THE OBJECTIVE
Andreu Jaume

Kafka y la libertad

«Entre los atributos propios de nuestra condición que Kafka objeta, destaca sobre todo la libertad, una de los conceptos más gastados y banalizados de la civilización»

Opinión
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Kafka y la libertad

Kafka. | WBUR

Volver a Kafka supone reconsiderar a cada paso cuestiones que de pronto adquieren una nueva e inesperada significación. Su imaginación dinamita todas nuestras seguridades con respecto a las leyes humanas, obligándonos a vernos desde un punto de vista horizontal, a ras de tierra. La excepción antropológica aparece en su obra suspendida, ridiculizada, vigilada a menudo por la mirada animal, con una fuerza mítica que no se había conocido desde la antigüedad, cuando el arte de fabular aún no había sido corrompido por la teoría.

Entre los atributos propios de nuestra condición que Kafka objeta, destaca sobre todo la libertad, una de los conceptos más gastados y banalizados de la civilización. Como ocurre con tantas grandes palabras, las ideologías, servidas por el periodismo, han reducido la noción a una etiqueta vacía que suele utilizarse para promocionar el negocio de uno u otro bando. La reducción de nuestra existencia al problema económico hizo que tanto el liberalismo como el marxismo enfrentaran dos ideas de libertad que a la postre han terminado por desvirtuar su esencia. En cualquier caso, Kafka nos remite a un problema de mayores dimensiones que en realidad no tiene nada que ver con lo que entendemos por nuestras libertades civiles.

En Un informe para una academia, el escritor da voz a un simio que narra su transformación en hombre, tras haber sido capturado y enjaulado. Allí, según informa a unos académicos contando su experiencia simiesca con el adulterado lenguaje humano, sintió por primera vez que no tenía salida. Y es curiosamente esa certeza lo que provoca su mutación humana:

«Temo que no se comprenda exactamente lo que yo entiendo por salida. Utilizo la palabra en su acepción más llana y corriente. A propósito evito hablar de libertad. No me refiero a esa gran sensación de libertad hacia todas partes. Como mono quizá la conociera, y he conocido seres humanos que la deseaban ardientemente. En lo que a mí respecta, sin embargo, no he exigido libertad ni entonces ni ahora».

A la libertad absoluta (Freiheit nach allen Seiten), Kafka le opone algo más humilde que no llega a ser siquiera un concepto: una salida (Ausweg). Una puerta que incluso permita escaparnos de la propia teoría. El simio, que atiende al humillante nombre de Rotpeter –Pedro rojo, «nunca he visto a una criatura tan dolorosamente envilecida», como escribió Ferlosio de un camaleón al que unos amigos daban en llamar Currito–, nos hace una advertencia: «A propósito: los hombres se engañan muy a menudo con la libertad. Y así como esta se encuentra entre los sentimientos más sublimes, el engaño correspondiente también figura entre los más sublimes. […] No, no quería libertad. Solamente una salida».

«Para Kafka, pues, la propia adquisición de la humanidad, la conciencia misma, supone ya una privación de la libertad, que no puede disociarse de su vínculo originario»

Para Kafka, pues, la propia adquisición de la humanidad, la conciencia misma, supone ya una privación de la libertad, que no puede disociarse de su vínculo originario. La razón, el pensamiento y el lenguaje conforman una jaula en la que solo es posible encontrar o al menos imaginar una salida. Como Rilke frente a la mirada abierta de la bestia, a la que ve andar por la eternidad, «como las fuentes», Kafka sondea el reverso humano de nuestra ilusión de libertad sometiéndola al juicio de un mono manumitido.

El mono ha conocido la libertad, pero la ha perdido al convertirse en hombre. Kafka intentó emanciparse mediante el matrimonio, hasta que se dio cuenta de que eso suponía aceptar la misma ley de la que quería escapar. De la misma manera, desde muy temprano supo que no tenía elección y se resignó a estudiar Derecho «para masticar serrín ya masticado por miles de mandíbulas» y acabar como funcionario. Cada decisión tomada en nombre de una supuesta liberación descubría un grillete oculto. Y así la libertad se le reveló una inextricable madeja que le acompañaba desde su nacimiento. «Una jaula salió en busca de un pájaro», como reza uno de sus aforismos más elocuentes al respecto. Kafka era la propia jaula, ein Käfig, con esa K que es el nombre sin nombre de los protagonistas de sus novelas, habitantes de un mundo cada vez más opresivo. «La lógica es imperturbable, pero no resiste a un hombre que quiere vivir», como se dice Josef K. antes de ser sacrificado como un perro.

Tras ser amaestrado y recibir la cultura media de un europeo de entonces, Rotpeter decide dedicarse al teatro de variedades, donde sus funciones tienen un enorme éxito. Así es como ha logrado encontrar la salida. Para resumirlo, echa mano de una expresión idiomática, sich in die Büsche schlagen, que Juan José del Solar tradujo magníficamente como «irse a leva y a monte». Tomar las de Villadiego. Cuando reconsidera todo lo vivido, el simio humanizado dice que no puede quejarse. Está tumbado en una confortable mecedora, tiene una botella de vino en la mesa, las manos en los bolsillos –las manos son en Kafka la peligrosa herramienta de una humanidad que escribe, mata, ama y salva, por eso conviene esconderlas– y mira distraído por la ventana. Por las noches, después de las funciones, le espera en casa una pequeña chimpancé semiamaestrada con la que pasa un agradable rato «a la usanza simiesca». De día, en cambio, no soporta verla porque tiene en la mirada la locura propia del animal confuso y amaestrado.

En una brevísima narración de 1922 conocida como Der Aufbruch (La partida) –y que Ferlosio glosó en el artículo más bello que jamás se ha publicado en la prensa española–, Kafka llevó el asunto de la salida a una dimensión absoluta. Un señor ordena a su criado que le ensille el caballo, pues debe partir. Pero ¿a dónde?, pregunta el criado. Y el señor responde: «Lejos-de-aquí, esa es mi meta» (Weg-von-hier, das ist mein Ziel). La clave está en esos guiones que convierten el afuera en un topónimo. El criado advierte al señor de la falta de provisiones. Pero el señor dice que no las necesitará, puesto que el viaje es tan largo que se morirá si no le dan nada en el camino. Es, por fortuna, «un viaje verdaderamente inmenso». La única salida que nunca deberíamos dejar de buscar entre los barrotes infinitos de la libertad.

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