Triple campaña; desafección múltiple
«En menos de tres meses vamos a comprobar, en tiempo real, cuán arraigada está la asimetría del “porque son todos iguales”»
El reparto de culpas, como casi todo en la vida, es asimétrico. Cuando un gobierno hace algo rematadamente mal y es de derechas (digamos, del PP), la culpa es de ese gobierno y de los que en él mandan, en especial por ser derechas; pero cuando el protagonista de los desaguisados es un gobierno de izquierdas (por resumir, del PSOE, con o sin sus más dilectos aledaños), la culpa es de los partidos, y de todos los políticos “porque todos son iguales”.
Tan asimétrico reparto de culpas es, además de más viejo que el hilo negro en nuestra aún joven democracia, la antesala de la desafección política. Parecería lógico que esa desafección afectase muy directamente a quienes, en su pasado más reciente, respaldaron (con su voto, con sus opiniones o incluso con su militancia) al partido protagonista de los desmanes que escandalizan a tirios y troyanos. O no.
«Se opinará asimismo sobre la factura en costes (o en beneficios) que cada convocatoria pasará el recibo al presidente del Gobierno, y también al líder de la oposición»
Por ejemplo, y sólo a modo de ejemplo, cuánta desafección merece la amnistía a delincuentes de cuello blanco (en algún destacado caso, fugados de la Justicia) comprada a cambio de la investidura de un presidente del Gobierno con decreciente respaldo en las urnas. O la amnistía unida a una intrincada trama de corrupción política que se presenta como si su único protagonista fuera un portero de discoteca devenido en asesor del ministro que era además número dos del partido en el Gobierno. O la amnistía junto a las conexiones de esa trama con la inexplicada (e inexplicable) carrera académica y de intermediación empresarial de la esposa de un presidente del Gobierno (pese a carecer ella de estudios universitarios reconocidos o de distinguida experiencia en mediaciones múltiples). O la amnistía acoplada a las sospechas de conexión de esa trama con el trato de favor a una dirigente chavista que (por sus presuntos crímenes) tenía prohibida la entrada en territorio de la Unión Europea, pero que fue recibida en Barajas por los protagonistas de la trama al completo, días antes del estallido de la pandemia, y allí pudo desembarcar sin control alguno casi un centenar de maletas con contenido y destino desconocidos. O la amnistía engarzada con…
Cada uno de estos asuntos individualmente, y sin necesidad de anudarlos a todos los que, de una u otra forma, van apareciendo como inacabables colgajos del tinglado que mantiene a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España, dan motivo suficiente para la desafección política hacia los protagonistas de tamaño descalzaperros. Salvo que vivamos en la asimetría y triunfe el rechazo múltiple a los partidos y a los políticos, “porque son todos iguales”. Por entendernos, ¿todos iguales a Illa, el ministro de las deficientes mascarillas? Pues sí: según dicen que dicen las encuestas para las elecciones en Cataluña, todos peores que Illa y sus defectuosas mascarillas.
O no. En menos de tres meses, y en intervalos dominicales de tres semanas, vamos a comprobar, en tiempo real, cuán arraigada está la asimetría del “porque son todos iguales”. El 21 de abril en el País Vasco, que (tras la amnesia del terror) opera casi como una ‘aldea gala’ de Asterix, con sus Obelix burbujeando en el caldero de Panoramix. Tres semanas después, el 12 de mayo, en Cataluña, origen y destino de los desvelos del mayor acto de corrupción política de la temporada: la compra de una investidura a unos delincuentes a cambio de su impunidad… y con el pronto aviso de los amnistiados de que están prestos a “volverlo a hacer”, pero ahora con todas las garantías. Como colofón electoral, tres (más una) semanas después, las europeas, que son las elecciones proporcionales por antonomasia, pues en ellas es rotundamente cierta la afirmación de “un hombre, un voto”.
Serán tres escenarios para medir la desafección y si afecta (o no) más a los más culpables. Servirán para más cosas, todas ellas apasionantes. Por ejemplo, permitirán medir los éxitos y fracasos en las encuestas que se atrevan a hacer pronósticos públicos de cada cita electoral, y también evaluar el impacto del resultado de cada elección sobre la siguiente. Oiremos dispares opiniones (previas y posteriores) sobre cuál de las tres convocatorias electorales es la más relevante para el futuro de España. Se opinará asimismo sobre la factura en costes (o en beneficios) que cada convocatoria pasará el recibo al presidente del Gobierno, y también al líder de la oposición. Bajando al detalle, veremos si Puigdemont vuelve y cómo vuelve. ¿Quizá bajo palio? Y antes, no es imposible que veamos una oferta de colaboración del PSE hacia Bildu, si los herederos de ETA, transmutados en partido guay, se alzan como opción más votada. Y en las tres se examinará con lupa la evolución (mejora, resistencia o rumbo hacia la extinción) de los partidos más pequeños, léase C’s, Vox, o Sumar con sus disputados restandos.
Claro que todo esto, que nos resulta tan apasionante a unos pocos, puede ser motivo de mayor hartazgo y desafección múltiple para muchos otros. A los de “porque son todos iguales”, claro. Pero también a los que conocen, ven de cerca o padecen a quienes imponen indeseables argumentos que justifican ese oxímoron de tan desigual igualdad. Veremos.