THE OBJECTIVE
Antonio Agredano

No lo llame polarización, es solo pereza

«Cuando hasta la corrupción se convierte en un deporte de equipo es que estamos encallados políticamente. Faltan ideas, sobran camisetas»

Opinión
3 comentarios
No lo llame polarización, es solo pereza

Ilustración de Alejandra Svriz.

Sólo uso el dinero para beber sin culpa. Desconfío de las biografías largas, desconfío de esos antiguos amigos que retornan a nuestras vidas, desconfío de los políticos que citan a autores que no han leído. Cuando muera, resumiré mi vida en una frase: «Lo intentó». Porque en la vida es mejor centrarnos en el camino y desentendernos del resultado. Sí, como el poema de Ítaca, pero en hidropedal.

Me dicen que no escriba de política. Que es desperdiciar mi talento. Tengo la suerte de que también me lo dijeron cuando empecé a escribir de fútbol. Degenerando, degenerando…

Empiezo a entender, apenas me han bastado cuatro columnas, que cuando familiares y conocidos me dicen que no escriba de política, lo que me están diciendo en realidad es que no escriba contra sus ideas. Lo que viene siendo una amenaza vaporosa. Algo así como: «No me obligues a no leerte, porque nada me molestaría más que tener que cambiar de opinión». Dudar es el burpees del cerebro.

Cuando hablamos de polarización en realidad hablamos de pereza. Una pereza legítima, añado. Fiarlo todo a un color y dedicarnos a cosas más plácidas. A veces me pasa. Apago la televisión, tiro el móvil contra el sofá, y me lanzo a la calle en busca de sol, charleta y vino. Esto que llaman trincheras, interesadamente, muchos representantes públicos, no son diagnóstico; sólo síntomas. Interesa que la ciudadanía ande cómoda en sus casillas, que el voto se mueva poco, que cuando saquen las urnas, el mundo mantenga su órbita. No hay culpables, es sólo una forma de ordenar las cosas.

Las columnas, no las mías, pero sí las de periodistas más finos, a veces tienen esa capacidad de sorprender. De hacernos temblar. Palabras que son como una cerradura a la que asomarnos. Dentro vemos cosas nuevas, prohibidas, desconcertantes. Lejos de nuestras vidas. Lejos de nuestros planteamientos. La polarización es leer lo que sabemos que nos representa. El supersabor. Una hamburguesa que jamás va a retar nuestro paladar, ya sea en Córdoba o en Budapest. Devorarla satisfechos y decir: «Me encanta». Chatarra emocional. Cualquier cosa caliente está rica entre dos panes. 

«La polarización nos obliga a atacar lo ajeno para, simplemente, no pensar demasiado en lo propio»

Los partidos políticos, en realidad, se parecen a los bares de barrio: pueden tener la mejor ensaladilla de la ciudad y, a la vez, la carrillera más repugnante a este lado del Guadalquivir. Polarizar es alabar por igual ambas tapas. Polarizar es decir que la carrillera es mala, pero que más mala es la del bar de enfrente. Polarizar es no pedir ensaladilla, porque sabes que está rica, y evitar alabarla. 

Pienso en estos días que Pedro Sánchez fue valiente y pionero en su cuestionamiento a Israel y su estrategia bélica contra el pueblo palestino. Creo que el tiempo ha sacado brillo a aquellas intervenciones tan cuestionadas en Tel Aviv. Ahora que Joe Biden dice que la gestión del conflicto está siendo un «error», que Benjamín Netanyahu parece haber perdido el control de la situación y sus aliados le exigen explicaciones, lo de Pedro Sánchez me parece un acierto y un signo de altura política. Habrá matices, pero lo que entonces nos pareció un acto de osadía y torpeza diplomática, ahora es el sentir de muchos líderes políticos que entonces callaron.

Pienso en estos días, mañana ya veremos, que el fichaje de David Broncano por RTVE es impropio de una cadena pública. Y no parece sólo una opinión personal. El tema ha dinamitado el consejo de administración de RTVE porque, una parte de la casa, no entiende ni el formato, ni su coste, ni el método para conseguirlo. Hay quienes niegan con la cabeza en redes sociales cuando se afea la jugada y hablan de Bertín Osborne. La polarización evita pensar en si es buena o mala idea, la polarización nos obliga a atacar lo ajeno para, simplemente, no pensar demasiado en lo propio.

Son dos ejemplos. Seguro que se os ocurren algunos más. Que en lo malo hay cosas buenas y en lo bueno hay cosas malas es algo que ya aprendimos los que admiramos a Pedro Almodóvar, a Woody Allen, a Los Planetas o a Michel Houellebecq.

«La ideología siempre ha sido una batalla contra la desidia»

A tener criterio, es decir, a no disciplinarse, ahora se le llama equidistancia. Hasta hace no tanto, a tener criterio se le llamaba democracia. Cuando hasta la corrupción se convierte en un deporte de equipo, donde algunos ciudadanos van sumando los tantos de cada sigla, para ver quién ganaría el hipotético encuentro, es que estamos encallados políticamente. Faltan ideas, sobran camisetas. La ideología siempre ha sido una batalla contra la desidia.

Por eso tienen razón familiares y conocidos. Mejor no meterse aquí. Mejor hablar de las cosas importantes de la vida. El sudor tras los orgasmos, los rosados fríos, el olor de los veranos. Hay un perfume de higo que nos traslada a la infancia. Hay un niño pateando un balón en un descampado que soy yo con ocho años. Amontono libros en la mesita de noche. Sus besos saben a pan caliente. Un té, algo dulce, una luz vibrante que atraviesa las cortinas. El sabor de la sangre en los labios tras la noche primera. El gusto al óxido, el incendio en las mejillas. La vida es lo que sucede mientras otros mandan. O quizá no. Quizá la vida sea este todo desordenado entre placer, convicción y melancolía.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D