El apaciguamiento
«Sánchez y el PSOE son para Puigdemont la encarnación de España, el enemigo histórico a batir, ahora o cuando sea. También el PP o todo lo que huela a español»
Hace unos diez años tuve una conversación con un amigo nacionalista, nacionalista duro, de esos que creen que la nación como identidad colectiva está por encima de la libertad de los individuos. Era de Convergència, el histórico partido de Jordi Pujol que entonces lideraba Artur Mas y que el 11 de septiembre de 2012, tras una multitudinaria manifestación, se decantó definitivamente por la independencia de Cataluña cuando hasta aquel momento, al menos «oficialmente», había defendido la autonomía.
No fue un cambio radical por dos razones. Primera, porque desde el primer Gobierno Pujol, en 1980 este cambio se estaba preparando, se caldeaba el ambiente a través de lo que llamaban fase de «construcción nacional»: había que ir moldeando a los catalanes para que fueran auténticos nacionalistas identitarios.
Con este objetivo, se utilizó a la escuela, al mundo de la cultura, a las asociaciones más diversas y, sobre todo, a los medios de comunicación que controlaban, en especial las radios y televisiones de la Generalitat, para que los nacionalistas identitarios fueran mayoría. Era la fase que preparaba la definitiva, el paso a la independencia.
Incluso la doctrina oficial del partido de Pujol desde finales del siglo pasado, para concretar una fecha desde 1998 en que se firmó -junto con el PNV y BNG- la «Declaración de Barcelona», fue considerar que Cataluña – así como el País Vasco y Galicia – eran «naciones soberanas» y podían utilizar esta potencial soberanía para declararse independientes cuando lo consideraran conveniente.
Por tanto, la cosa venía de muy lejos. Sin remontarnos a épocas pasadas, en el discurso de investidura de Pujol de 1980, dijo que su gobierno sería nacionalista y llevaría a cabo una acción política nacionalista. Por tanto, no engañaba a nadie, era claro en sus planteamientos.
«Los nacionalistas, antes que de izquierdas, de derechas o de centro son por encima de todo nacionalistas»
Lo raro, lo que demostraba una gran ignorancia sobre el significado del término nacionalista, era que Pujol, además de con los votos de ERC, fue investido presidente gracias a los de UCD. Como UCD era un partido centrista y Convergència también, era natural se apoyaran mutuamente en el Parlamento catalán. Grave error: los nacionalistas, antes que de izquierdas, de derechas o de centro son por encima de todo nacionalistas.
Por lo visto, UCD consideraba que lo del nacionalismo era un detalle sin importancia, a pesar de que ya en aquellos tiempos, en las manifestaciones unitarias por la democracia y en favor de la Constitución, en las filas de Convergència se coreaba «Avui paciéncia, demà independència» [Hoy paciencia, mañana independencia]. El partido ya deseaba la independencia, lo que sucedía era que todavía los catalanes, incluso muchos de los que votaban a Pujol, aún no estaban preparados para la fase definitiva. Antes había que construir la nación.
Gran paradoja, por cierto, porque también sostenían los convergentes que Cataluña era una nación desde siempre y en 1987 conmemoraron, con gran pompa y boato, en colaboración, todo hay que decirlo, con el PSC, nada menos que los mil años del nacimiento de Cataluña, una tergiversación de la historia para demostrar que si España empezó a serlo con los Reyes Católicos (otra tergiversación histórica), Cataluña ya era una nación desde 500 años antes. Por tanto, la paradoja consistía en que había que «construir Cataluña» cuando a la vez se conmemoraba que ya estaba construida desde hacía mil años.
El nacionalismo identitario no se sostiene desde un punto de vista racional porque está basado en los sentimientos y sólo puede entenderse desde un punto de vista emocional. Y para emociones, buenos son los de Puigdemont y los de Junqueras, así como también, aunque lo disimulen, los socialistas catalanes, tan calladitos hoy y tan inútiles siempre en la lucha por la democracia, la libertad y la igualdad de los ciudadanos de Cataluña. Es decir, lo que está sucediendo proviene de aquellos tiempos y sin entenderlos no se puede comprender lo que ocurre hoy.
«Los independentistas están contra el Estado de derecho, contra las leyes y las resoluciones judiciales»
Pero desde el año 2012 se acabó la construcción nacional, se acabó el tiempo de la paciencia y estamos en el tiempo de la independencia, lo cual supone, dado que nuestra democracia es constitucional, que los independentistas están contra el Estado de derecho, contra las leyes y las resoluciones judiciales. Vulnerarlas, si es preciso, es un deber de todo catalán y si no cumple con este deber, es un mal catalán y un traidor a su patria. Esto es lo que piensa Puigdemont y los suyos, Junqueras y los suyos: no lo duden.
¿Qué me decía el amigo nacionalista mencionado al principio? Yo le planteaba que el error de los independentistas era que separarse de España iba en perjuicio de los catalanes, que su economía dependía en gran parte del comercio con el resto de España, que se dividía a los ciudadanos en dos bandos enfrentados con riesgo de un conflicto civil, aunque no fuera bélico, y que con toda seguridad, porque está previsto en los Tratados y ha sido repetido mil veces por los dirigentes de la Unión Europea, el territorio de Cataluña quedaría excluido de Europa, se situaría en un limbo internacional que duraría muchos años.
Ninguna de estas cosas hacía mella en el ánimo de mi amigo: «Me da igual» – decía -, «el sueño de mi vida es vivir en una Cataluña separada de España. Ya sé que pasaremos grandes penalidades económicas, que no estaremos en la Unión Europea, que las tensiones sociales serán muy grandes y complicadas. Pero seremos libres».
No me quedé estupefacto porque había conocido a otros muchos catalanes que pensaban y decían lo mismo, que consideraban que la libertad no era individual sino colectiva, que no atendían a razones argumentadas sino a puros efluvios sentimentales. Y ante el suicidio colectivo que podía suponer una hipotética independencia no dudaban en optar por el suicidio. Eran nacionalistas de una pieza, integristas totales, ciegos ante la razón.
«El punto central de la política de Junts y ERC es separarse del resto de España, desprestigiarla al máximo posible»
Lean las declaraciones de Pedro Sánchez en La Vanguardia del domingo pasado. Sostiene que sus esfuerzos van encaminados a implicar en el Gobierno de España a Junts y a Esquerra, a Puigdemont y a Junqueras. O es un farsante, o es un ignorante o es un ingenuo. Escojan.
El punto central de la política de ambos partidos es separarse del resto de España, desprestigiarla al máximo posible, les da igual el PSOE que el PP, ambos son partidos españoles, son los enemigos. Su política sólo tiene una finalidad: separarse de España. Las estrategias y las tácticas pueden variar pero el fin, ya desde la época Pujol, es el mismo y harán sólo lo que a ellos les interese para llegar a este fin.
Mientras, como siempre, irán mareando la perdiz, hasta que encuentren el momento oportuno y este momento puede llegar, la historia nos enseña que muchas veces llega sin avisar, nadie preveía que estallaría una guerra mundial en 1914, ni que Hitler invadiría Polonia en la fecha que lo hizo, ni que Putin desataría una guerra en Ucrania o que Hamás cometería el terrible atentado de hace dos meses.
El otro día pensaba en Chamberlain cuando escuchaba a Sánchez declarar que se debía implicar a los independentistas en el Gobierno de España. El apaciguamiento. ¡Pobre hombre, qué ridículo hará ante la historia! Lo que está sucediendo no es ninguna sorpresa. Puigdemont estrujará a Sánchez hasta el final, Sánchez y el PSOE, aunque algunos no lo crean, para Puigdemont son España, la encarnación de España, son el enemigo a batir, ahora o dentro de los años que sean, son el enemigo histórico, desde hace siglos, también el PP o todo lo que huela a español.
El nacionalismo identitario es una ideología tóxica. Comparto lo que dijo Albert Camus en Cartas a un amigo alemán: «Amo demasiado a mi país para ser nacionalista». Y cuando el gran escritor decía «país» se refería a los ciudadanos de su país. Los manejos de Puigdemont no puede sorprender a nadie que conozca bien la historia del nacionalismo catalán. Y nadie merece ser presidente del Gobierno si no conoce esta historia.