempleado o busca su primera oportunidad. Es tan caro contratar, tiene tantos derechos y garantías ese trabajador, que resulta poco rentable para el empresario. El aumento por decreto, no por productividad, del salario mínimo interprofesional lo pone más difícil todavía. También es muy caro despedir, lo que fomenta la mediocridad y el conformismo. No es de extrañar que España tenga la tasa de desempleo más alta de Europa y una de las tasas de paro juvenil más altas del mundo. En los hechos, el mercado laboral para los jóvenes está restringido a la temporalidad del turismo. 

La salida de algunos es buscar a toda costa ganar una oposición, con lo que se garantiza una paga de por vida muchas veces a costa de traicionar los anhelos profesionales. Y agrandado el peligroso desequilibrio entre la economía productiva (privada) y la economía subsidiada (pública). O emigrar de España. El último año, medio millón de jóvenes dejaron España por buscar una oportunidad en el extranjero, lo que vuelve cada vez menos rentable la inversión social que España hace en la formación de esos jóvenes, que acaban rindiendo sus frutos en otros países, en general con economías de mercado menos reguladas.

«La ausencia de hijos entre los jóvenes es una anomalía antropológica que se vive como un triunfo del progreso»

Sin emancipación y sin trabajo no hay capacidad de fundar una familia, lo que estrecha año a año la pirámide poblacional de España, condenada al desierto demográfico o a la inmigración masiva. Cada año, desde 2009, se supera el récord de menos nacimientos del año inmediato anterior. La ausencia de hijos entre los jóvenes es una anomalía antropológica que se vive como un triunfo del progreso. Pero sin el impulso desesperado de la lucha por la supervivencia de la prole, la experiencia vital se vuelve una mascarada de falsos problemas y exigencias egoístas. No ayuda en ese escenario la ideología del cambio climático, que transmite la sensación de que el futuro está cancelado. Tampoco ayuda la ideología de género, que vuelve a los hombres, la mitad de los jóvenes, potenciales agresores sexuales, con lo que toda su energía hormonal, fuerza transformadora donde las haya, queda domesticada detrás de una pantalla, las borracheras de fin de semana o el placer fácil de las drogas. No debe sorprendernos entonces las altas tasas de suicidio entre los jóvenes españoles, estadística silenciada en los medios pero aterradora (se trata sin más de la primera causa de muerte en ese rango de edad).  

Tampoco debe sorprendernos que el nacionalismo, esa infecta ideología que sustituye la ciudadanía por la tribu y que impregna España a derecha e izquierda, sea un imán para los jóvenes. El nacionalismo, periférico o central, les vende un nosotros al cual pertenecer. También un plan de futuro. Incluso les da cobertura moral para la rebeldía y la transgresión, instinto inherente a los jóvenes. Lo mismo paso con el gregarismo comunista, que solo ha servido para incluir de manera incómoda a sus líderes entre las viejas élites.

Como España es un gran país para ser empleado fijo, funcionario público o jubilado, eso produce un cuerpo de votantes conservador que perpetua a los partidos que les garantizan el disfrute de esos privilegios disfrazados de derechos. Y lo tiene mayoritariamente en el PSOE, pero también en el ala conservadora del PP. Los problemas están llamados a perpetuarse. 

Diario de la guerra del cerdo, genial novela distópica de Bioy Casares, los jóvenes deciden declarar la guerra a los ancianos y se organizan para asesinarlos. Metáfora del peronismo y su impulso destructor, la novela tiene su correlato inverso en España: los derechos adquiridos son los de los mayores y los que se quedan en el camino son los jóvenes. 

España necesita una revolución verdaderamente liberal, y unos jóvenes sin miedo.

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