THE OBJECTIVE
Juan Francisco Martín Seco

'El rinoceronte' y el contagio por el nacionalismo

«La carta de Sánchez es buen ejemplo de asimilación del discurso nacionalista, sobre todo por la reivindicación del ‘lawfare’, es decir de la guerra sucia judicial»

Opinión
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‘El rinoceronte’ y el contagio por el nacionalismo

Ilustración de Alejandra Svriz

En las multitudinarias manifestaciones que siguieron al asesinato de Miguel Ángel Blanco, el grito que se escuchaba con mayor frecuencia era el de «vascos, sí; ETA, no». Era una forma de dejar claro que la indignación popular no se dirigía a todos los habitantes de esa comunidad autónoma, sino exclusivamente contra los miembros de la banda terrorista. La distinción era lógica y justa. No obstante, hay que reconocer que muchos de los vascos que aparentemente se situaban contra ETA no estuvieron exentos de responsabilidad.

Recordemos la frase de Arzallus acerca de que la banda terrorista sacudía el árbol y que ellos recogían las nueces. Y aunque después se ha pretendido convencernos de que se malentendió la frase, lo cierto es que se dijo. Desde luego, a algunos no podía extrañarnos. Participé en tiempos de UCD, en nombre del subsecretario de Presupuesto y Gasto Público, en alguna de las reuniones en las que se discutió el cupo. Recuerdo lo ocurrido en una de ellas. Como la delegación del Gobierno vasco no estuviese de acuerdo con lo que se proponía, uno de sus componentes no tuvo ningún reparo en afirmar que no sabía cómo se lo podía tomar ETA.

Sería por los que sacudían el árbol o por los que recogían las nueces, la verdad es que nueces ha habido muchas y en abundancia, de manera que el País Vasco se encuentra en una situación de privilegio con respecto al resto de comunidades. Hoy, a pesar de sus aparentes enfrentamientos en la campaña electoral, campan en buena armonía los unos y los herederos de los otros. Ya el mismo Arzallus en 1994 manifestó aquello de que los presos de ETA no eran delincuentes porque no mataban para enriquecerse ni para beneficiarse personalmente, sino por un ideal político. En el programa electoral de estos pasados comicios, Bildu se refería a los presos de ETA como personas encarceladas por motivaciones políticas.

El argumento es similar, salvando las distancias, al que se ha empleado ahora con los golpistas catalanes. Ellos no han robado para enriquecerse, sino por un ideal político, y quizás es que el mayor problema se encuentre en ese ideal político. Bildu se niega a condenar el terrorismo etarra y continúa homenajeando a los presos como gudaris vascos porque piensan que lo importante es el ideal político; lo de matar o no matar es un mero problema de estrategia y de oportunidad.

Es ese mismo motivo de estrategia y de oportunidad el que lleva también a los independentistas catalanes a mantenerse por ahora en la negociación y en el chantaje, en el convencimiento de que antes de repetir de nuevo el golpe necesitan armarse y reformar todos esos aspectos que hicieron fracasar el primero.

«En el fondo, todos los nacionalismos son iguales y a lo largo de la Historia han conducido a las mayores atrocidades»

Y es que el ideal político de unos y de otros, el soberanismo, es tremendamente peligroso. En el fondo, todos los nacionalismos son iguales y a lo largo de la Historia han conducido a las mayores atrocidades. Que se materialice o no en ellas depende de muchas variables, pero fundamentalmente de una cuestión de oportunidad y estrategia. Además, y por desgracia, el nacionalismo es enormemente contagioso, y tiene una marcada tendencia al proselitismo.

La obra de teatro El rinoceronte de Ionesco trata el tema de la contaminación intelectual. La representación comienza con un hecho aparentemente insólito, la aparición de un rinoceronte por el centro de un pequeño pueblo. Poco a poco, son todos los habitantes del lugar los que se van convirtiendo en rinocerontes. No consiste en una transformación por la fuerza, sino en cierto modo en un acto voluntario, aunque motivado por la atracción que experimenta cada ciudadano por las características de ese animal arcaico y brutal y, sobre todo, por la confortabilidad que se supone que proporciona la manada.

Ionesco entiende el contagio como una enfermedad. La fascinación, la atracción, surge poco a poco, cuando se comienza a considerar a los rinocerontes hermosos, y bizarros sus andares. Se piensa que bailan y que cuando barritan cantan. Se les presume felices.

Hay que suponer que Ionesco en el momento de escribir la obra tenía presente su experiencia personal con el fascismo en Rumanía. Allí fue testigo del cambio súbito que sufrieron muchos amigos suyos y de cómo la comunicación entre ellos se volvió imposible. Pero desde su primera representación la fábula no ha quedado reducida exclusivamente a ese ámbito. Se ha aplicado a múltiples realidades y pienso que es apropiada para explicar lo que está ocurriendo en España con el nacionalismo y cómo este está colonizando a la izquierda.

«Tanto el PSOE como Sumar y Podemos se han esforzado por blanquear a los herederos de ETA»

Buena prueba de lo anterior fueron las elecciones gallegas, en las que tanto el PSOE como Sumar y Podemos obtuvieron resultados bastante negativos. Estas dos últimas formaciones pasaron a ser extraparlamentarias y el partido socialista redujo sustancialmente el número de diputados obtenido. Todos ellos perdieron votos en beneficio del BNG, y es que previamente habían adoptado parte de su discurso.

Los resultados de las elecciones vascas presentan aspectos similares. Se ha producido la subida de Bildu, mientras Podemos y Sumar (Sumar es simplemente prolongación de Podemos) han obtenido un único diputado, cuando en 2016 y en 2020 consiguieron once y seis escaños, respectivamente. El contagio nacionalista, sin embargo, es mucho mayor de lo que pueda expresar ese aumento, puesto que tanto el PSOE como Sumar y Podemos se han esforzado por blanquear a los herederos de ETA y en buena medida han abandonado los postulados de izquierdas en función de los intereses del nacionalismo. ¿Cuántos ciudadanos en el País Vasco estarían a favor de cambiar el régimen financiero del concierto?, y ¿se puede ser de izquierdas defendiéndolo?

¿Y qué decir de Cataluña? Se afirma que más de la mitad de los catalanes son constitucionalistas y no comulgan con los supuestos independentistas. Es más, a menudo se escuchan voces que se quejan de que el Estado les ha dejado solos frente al nacionalismo. Puede ser que tengan razón y que los distintos ejecutivos nacionales, fuesen del partido que fuesen, hayan estado más preocupados por asegurar su gobernabilidad en el Estado que por garantizar los derechos de los no independentistas en esa comunidad autónoma. Pero, ¿qué hacen los catalanes a la hora de las elecciones? ¿Por qué partido se inclinan todos esos ciudadanos que dicen estar en contra del nacionalismo? Las encuestas pronostican que va a ser el PSC el partido más votado. ¿De verdad creen los constitucionalistas que es esta formación política la que puede librarlos del secesionismo? ¿Dónde están todos esos catalanes que se manifestaron en contra del procés en la plaza Sant Jordi?

Resulta evidente el sesgo nacionalista que en muchas ocasiones han presentado tanto Iniciativa per Catalunya, heredera del PSUC, como el PSC. En honor de la verdad, nunca he entendido las relaciones entre el PSOE y el PSC, como tampoco he logrado comprender las de IU e Iniciativa per Catalunya. Entiendo -cómo no-, las coaliciones de partidos, bien sean preelectorales o poselectorales, o incluso permanentes como era la de Convergència i Unió. Lo que me resulta difícil de comprender es que una formación política renuncie a tener presencia y a concurrir a las elecciones en una parte del territorio y lo haga a favor de otra formación política que, cuando quiere, afirma su propia personalidad y autonomía declarándose independiente.

«La identificación del PSC con el nacionalismo catalán fue tan estrecha que defendió durante bastante tiempo el derecho a decidir»

El PSC forma parte de los órganos de dirección del PSOE (aunque después no se siente ligado por las decisiones que estos adoptan), pero no a la inversa, ningún militante del PSOE pertenece a los órganos de dirección del Partido Socialista de Cataluña. El PSOE tampoco participa de la elección del primer secretario del PSC. Pero el PSC sí participa en la elección del secretario general del PSOE, tan es así que a Zapatero le recordaron a menudo que era secretario general del PSOE gracias a los votos del PSC. Lo cual era rigurosamente cierto.

Zapatero debió de creerse que mantenía una deuda con el PSC. Por eso lanzó aquella frase tan desafortunada: «Pascual, me comprometo a apoyar en Madrid lo que apruebe el Parlamento catalán». Y así nació la modificación del aciago Estatuto de Cataluña. Un estatuto parcialmente anticonstitucional, cuyos únicos responsables fueron Maragall y Zapatero, y que en buena medida ha estado en el origen del procés.

La identificación del PSC con el nacionalismo catalán fue tan estrecha que defendió durante bastante tiempo el derecho a decidir, es decir, a la autodeterminación, hasta el punto de que en octubre de 2013 rompió la disciplina de voto del Grupo Parlamentario socialista, absteniéndose en una moción de UPyD que proclamaba que el «derecho a decidir» es de todo el pueblo español y que «bajo ningún concepto» una parte de la ciudadanía puede decidir sobre la organización territorial del Estado.

El PSC volvió a romper la disciplina del Grupo Parlamentario en octubre de 2016 votando en contra de la investidura de Rajoy. Buena prueba de que Sánchez y la franquicia catalana del PSOE proyectaban ya entonces la formación del gobierno Frankenstein.

«La actitud del PSC, contagiando al PSOE, está condicionando para mal, la realidad política de España»

La actitud del PSC, contagiando al PSOE, está condicionando para mal, la realidad política de España, y sus vacilaciones y titubeos han tenido mucho que ver en los problemas de Cataluña. Podemos y Sumar nacieron ya infectados de nacionalismo. ¿Qué ha sido de la izquierda en Cataluña? ¿Dónde se encuentra aquella multitud que rodeó el Parlament y obligó a Artur Mas a entrar en él en helicóptero?

Con la moción de censura y la constitución de los distintos gobiernos Frankenstein el contagio se ha transmitido al resto de España, a casi todo el partido socialista. Se ha asumido el discurso independentista, incluso el golpista. El contagio es tan grande que en el Parlamento, Sánchez ha llegado a considerar como suyos los escaños de Bildu y del PNV. «Hemos ganado nueve a uno». En realidad ya lo había dicho la noche de las elecciones generales: «Somos más». Todos juntos y en el mismo saco, englobando hasta Puigdemont.

El contagio se ha hecho también presente en la carta que el presidente del Gobierno dirigió el pasado miércoles a toda la ciudadanía, buen ejemplo de populismo y de asimilación del discurso nacionalista, sobre todo por la reivindicación del lawfare, es decir de la guerra sucia judicial, porque el único hecho nuevo con el que Sánchez ha podido motivar su decisión se encuentra en que un juez se ha atrevido a abrir diligencias contra su esposa. A pesar de afirmar que respeta a los jueces, lo cierto es que toda la carta, aunque de forma sibilina, es una acusación de la parcialidad de los jueces, con lo que se ha identificado con uno de los tópicos más esgrimidos por el nacionalismo.

Durante los cinco días de ejercicios espirituales (que sin duda merecen un artículo en exclusiva, quizás la próxima semana), ha sido todo el sanchismo el que ha repetido sin el menor pudor el discurso nacionalista del lawfare. El contagio es evidente, pero también algo más: que todo huele a república bananera.

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