Esperanza de España, o no
«Esa unidad de tiranteces y sinsabores, de creatividad y triunfos, de diferencias vinculadas es el ‘sello inconfundible’ de España. Quizá esa sea la esperanza»
La defensa ignorante de la Leyenda Negra, al modo de Urtasun, el ministro woke, como renegar del país, al estilo de los indepes, es lo más natural del alma española desde 1700. No es que la historia se repita. Lo siento por los amantes de los mantras fáciles. El motivo es que existen constantes que nos persiguen en la fortuna y en la adversidad, lo que es algo común en sociedades de raigambre como la nuestra. De hecho, si hay un país que se ha empeñado en pensarse a sí mismo una y otra vez, en un narcisismo clínico, es España.
De ahí ese rumiar el alma y la esencia de este país, o la presencia pesada del «problema español» y de esa copia que es el «problema catalán». Cataluña, como España, no se pone de acuerdo en quién es, dónde quiere estar ni para qué, ni en su historia, mentalidad y proyecto. Estas dudas, debates, odios y desencuentros demuestran que los catalanes son tan españoles como los demás.
Lo cuenta muy bien uno de los grandes filósofos de la España del siglo XX, denostado por el mundo progre por el terrible pecado de ser católico. Estoy hablando de Manuel García Morente (1886-1942), cuyos Ensayos sobre el progreso dejan transparente la opacidad de los totalitarios desde Rousseau. Ahora, Ediciones Encuentro ha recuperado dos conferencias que pronunció en 1934 bajo el título Esperanza de España, un libro breve que se antoja interesante para estos tiempos de zozobra sobre el futuro nacional. Si leen su obra, cosa que recomiendo, no se pierdan en sus textos la sensatez erudita del pensador templado, cuya profundidad no aturde, y que muestra la superficialidad de muchos adanistas actuales.
España tiene su biografía, como un individuo, nos cuenta el filósofo, que posee un alma forjada en la Historia. García Morente entendió que había cuatro etapas en esa evolución. Una primera de preparación, que es la Antigüedad, una segunda de formación, la Reconquista, una tercera de expansión, la conquista de América, y la última, la de recogimiento y ensimismamiento, desde 1700, pensando en sí misma, en su personalidad, composición y futuro.
Y en esta última etapa estamos, decía García Morente en 1934 tras un regeneracionismo omnipresente en las letras y las instituciones, barruntando qué quiere ser España. Esa inquietud es justamente la esencia vital del país, ese choque de voluntades, proyectos y deseos que conforman la nación, incluidos aquellos que no quieren estar en ella, que la odian y sueñan su rompimiento y ruina. En esto García Morente clavó a los independentistas, cuya ansia de romper y renunciar es tan típicamente española que sirve para ejemplificar el alma y la esencia del país.
«Sin esa mezcla absurda de amor y odio entre nosotros no sería España»
El español y los nacionalistas periféricos que se creen algo distinto, lo que buscan es el reconocimiento de su dignidad, a diferencia de otros pueblos europeos. No quieren aplausos o la admiración general, como la antigua Grecia, o mandar, como Roma, ni siquiera imponerse económicamente como el Reino Unido o Estados Unidos, contaba García Morente, sino tener razón frente a otros compatriotas. Lo llamaba «dignidad», el falso honor del hidalgo, la búsqueda de la distinción aparente, como esa manía de usar una lengua local para excluir al resto de españoles.
¿Y qué hay de la esperanza? ¿Existe un punto final, de mejora en la armonía y la concordia que ponga fin a los enfrentamientos?, se preguntaba el filósofo. No. Somos así. Es nuestra propia naturaleza como pueblo. Nos lo ha legado la Historia, una generación tras otra. Es una mentalidad y un quehacer. Sin esa mezcla absurda de amor y odio entre nosotros no sería España. Incluso dejaríamos de ser españoles si, por ejemplo, todos estuviéramos orgullosos por lo bueno que el país ha dado al mundo, apuntó García Morente como luego hizo Julián Marías. De ahí el éxito entre la izquierda del relato acientífico de la Leyenda Negra.
A diferencia de otros países que hicieron la «guerra al moro», escribió García Morente, la larguísima Reconquista se hizo mezclados social, cultural y tecnológicamente con los musulmanes. Luego, la conquista de América tuvo el mismo espíritu, la fusión con los indígenas y la aparición de algo nuevo. Tanto uno como otro acontecimiento fueron el resultado del alma española, del mismo espíritu de unión que mantiene fusionadas las «cuatro regiones españolas» —el norte cántabro, la Castilla mesetaria, el Levante y Andalucía—. Esa unidad de tiranteces y sinsabores, de creatividad y triunfos, de diferencias vinculadas es el «sello inconfundible» de España. Quizá esa sea la esperanza.