Tractores que roturan Europa
«Es hora de diseñar una estrategia alimentaria europea que aúne sostenibilidad, producción, renta justa para los agricultores y despensa para los ciudadanos»
Los tractores han salido a la calle en varios países europeos. Nunca se habían manifestado de forma tan masiva y extensa. Alemania, Francia, Bélgica y un rosario de naciones europeas han temblado bajo la inesperada furia de agricultores y ganaderos. ¿Qué les pasa?, se preguntan los inadvertidos. Tractoradas en Europa que pronto llegarán España. ¿Por qué lo hacen?, se repite atónita una sociedad eminentemente urbana, asombrada ante la fuerza y repercusión de cortes y manifestaciones. No los entienden. Si los precios de los alimentos han subido una barbaridad estos dos últimos años –se dicen-, los agricultores habrán ganado muchísimo. ¿Por qué protestan, entonces? Y, encima, la PAC –la Política Agraria Comunitaria– los riega con miles de millones de euros por no hacer nada, ¿cómo son, entonces, tan desagradecidos?
Los agricultores, solos y abandonados, salen a la calle sin otro apoyo que sus asociaciones profesionales. Y hacen bien. Sus protestas están más que justificadas y no deben politizarse. Se juega su supervivencia y, visto lo visto, no deben esperar más apoyo que la fuerza de sus manifestaciones, razones y argumentos. Alimentan a una sociedad que los desprecia y arruina sin ser consciente del riesgo de desabastecimiento que su desatino puede provocar.
Pero vayamos por partes. ¿Por qué protestan los agricultores europeos? No resulta fácil el simplificar las motivaciones de estas manifestaciones, pues muchas son las geografías y más variadas aún sus producciones y agriculturas. Pero dos son las palabras que pueden resumir las causas múltiples que impulsan a esos productores que, abandonando sus tierras y granjas, colapsan las grandes urbes decisorias de las políticas que los asfixian. ¿Cuáles son estas dos palabras? Pues hartazgo y desesperanza. Desesperanza ante su progresiva ruina, hartazgo ante el descrédito y persecución por parte de una sociedad que no valora su trabajo como productores de alimentos y que los considera, tristemente, como enemigos recalcitrantes del medio ambiente.
Despreciados, acosados, controlados y arruinados, han salido a la calle para decirnos que se mueren, que quieren vivir, que desean alimentarnos y trabajar en paz, que precisan de una digna rentabilidad, que se ahogan en burocracias, papeles y cuadernos digitales, que necesitan que les respetemos y que, por favor y sobre todo, no les persigamos más. Tarde o temprano, la explosión tenía que producirse, y lo ha hecho en un momento oportuno, con unas elecciones europeas en el horizonte inmediato. Exteriorizan su rabia acumulada, sin alcanzar a compartir las reivindicaciones concretas que pretenden. Esas, ya llegarán. Pero era preciso, por el bien de todos, que dijeran basta ya y los han hecho con el estruendo de sus tractoradas.
En efecto, el inicial malestar difuso fue adquiriendo dramatismo tras los desatinos sufridos durante décadas. Por eso han explotado, sin que hayan perfilado sus peticiones y reivindicaciones. No aguantaban más y han salido para gritar al universo su angustia esencial. Su hartazgo y desesperanza se abonan por tres grandes familias de razones: primero, por las pérdidas económicas; segundo, por el desprecio y desconfianza con la que son tratados y, por último, por una patética PAC con su rosario de burocracias que los aplasta y controla.
«Prácticamente todos sus sectores y especialidades son considerados como enemigos del medio ambiente»
En efecto, la bajísima rentabilidad media de las explotaciones agrarias, cuando no sus abiertas pérdidas, los conduce a la ruina. Es cierto que algunos cultivos son rentables, incluso unos pocos muy rentables, pero son la excepción que confirma la regla. A los agricultores, ganaderos y pescadores no les salen las cuentas y ven, con temor, como, año a año, los números rojos y las deudas se incrementan. Y, por si fuera poco, la sequía ha reaparecido para golpearlos con fuerza. Por otra parte, están hartos, agotados, de sentirse despreciados, minusvalorados, perseguidos, desprestigiados. Esta consideración moral es muy importante, pues prácticamente todos sus sectores y especialidades son considerados como enemigos del medio ambiente, sin reparar en que, precisamente, ha sido el mundo rural –que no el urbano– el que nos ha legado la naturaleza que disfrutamos y que, eso sí, debemos cuidar y mimar.
Y, como culmen del despropósito, una patética PAC obsesionada por controlar todas y cada una de las faenas de los agricultores, de los que desconfía y a los que somete al yugo de un cuaderno digital que, en plan Gran Hermano, todo lo controla y sabe. En líneas generales, estos son los ingredientes básicos de su grito desesperado, del que también nos llega el eco distorsionado de competencias desleales y dumpings comerciales, probablemente más como chivos expiatorios que como causas reales de su situación. No entraremos en las fantochadas francesas contra nuestras producciones, por no desviarnos del objetivo de nuestros razonamientos.
Los agricultores protestan, con razón, aunque no logren concretar sus peticiones ni consensuarlas ni nacional ni europeamente, como sería recomendable. Se trata de una explosión de rabia acumulada, más que de unas reivindicaciones concretas, que, sin duda alguna, más tarde propondrán, ojalá acierten al formularlas.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Lo hemos reflexionado en artículos y en el ensayo La venganza del campo (Almuzara). La abundancia de alimentos y sus precios extraordinariamente bajos por décadas, motivados por la globalización y la concentración de la distribución, hizo que la alimentación resultara tan barata que dejara de ser un problema para la sociedad occidental. Se despreocupó de ella y de sus productores, convencida, como estaba, de que la comida aparecía por generación espontánea en los anaqueles de los supermercados. Mientras se producía ese desapego entre la ciudad y el campo, los nuevos y positivos valores medioambientales y de sostenibilidad se convirtieron en una prioridad, al punto que los agricultores, ya despreciados, pasaron a ser considerados, progresivamente, como enemigos del medio ambiente. Al urbanita que salía al campo le molestaban regadíos, granjas, silos, embalses, cercas y cualquier infraestructura productiva. Quería el campo para pasear y esos insanos, peligrosos y parásitos agricultores se lo impedían. Y como las ciudades mandan, el espíritu de las leyes siguió su hálito.
«La actual PAC fue escrita con inspiración y guion de crónica de suicidio anunciado»
La agricultura fue sentenciada a ser sacrificada ante el altar expiatorio del insaciable dios ambiental. Nadie pareció reparar en que, sin agricultura, o se come muy caro o, directamente, no se come, lo que no parece ni sabio ni recomendable, desde luego. Y la PAC siguió el mismo camino redentor, más preocupada del discurso verde que de la despensa de sus ciudadanos. Y, así, de manera suicida, decidió externalizarla. Que otros produzcan los alimentos que precisamos, parecen decirnos, que el campo europeo es para el solaz y recreo de los urbanitas, que para eso nos votan. Irresponsables. ¿Cómo dejar la llave de nuestra despensa en manos de otros en estos tiempos de conflictos y guerras? La actual PAC fue escrita con inspiración y guion de crónica de suicidio anunciado. Todos lo sabían, pero nadie hizo nada para impedirlo, hasta que los agricultores gritaron, con el altavoz de sus tractores, que hasta aquí habíamos llegado.
Lo ideal es conseguir un razonable y sostenible equilibrio entre medio ambiente y producción agrícola. Sin embargo, Europa optó por confrontarlas y su apuesta ambiental se hizo contra la agricultura, que no junto a ella, lo que hubiera sido deseable. Debemos aspirar a una naturaleza hermosa y a una despensa llena como objetivo compartido. Pero no, no fue así, y se decidió castigar sin más a las producciones agrarias. Alguien no cayó en la cuenta de que, si se limitaban cosechas y superficies de cultivo, si se restringían y encarecían las técnicas de cultivo, si se aplastaban en papeles y junglas administrativas, si se limitaban regadíos e insumos, al final se producirían muchos menos alimentos, lo que los encarecería extraordinariamente. Moraleja, lo que bautizamos como venganza del campo, llegó ineludiblemente. La cesta de la compra experimentó una subida que no ha hecho sino comenzar, sin que parezca, por ahora, tener techo. Y no lo tendrá mientras permanezca el acoso a la producción agraria con la desgraciada intensidad que hasta ahora hemos conocido.
Las tractoradas resultaban inevitables. Los agricultores venderán cara su piel, lucharán por no morir. Pero, por ahora, no encontrarán demasiado apoyo ni calor en una sociedad sobrealimentada. Sólo cuando la cesta de la compra se ponga a precios prohibitivos, se verán reconocidos y mimados. Ojalá esa venganza del campo no llegue a consumarse con toda su crueldad, hacen bien los agricultores en advertir de ello a la sociedad con sus gritos y tractores.
La política agraria europea tiene que cambiar. El sector primario debe garantizar a su población una alimentación variada, suficiente, sostenible, sana y, encima, a un precio razonable. Pero hoy, desgraciadamente, ni está ni se le espera en estas lides. La PAC posee ya una larga historia. Fue una de las primeras políticas comunes europeas, sobre todo a impulso de Francia. Primero estimuló la producción, para garantizar la alimentación en la Europa devastada de la posguerra. Tuvo tal éxito que generó excedentes, las famosas montañas de mantequilla. Esa realidad la hizo virar cuando, además, la apertura de fronteras merced a la globalización, hizo que los precios de mercado, ya liberalizados, se desplomaran. Se decidió entonces apostar por unos pagos directos para garantizar la renta agraria, de manera desligada de la producción. De hecho, obligaba a barbechos e incentivaba el abandono de tierras y la repoblación forestal. Fue una política bien intencionada, necesaria para mantener la renta de los agricultores, pero que resultó mal explicada. La población escuchaba aquello tan demagógico de que a los agricultores se les pagaba por no producir, lo que ahondó su descrédito.
«La agricultura europea, hoy en día, se encuentra por completo intervenida»
La PAC continuó avanzando y, con cada nuevo paso, el intervencionismo se incrementó y el papeleo se complicó. Y en esas estábamos cuando, en la última reforma, los valores ambientales se priorizaron frente a los puramente agrarios. Los sesudos autores de la PAC hicieron suyo el falaz imaginario del agricultor como cuidador del medio ambiente, mientras lo controlaba con desconfianza, al considerarlo como sospechoso habitual. La agricultura europea, hoy en día, se encuentra por completo intervenida. Los cultivos, su rotación y sus faenas se deciden en profusos reglamentos comunitarios y no en el tajo ni en la besana. Ningún otro sector está tan observado y controlado por complejos cuadernos de campo como lo están los agricultores. El artefacto burocrático de la PAC parece diseñado por un demente intervencionista al que los agricultores no le caen nada bien, por lo que decidió castigarlos.
Por todo ello, hacen bien los tractores en salir a las calles, en un momento oportuno, además. Es la justa hora de hacerlo, ya que hasta ahora nadie les hizo caso. Tenemos elecciones europeas que traerán nuevas políticas que, ojalá, comprendan la imprescindible necesidad de garantizar de manera sostenible, eso sí, la despensa de los europeos. Producción agraria y medio ambiente deben caminar de la mano, y no confrontados, tal y como se ha tratado de vender falsa e interesadamente hasta ahora.
Apoyamos las manifestaciones de los agricultores. Hacen bien en gritar su desesperanza. Pero pronto, tendrán que sentarse a negociar y tener bien claro que es lo que piden con exactitud. Si sólo reclaman más subvenciones, no serán bien entendidos por una sociedad que desconfía de ellos. Es hora de diseñar, de crear de manera compartida una estrategia alimentaria europea que consiga aunar sostenibilidad, producción agraria, renta justa para los agricultores y despensa sana, variada y a precio justo para los ciudadanos. ¿Se conseguirá? Esperemos que sí. Pero mientras esto ocurre, que los tractores roturen con sus cláxones el asfalto donde se cuecen esas absurdas leyes que hasta ahora los asfixiaron.