La dictadura invisible
«Sánchez se niega a explicar la compra masiva de gas a Rusia, su inhibición ante las necesidades militares de Kiev y lo que significaría una derrota de Ucrania»
«El gobernante invisible existe, yo lo he visto». Es algo que puede decir cualquier español, y no porque a nuestros gobernantes les falte la virtud de aparecer y desaparecer según su propia voluntad, que la tienen en el ejercicio de su gestión de carácter general, sino porque existen aspectos esenciales de la misma donde su ausencia es absoluta. Todo el esfuerzo que desarrollan en tapar las infracciones y las corrupciones propias, y en destruir al adversario, saltándose con tranquilidad la división de poderes, se difumina en áreas de gobierno, tales como Asuntos Exteriores. Estamos conmemorando el centenario del surrealismo, pero no se trata solo de eso, de un juego de imágenes de apariencia contradictoria, sino de un propósito firme de impedir que los ciudadanos tengan el menor conocimiento de las cosas importantes que suceden en el mundo, y de lo que hacen ellos ante las mismas.
En el tema de Ucrania, por lo menos el Gobierno español no está solo en ese curioso ejercicio de declarar el apoyo al país agredido y luego no hacer ni decir nada que responda a la gravedad del problema. Peor es la actitud del papa Francisco, que expresa su malintencionado pacifismo pidiendo a Zelenski que presente bandera blanca, es decir, que ofrezca la rendición, sin dirigirse nunca en el mismo sentido a Putin, al parecer también creyente, que algo tiene que decir sobre el tema. Ya en septiembre del pasado año, la rápida conquista de Karabaj por Azerbaiyán salvó al Pontífice de la vergüenza de haber exigido de inmediato el fin de la lucha a los agredidos armenios. Tampoco son muy brillantes las posiciones recientemente adoptadas por Hungría, que está en su papel de peón de Rusia, por Polonia oponiéndose a la exportación de cereales ucranianos, por Alemania al no entregar los misiles de largo alcance necesitados por Kiev, entre otras reticencias, y por la propia Francia que habla de intervención militar y ofrece ayuda económica decreciente.
Es un escenario en que Pedro Sánchez se mueve como pez en el agua, o mejor, no se mueve ni dice nada, hacia Europa ni hacia nuestro país. Parece que ha optado por no incomodar a miembros y aliados del Gobierno, los cuales, por lo que sabemos de Enrique Santiago (PCE) y Ione Belarra (Podemos) tienen ya tomada posición, en línea con el pacifismo -léase oposición a la OTAN- antioccidental de matriz soviética. Solo falta que intervenga el recién recuperado Pablo Iglesias, mientras Pedro Sánchez -¿existe el ministro Albares?- se niega a explicar las razones de la compra masiva de gas a Rusia, de la inhibición ante las necesidades militares de Kiev, y sobre todo de dar cuenta a la opinión de lo que significaría una derrota de Ucrania por falta de ayudas, militares y económicas, para el futuro europeo, y para nuestro futuro.
No se trata de alentar el numantinismo, sino de darse cuenta de en qué consiste la estrategia de Putin, sabedor de que una guerra de apariencia interminable, con la resistencia de Ucrania en declive, y su previsible derrota final, es el primer paso para dar el siguiente en su buscada restauración del imperio ruso de 1989. Nuestro hombre de la KGB es perfectamente predecible, no se detendrá y nada le hará cambiar de opinión, salvo la amenaza cierta del fracaso. Lo acaba de explicar su filósofo de cabecera, ese Alexander Dugin cantor de la Rusia eterna, visitante no hace mucho de los círculos de extrema derecha en Madrid. A su juicio, no cabe suponer que la rama del ISIS, autora de los atentados de Moscú, haya atacado a Rusia, buena amiga del islam: ha debido actuar como instrumento de sus enemigos, la «terrorista» Ucrania y las potencias occidentales. A pesar de las bestiales torturas, Putin no ha podido arrancar falsas pruebas en ese sentido. Le da lo mismo: su avance será inevitable de no verse frenado.
Putin habla, Sánchez calla, lo mismo que a la hora de intervenir en la tragedia de Gaza, una vez que compuso la figura de progresista en los primeros momentos, y luego proponiendo los dos Estados y el reconocimiento de Palestina. Ya ha cumplido y obtenido réditos ante la opinión. Tampoco los rehenes israelíes le preocupan, claro. Que hagan política otros.
«Ante Rabat, Sánchez calla y otorga, lo que significa callar y despreciar una vez más a la opinión pública española»
Llegamos al punto donde el silencio ya no es oro, sino miseria política y moral inexplicable: la actitud ante Marruecos. Por lo demás, la responsabilidad no es aquí únicamente suya. Cuando tuvo lugar aquella mezcla de tragedia y farsa de la carta de entrega del Sáhara, solo Bildu, en el Congreso de Diputados, solicitó una explicación que obviamente nadie le dio desde el Gobierno. En toda esta historia, Yolanda Díaz se ha limitado a aplicar la fórmula de Berlanga en Plácido: ponga un saharaui en su candidatura. Entre tanto, el misterio sigue y las ventajas de aquella vergonzante operación siguen siendo desconocidas.
Es obvio también que entre las muchas lagunas del conocimiento por parte de Pedro Sánchez, se encuentra el de la mentalidad árabe, para lo cual le vendría bien el viejo libro muy discutido de ese título, obra de Raphael Patai, donde se analiza un concepto que conviene tener en cuenta: el de wajh, no perder la cara, es decir, respetar siempre al otro, que no se sienta humillado, y que tú tampoco toleres la humillación.
Aplicado a nuestro tema, esto quiere decir que no se trata de buscar conflicto alguno con Mohamed VI, pero que te equivocas cediendo siempre, porque a cada pérdida de tu propio honor, quien se ha impuesto insistirá hasta hacerte sentir como un pelele, estimación que él ya tiene de ti. Desde aquella extraña entrega del Sáhara, nada se ha avanzado en la comunicación con Ceuta y Melilla, el Rey te ha hecho saber que se siente soberano sobre las plazas en el tema de los visados y a modo de respuesta a los apoyos sistemáticos de España a su gobierno ante la UE, te responde con una afirmación nueva de superioridad, y partiendo desde el Sáhara.
Tal es el significado de estas maniobras navales de la Armada marroquí, por jornadas enteras y a lo largo de tres meses, que más que maniobras, representan la ocupación simbólica y efectiva de un espacio marítimo próximo a las Canarias (y con prohibición de pesca). Y ante Rabat, Sánchez calla y otorga, lo que significa callar y despreciar una vez más a la opinión pública española en un asunto importante, al no proporcionar la información exigible. Parece que el gobierno marroquí ni siquiera se ha dignado informar acerca de su propósito.
Claro que puesto también a callar, Feijóo ha probado una vez más la ausencia de toda iniciativa propia en política exterior. Gobernar es algo más que administrar. Estamos, pues, no solo ante un gobierno, sino también ante una oposición invisible.