La boda de los feos
«Algo se rompió con aquellas historias de ‘lo personal es político’, de aquel jarabe democrático que ha terminado por sentenciar nuestra débil salud institucional»
El mayor defecto del ser humano que se ve a sí mismo como unívocamente de izquierdas es exactamente lo que el ser humano unívocamente de izquierdas percibe como una virtud, esto es, la profunda necesidad de exhibir unos valores inamovibles, incorruptibles, incólumes, y sobre todo garantes de la única verdad sobre la faz de la tierra. Tiendo a desconfiar de la gente que cree que lo que siente o piensa pasa por ser la única verdad, precisamente porque son los que más tienden a caer en la contradicción, y los más peligrosos a la hora de hacerlo.
Esto es lo primero que he pensado al ver las críticas vergonzosas que cierta parte de la izquierda, algunos de ellos con representación pública, han vertido sobre los asistentes a la boda de José Luis Martínez Almeida con Teresa Urquijo. Los mismos que construyen sobre su moral impoluta y pulcra un discurso a favor del diferente, del desfavorecido, del manco, del tuerto, del esclavo de una película de los sesenta, del perrito abandonado en la cuneta; los mismos que se enfrentan con ahínco a los machistas que no desdoblan el pronombre al hablar, que plantan cara a los tránsfobos de La Vida de Brian o que desafían a los que disfrutan con El Origen del Mundo de Coubert; esos mismos tardan exactamente dos minutos en intentar agraviar con los mismos argumentos a los que discrepan políticamente con ellos.
«La vida va mucho más allá de siglas, de filias políticas, de doctrinas partidistas, hasta del gobierno que ostente el poder»
Yo, por el contrario, sólo veo a gente feliz en esta boda; igual que la veía, por poner un ejemplo, en aquella que Alberto Garzón celebró en su día, y que tan criticada fue por los dogmáticos de la otra trinchera. Me gusta dejar la política fuera de las cosas que realmente le dan sentido a la vida. Recuerdo con añoranza aquellos tiempos, alejados de la crispación, el cainismo y la discordia, cuando los políticos felicitaban el nacimiento del hijo del rival; respetaban con buen gusto bodas y comuniones; dejaban, en suma, fluir la felicidad personal del contrincante. Algo se rompió con aquellas historias de «lo personal es político», de los escraches frente a casa del gobernante que no me gusta, de las visitas a la universidad de ese profesor cuyo discurso me molesta, de aquel jarabe democrático que más que curar ha terminado por sentenciar la ya de por sí débil salud institucional de este país.
La vida va mucho más allá de siglas, de filias políticas, de doctrinas partidistas, si me apuran hasta del gobierno que ostente el poder público. La vida es más la sonrisa de los dos novios frente al altar, los amigos a tu lado con la corbata en la frente, aquel familiar al que vuelves a abrazar después de tantos años, la sensación de estar compartiendo la vida con la persona a la que amas. Sentirte, en suma, querido y bienqueriente. Así que, por mi lado, sólo queda el desprecio hacia estos sectarios, hacia estos que anteponen la política al bienestar personal; me queda decir que es una boda de guapos, toda vez que la dicha se lleva en el rictus; pero, sobre todo, me queda el mejor deseo para los novios, y toda la felicidad del mundo.