THE OBJECTIVE
Alejandro Molina

De linaje, políticos y museos

«No aparece candidato ni cargo que se diga de izquierdas que no debute presentando como credencial que viene de familia socialista, comunista o sindicalista»

Opinión
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De linaje, políticos y museos

Ilustración de Alejandra Svriz.

Tiene uno escrito en estas mismas páginas que España es país de estirpes; no sólo en la empresa, la banca y así, que sería lo normal por sucesión hereditaria, sino que también alcanza la herencia del linaje al periodismo, al toreo, la canción ligera y hasta a las variedades que asoman por la televisión.

Pero también es España país de sagas en lo que a los políticos se refiere. Alguien desavisado pudiera pensar que lo de la alcurnia política es cosa propia de -qué sé yo- el arraigado ruralismo gallego, que extendería los perversos efectos del caciquismo hasta nuestros días. Que no digo yo que no quede algo de eso; pero qué va: me da a mí que, de verdad, donde no hay aspirante que no aflore hoy su abolengo familiar para hacerse un hueco es, en realidad, en la izquierda política. Así, no aparece candidato ni cargo nombrado que se diga izquierdas que no debute presentando como credencial que viene de familia socialista, comunista o sindicalista «de toda la vida»; como si tal fuera un aval de solvencia, honestidad o aptitud, una suerte de pureza de sangre ideológica, una garantía hereditaria por consanguineidad. Como la Corona, o los títulos nobiliarios nada menos.

No hay expresión –«de toda la vida»- más alejada de cualquier ideal revolucionario: ese intentar hacerse un sitio en la vida haciendo valer el origen de cuna. Pero qué se le va a hacer; hay una izquierda que lleva tanto tiempo instalada tocando pelo en lo público, embarrada en el clientelismo familiar, que realmente llevan pasándose cargos de padres a hijos y colaterales, pues, coño, toda la vida.

Me acuerdo ahora de aquella Bibiana Aído, incorporada a las Juventudes Socialistas a los 16 años, siendo su padre alcalde socialista del bello municipio de Alcalá de los Gazules. Su única vida laboral equiparable -de lejos- a un empleo se reducía a un año y pico de administrativa en una Caja Rural andaluza. A partir de ahí, su linaje socialista la llevó de cargo en cargo… hasta la ONU, y hasta su novio de entonces acabó de delegado de la Junta de Andalucía en Madrid.

Dirá alguno que escarbo insidiosamente en la arqueología del nepotismo folclorista andaluz, aquel de los cuarenta años del PSOE sevillí. Pero no: nuestra vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz (Yoli Lanada para los maledicentes, por sus haikus vacíos) debutó ante la prensa, en El País, en una novillada con mansos sin picadores, blasonando de provenir de «una familia comunista de toda la vida»; al punto que, cayendo en un relicarismo rayano en la pecaminosa idolatría, explicaba su temprana vocación política (desde los 16 años en el Partido Comunista) porque «con cuatro años, Santiago Carrillo me besó la mano». Hasta donde me alcanza no enseñó en El País los estigmas de la saliva alcalina del Santo.

«El ministro de Cultura nunca alardea de la familia de falangistas -nieto y sobrino- ‘de toda la vida’ de la que proviene»

Pero en esto de los linajes, pasa como con el colesterol, que hay uno bueno y otro malo, y uno siempre alardea delante del médico de los valores del bueno. Por ejemplo, el muchacho este que se desempeña ahora como ministro de Cultura, que sin conocer ninguno de los museos nacionales quiere revisar qué y cómo se expone en los mismos para «superar el marco colonial», nunca alardea de la familia de falangistas -nieto y sobrino- «de toda la vida» de la que proviene. Y hace bien, que a nadie le ha de importar ni a él le habría de desmerecer su valía la militancia política, méritos o deméritos de sus ancestros. Pero entonces que no nos enseñe la baba de Carrillo la Yoli Lanada.

Al ministro Urtasun (adscrito a Esquerra Verda, un adminículo político de los tantos bajo el paraguas de Yoli), me da a mí que en lo de erradicar el colonialismo de los museos le puede pasar como con lo del colesterol: que piense que hay un colonialismo bueno y otro malo, acabe haciendo lo que hace unos años intentaron sus conmilitones nacionalistas con el Museo Etnológico que había en Montjuïc; que de universal lo quisieron jibarizar a local, orientándolo a las tradiciones, fiestas y costumbres catalanas, con la deslumbrante exhibición, por ejemplo, de figuritas de belén, gegants (los gigantes -y cabezudos- «de toda la vida»), porrones y utensilios agrícolas: la identidad catalana. De un museo de etnología -por tanto universal- al museo dels pastorets; pero «descolonizado», eso sí.

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