THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

Agua y alimentación, olvidadas

«Las restricciones que hoy sufrimos no sólo tienen como causa a la maldita sequía, sino que, en gran medida, se deben a la ausencia de política hídrica»

Opinión
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Agua y alimentación, olvidadas

Un agricultor trabaja en el campo.

La sequía nos muestra su peor rostro. Al abrir los grifos de una parte de España, no mana el agua deseada y necesaria. ¿Quién es el responsable de esos grifos secos? Pues, en gran medida, nosotros mismos, por haber abandonado, durante demasiado tiempo ya, las inversiones hidráulicas que precisamos. Las restricciones que hoy sufrimos en distintas regiones no sólo tienen como causa a la maldita sequía, sino que, en gran medida, se deben a la ausencia de política hídrica. Nuestra falta de previsión y de voluntad son responsables, en buena parte, del desabastecimiento que padecen familias, negocios y, también hay que decirlo, agricultores.

Sea por al cambio climático, sea por los habituales ciclos pluviométricos –muy variados y extremos en nuestro país– sabemos que tarde o temprano sufriremos periódicos ciclos de escasez hídrica. Por tanto, sería de gobernantes sabios y prudentes el prepararse adecuadamente para aliviar el rigor de las seguras sequías. ¿Lo hacemos? No. ¿Por qué? Pues esa, querido lector, es la gran cuestión. ¿Por qué hemos decidido no hacer nada aun a sabiendas de que periódicamente nos faltará el agua en una u otra zona de España? No es fácil proporcionar una respuesta a esta paradójica y contradictoria pregunta, pues, de manera cierta, aceptamos el perjudicarnos a nosotros mismos. ¿Qué fuerzas tan poderosas nos animan a pegarnos tiros en los pies de manera tan clamorosa y necia?

Pues la respuesta se debe conjugar en clave política, con entonación ideológica. Cuando sus señorías debaten sobre políticas hidráulicas nunca lo hacen sobre necesidades, capacidades y hectómetros cúbicos, sino que, prioritariamente, argumentan en base ideológica con una lógica tan repetitiva como falaz, la de que las inversiones hidráulicas atentan contra la naturaleza. Al tiempo, se jalean los atávicos rencores de aldea y terruño. Mi agua es mía y de nadie más, de aquí no sale ni una gota. Pues que bien, así nos va.

Por todo ello, la política hidráulica quedó congelada. De aquellas aguas, estos lodos. Ante la inacción, los grifos secos. Pero, dado que el respeto medioambiental es una prioridad a la que no podemos ni queremos renunciar, ¿se podría conjugar una política hidráulica sensata y sostenible, respetuosa con el medioambiente, que optimizara el uso del agua y que paliara los rigores de la sequía? Pues, la respuesta, sin duda alguna, es sí. Se podría conseguir. Correspondería a la política el decidir las necesidades y los requerimientos, las prioridades y las prevenciones. Y, después, a los ingenieros el calcular, hacer y gestionar. Nos llevaríamos una gratísima sorpresa si conociéramos el potencial de mejora hidráulica que presentamos como país. Lo importante es la voluntad compartida, desgraciada y suicidamente hoy, lejana y difusa.

La política hidráulica es necesariamente compleja, con muchos factores y posibilidades a considerar. Un auténtico puzle, con piezas como desalaciones, reutilización de aguas residuales, optimización de redes y regadíos, aguas profundas o gestión de acuíferos y trasvases, por citar tan sólo algunas de las más conocidas y destacadas. Nuestra realidad autonómica, en la que hasta las cuencas hidrográficas – una demarcación impuesta por la geología -, han quedado divididas, dificulta, sin duda alguna, la gestión integral del agua que tanto precisamos.

«Esperemos que la cordura colectiva nos permita abordar las inversiones y políticas hídricas que precisamos»

Llama la atención que las grandes inversiones hidráulicas parezcan imposibles de llevar a cabo, mientras asistimos, encantados, al anuncio de grandísimas y aventuradas inversiones en gaseoductos de hidrógeno líquido a alta presión que atravesarían la península por completo. Ante esta evidencia, nos preguntamos: ¿por qué en el agua no son posibles las inversiones y en la energía sí? Claramente por una cuestión de prioridad y discurso. Esperemos que la cordura colectiva nos permita abordar las inversiones y políticas hídricas que precisamos y que no sea el dolor de sequías y restricciones el que, tarde, mal y a regañadientes, nos obligue a acometerlas.

No olvidemos que agua significa también alimentación, por lo que debemos recordar aquello tan sabio de que con las cosas de comer no se debe jugar frívolamente. En estos momentos de sequía leemos y escuchamos, con preocupación, voces diversas arremetiendo contra el uso agrícola del agua, confrontándolo con las necesidades urbanas. Supuestamente, el campo robaría el agua que precisan las familias, parecen decirnos los que atacan los regadíos. Estamos ante una muestra más del acoso sufrido por la agricultura durante estas últimas décadas, vista como enemiga del medioambiente y despreciada como proveedora de alimentos. Ya hemos escrito mucho sobre el porqué de este paradójico comportamiento, que tendrá –o ya tiene– como consecuencia la conocida como venganza del campo.

La desglobalización, los conflictos y las restricciones que han asfixiado a los agricultores, al punto de la ruina y el abandono, harán que, inevitablemente, entremos en un ciclo alcista de precios agrarios, que repercutirá con severidad en la cesta de la compra de continuar las cosas tal y como ahora están. Como sociedad tendremos que decidir qué queremos. Si continuamos persiguiendo a los trasvases y restringiendo los regadíos, el consumo de frutas y verduras quedará restringido a las clases pudientes. ¿Por qué no, entonces, gestionamos razonablemente el agua y los regadíos para conseguir aunar garantía de suministro, sostenibilidad, respeto al medio ambiente y a los caudales ecológicos, por un lado, con la producción variada de hortalizas a un precio razonable por otro? Agua y agricultura son dos caras de una misma moneda, la alimentación que precisamos, además de simbióticas y complementarias.

Precisamente, esta semana pasada se presentó en sociedad, en el Instituto de Ingeniería en Madrid, el Foro Agua, Alimentación y Sostenibilidad, impulsado por el colectivo de ingenieros de caminos e ingenieros agrónomos, a los que, probablemente, se le unirán los industriales en cuanto a la faceta energética, necesariamente precisa en la ecuación a resolver. Pensemos, por ejemplo, en las elevaciones como almacenamiento de energía, que tanto juego dará a las comunidades de regantes. El Foro pretende aglutinar el conocimiento de ingenieros, técnicos, científicos, agricultores y ganaderos con la finalidad de aportar soluciones sostenibles, adaptativas e innovadoras a las necesidades reales de la población, mediante la gestión integral de los recursos hídricos y de la producción agroalimentaria. Está presidido por José Trigueros, presidente de la Asociación de Ingenieros de Caminos y su vicepresidenta es María Cruz Díaz, presidenta de la Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos.

«La Unión Europea tendrá que apostar por una estrategia alimentaria, al igual que hizo con la energética»

El enfoque de esta asociación nos parece muy acertado y, sobre todo, tremendamente oportuno. Ahora, más que nunca, es necesario el debate sosegado sobre la gestión del agua y el suministro alimentario, todo ello, por supuesto, garantizando la sostenibilidad irrenunciable. La ingeniería española ha demostrado con creces su excelencia a la hora de satisfacer retos y demandas. Dejémosla trabajar y nos devolverán con creces lo invertido.

Tarde o temprano –esperemos por nuestro bien que pronto-, la Unión Europea tendrá que apostar por una estrategia alimentaria, al igual que hizo con la energética. Es hora de enterrar la patética PAC actual, que parece apostar por la externalización de nuestra despensa a terceros países, a pesar de ser tiempo de conflictos y guerras. Nuestro campo para pasear, parecen proclamar, que ya producirán otros por ahí. Pagaremos las consecuencias de este desvarío comunitario. Creemos que esa miopía comienza a corregirse, y esperamos grandes consensos en la próxima legislatura europea para garantizar a nuestros ciudadanos una alimentación variada, sana, sostenible y, sobre todo, a un precio razonable. Garantía de suministro alimentario, le dicen, y a ello deberíamos ponernos. Estrategia alimentaria que necesariamente se tiene que aunar con la del agua, sobre todo en los países mediterráneos, tal y como en estas líneas defendemos.

En España son muchos los ejemplos de buena gestión hídrica, de los que podemos aprender. La semana pasada asistí a un acto –lleno absoluto de sala– en Lorca, organizado por su Comunidad de Regantes, bajo la mano experta de la consultora BIA3. La comunidad de regantes, presidida por Juan Marín, gestiona con gran eficiencia más de 20.000 hectáreas de regadío, siendo pionera en desalación para regadío. Usa agua de distintas fuentes, como la desaladora, la reutilización de aguas residuales, presas y trasvase para producir alimentos de calidad que exportan a toda Europa. Su diversidad de fuentes y su eficiencia en el regadío le ha permitido poder regar incluso en estos tiempos de sequía. La conjunción de técnica, experiencia y voluntad obra milagros, como vemos en el valle del Guadalentín. Una muestra de lo que podemos conseguir si trabajamos en conjunto. Agua y alimentación, un matrimonio del que precisamos cada día. ¿Por qué nos hemos olvidado de ellas?

«No permitamos que los ‘desiderátums’ partidistas nos condenen a la sed o a la escasez alimentaria»

Ortega y Gasset dictó en 1939, en Buenos Aires, la famosa conferencia Meditación del pueblo joven. Allí pronunció la frase que aún resuenan en nuestros días. «Argentinos, a las cosas, a las cosas!», recomendándoles que olvidaran aquellas suspicacias, recelos y narcisismos previos que les impedían expresar el gran potencial que atesoraban como pueblo. Trabajar en común sobre lo concreto, no paralizarse en estériles disquisiciones. Pues bien, visto lo visto, bien que  podríamos gritarnos a nosotros mismos, ¡Españoles, a las cosas, a las cosas! Cosas del comer y del beber, que deberían ocuparnos y mucho, no permitiendo que los previos desiderátums partidistas nos condenen a la sed o a la escasez alimentaria.

No tendríamos por qué sufrir restricciones en el futuro. Solucionarlas es simple cuestión de voluntad compartida, ya que capacidad técnica y experiencia poseemos de sobra.

Buen consejo el de Ortega, ¡A las cosas, a las cosas!!

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