¡Mucho cuidado al aplaudir!
«Como el Holocausto es un trauma nacional en Alemania, ante la más mínima crítica a la acción de Israel en Palestina, sus instituciones cancelan al réprobo»
Los hombres somos desdichados para que los dioses se entretengan con nuestros sufrimientos, lo dice Homero y lo dicen los mismos Inmortales en un poema de Hermann Hesse en El lobo estepario que me impresionó siendo adolescente y aún puedo recitar de corrido (¡qué edad más desordenada y qué cosas aprende uno! ¡No poder recitar a Holderlin, pero sí a Hesse! ¡Una cultura de aluvión! ¿Le pasará a todos lo mismo?). Ahí nos hablan los Inmortales: «…vuestros pecados y vuestras pasiones y crímenes nos son distracciones, igual que el desfile de tantas estrellas por el firmamento. […] Viendo, silenciosos, vuestras pobres vidas inquietas, mirando en silencio girar los planetas, gozamos del gélido invierno espacial. Al dragón celeste nos une amistad perdurable, es nuestra existencia serena, inmutable, nuestra eterna risa, serena y astral». Está muy bien medida la traducción, es ciertamente muy melodiosa y bien escandida, aunque la literalidad sea un tanto pomposa y supongo que en alemán sonará mejor.
El caso es que no sólo los inmortales se ríen con la desgracia humana, también nosotros, las hormigas; o acaso sucede al revés: que, al reírnos, incluso en medio de la desdicha absoluta, nos elevamos sobre ella y hasta casi llegamos a las alturas de la divinidad.
Es patética, pero en cierto sentido para troncharse de risa, la sobreactuación de las instituciones alemanas en la tragedia de Palestina. Como el Holocausto es un trauma nacional, un complejo de culpa con el que carga la nación y cargará en las sucesivas generaciones cualquier niño germano, ante la más mínima crítica a la actuación de Israel en Palestina, Alemania reacciona clamando «¡Anatema! ¡Cuidado, antisemitismo!» y cancelando al réprobo. Hay que dejar que el señor Netanhayu y sus angelitos asesinen cuanto consideren conveniente, sin rechistar, ya que los judíos son los buenos, y los palestinos, los malos, todos demonios de Hamás.
El pasado mes de diciembre el Ayuntamiento de Bremen y la Fundación Heinrich Böll le dieron un premio llamado Hannah Arendt de pensamiento político a la periodista ruso-americana Masha Gessen, cuyos libros son, sin excepción, magníficos, y están escritos con precisión de gran periodista —pero cuidado, hará bien el lector en leer unos párrafos a modo de examen antes de comprarlos, porque por lo menos uno de esos libros está muy mal traducido—.
Ahora bien por esas fechas Gessen, que es además de etnia hebrea, escribió en The New Yorker, donde colabora con frecuencia, un artículo titulado A la sombra del Holocausto donde sostiene que Gaza es «como un gueto judío en un país de Europa del Este ocupado por la Alemania nazi», un gueto que «está siendo liquidado».
«¡Hay que ver cómo sobreactúan los virtuosos cuando están cargados de complejos de culpabilidad!»
Para manifestar su virtuosa indignación ante tan gráfica e «inaceptable» imagen, los organizadores cancelaron la ceremonia en la sede consistorial, y en vez de eso le entregaron el premio a Gessen en un acto modesto y semi clandestino en no sé qué cervecería. ¡Hay que ver cómo sobreactúan los virtuosos cuando están cargados de complejos de culpabilidad!
Lo que ha pasado esta semana en la Berlinale, que es uno de los festivales de cine más importantes de Europa, con el de Cannes y el de Venecia, ha sido aún más chistoso. Durante la ceremonia de clausura se proyectó la película Sin otra tierra, sobre la erradicación de los poblados palestinos en Cisjordania, realizada al alimón por un cineasta judío y uno palestino, Basel Adra y Yuval Abraham, que ganaron el premio al mejor documental. Ambos subieron al escenario y pronunciaron sus discursos:
Adra dijo —traduzco de The Guardian— que «le costaba celebrar el éxito de su película mientras la gente en Gaza estaba siendo asesinada y masacrada», e instó a Alemania a poner fin a las exportaciones de armas a Israel. Inmediatamente después, Abraham denunció una situación de apartheid que significaba que su compañero de filmación no disfrutaba de los mismos derechos de voto y libertad de movimiento a pesar de que viven a sólo 30 minutos de diferencia. Abraham terminó su discurso de aceptación con un llamado a un alto el fuego en Gaza y «a una solución política para poner fin a la ocupación».
Al día siguiente el alcalde de Berlín, el conservador Kai Wegner, calificó los discursos de «relativismo intolerable», y la ministra de Cultura, Claudia Roth, del partido ecologista, de «escandalosamente parciales y marcados por un profundo odio a Israel».
Ahora bien, la televisión ha mostrado al alcalde y la ministra sentados en platea, en la gala final de la Berlinale, aplaudiendo esos discursos. Y claro, mil voces políticas y periodísticas exigen que dimitan de inmediato. Lo más gracioso es la excusa de la señora Roth: ella aplaudió, sí, es verdad, no puede negarlo, pero aplaudió el discurso de Abraham, el judío, el bueno, y no el de a Adra, el palestino, el malo. Y según lo decía, se oía al fondo una gran carcajada, una risa «serena y astral».