Una generación de librepensadores
«Algunos jóvenes intelectuales españoles se han negado a seguir la moda y retoman la tradición racionalista base del liberalismo y la socialdemocracia»
La idea de generación, en su sentido cultural, viene de lejos, es polémica y en general fructífera para entender el espíritu de un tiempo. Además, por supuesto, es una expresión compleja y debatida. Hasta donde alcanzo, fue utilizado y teorizado en el siglo XIX por Auguste Compte y John Stuart Mill, en el siglo XX por Dilthey y Mannheim, en España por Ortega y Gasset o Julián Marías. Entre otros muchos, claro.
Pues bien, creo que en los últimos años ha aparecido entre nosotros una nueva generación intelectual, en concreto una generación de intelectuales librepensadores. Estos tres términos merecen alguna precisión.
Por intelectual entiendo una persona, habitualmente un académico, especializado en una determinada materia pero que se atreve también a intervenir en el debate público, el que se mantiene en los medios de comunicación y en los libros de ensayo. Bertrand Russell o Hanna Arendt, Sartre o Camus, serían ejemplos eminentes, también Ortega entre nosotros.
Este tipo de intelectual al que me refiero está comprometido con los problemas de su tiempo y de su sociedad, se siente responsable ante los mismos y es consciente de que sólo debe decir la verdad, no la absoluta, por supuesto, sino su verdad, a la que ha llegado de forma argumentada. El reciente libro de David Jiménez Torres, La palabra ambigua. Los intelectuales en España 1889-2019, editado por Taurus, contiene útiles referencias y reflexiones para entender este concepto.
Librepensador es un término más ambiguo, con límites menos precisos, pero aquí lo podemos dar el sentido de usar como modo de conocimiento la razón ilustrada: aquella que es concebida como un camino que se recorre para comprobar los elementos que suministra la experiencia con el fin de transformar la realidad. Para ello se agarran al arma de la crítica, por supuesto «desde» los principios pero no «con» los principios, sino mediante un método basado en la razón, que es el fundamento de su verdad.
«Postmodernos e identitarios no son separables sino todo lo contrario: los segundos son consecuencia de los primeros»
También generación es un término que conviene aclarar de antemano porque se utiliza en muchos sentidos: desde generación literaria y regeneracionista (por ejemplo la del 98 que alcanza hasta el 14), poética (la del 27), político-literaria (la del 56), rebelde (la del 68) o democrática (la de la Transición). Todo ello sin movernos de España. Y sin añadir a este término de generación adjetivos más banales o simplemente demográficos: boomers, millenials, X, entre otros. Aquí utilizamos el término generación en el sentido de grupo de personas nacidas en un determinado ámbito temporal con características culturales similares.
Normalmente una generación, entendida en este sentido, casi siempre está movida por una reacción contra algo que le ha precedido. En el caso de los librepensadores a los que nos referimos, a mi modo de ver, reaccionan ante dos posiciones: los postmodernos antirracionalistas y las actuales corrientes identitarias promovidas desde los cultural studies. Ambas tendencias, postmodernos e identitarios, no son separables sino todo lo contrario: los segundos son consecuencia de los primeros.
Los filósofos postmodernos aparecieron con fuerza en la ola del mayo francés del 68, sin ir más lejos con raíces en Nietzche, Freud, Heiddeger y la escuela de Frankfurt: me refiero, claro está, a Foucault, Lyotard, Lacan, Barthes, Derrida, Deleuze, etc. De ellos provienen muchos males del presente, por supuesto también políticos, tanto a la derecha como a la izquierda, si es que estos términos tienen aún sentido. Ir contra la razón, la razón ilustrada, siempre es frenar el progreso, la libertad y la igualdad.
Como de estos polvos provienen estos lodos, la deriva identitaria que ha conducido a los nacionalismos, al nuevo feminismo de género y al último antirracismo woke (término que apenas comprendo), hunden sus raíces en el viejo romanticismo irracionalista y antiilustrado puesto al día por los postmodernos y exportado por las universidades de EE UU y Canadá, imitadas de forma bobalicona por muchas europeas. Buena parte de la insustancial politología dominante tiene su origen en esta lamentable tradición reaccionaria.
«Piensan por cuenta propia, motivan sus conclusiones y no tienen miedo a ser criticados por las corrientes dominantes»
Pues bien, algunos jóvenes intelectuales se han negado en España a seguir esta moda intelectual y han puesto pie en pared: van por otro rumbo, reemprenden la tradición racionalista de los siglos XVII y, especialmente XVIII, que pusieron las bases del liberalismo político y la socialdemocracia. Son los librepensadores a los que me refiero, esa nueva generación que tiene la responsabilidad de poner las cosas en orden y superar la confusión actual.
Están respaldados por personalidades intelectuales muy conocidas de la generación precedente, como Fernando Savater y Félix Ovejero, se expresan principalmente en medios de comunicación como Letras Libres, El Mundo y THE OBJECTIVE, y puestos a destacar algunos nombres deben mencionarse ineludiblemente Daniel Gascón, David Mejía, Pablo de Lora, Clara Serra, Juan Claudio de Ramón, Manuel Arias Maldonado, Ricardo Cayuela, David Jiménez Torres y Ricardo Dudda, el más benjamín. Hay otros, por supuesto, y vendrán muchos más.
Son librepensadores, es decir, racionales argumentando, independientes de todo excepto de su verdad, defensores de los valores de libertad, igualdad y solidaridad, feministas clásicos, cosmopolitas y con un alto sentido de la ciudadanía frente a las imposiciones de la identidad nacional. Con todo ello a cuestas son, naturalmente, plurales e imprevisibles, piensan por cuenta propia, motivan sus conclusiones, siempre provisionales, y no tienen miedo a ser criticados por las corrientes dominantes sino al contrario les suponen un estímulo para seguir pensando.
Por todo ello son librepensadores, una gran esperanza.