Diez maneras de guisar a un perro
«No es polarización, es miedo. Miedo a que la gente opine, a que la gente piense, a que la gente cuestione. Miedo a que los demás señalen tu fracaso»
«Los soldados son como niños. Al igual que una criatura quiere que su padre sepa mantenerse firme, las tropas quieren disciplina. Y una forma de mantener la disciplina es fusilar a un hombre de vez en cuando». Así concluye su conversación el general Broulard tras el intento desesperado del coronel Dax para salvar la vida de tres de sus soldados. Luego el general siguió en su fiesta. Y las balas terminaron haciendo su trabajo.
Qué suerte haber visto Senderos de gloria justo el pasado fin de semana. Todo tiene su tiempo. Una vez conocí a una mujer tan bella que siempre llegaba puntual aún cuando llegaba tarde. El amor es un apuntalamiento. La vida es un edificio que siempre amenaza ruina.
No pensemos ahora en soldados, sino en periodistas. Y detengámonos en ese verbo áureo: disciplinar. Es un trabajo de equipo: unos ponen la diana y otros disparan. Stanley Kubrick nos enseña muchas cosas en su película. Me quedo con dos. La primera es que, a veces, los que deciden, anteponen su propia supervivencia a la dignidad; la segunda es que no podemos elegir cuando vamos a morir, pero sí cómo afrontarlo. Y yo, desde luego, reservo las lágrimas para mis carcajadas.
La gasolina de la máquina del fango es el justiciero. Admirable tuitero, concejal impulsivo o periodista puro. Ahí están, incansables paladines, delante del teclado disparando con sus comas mal colocadas y sus mentirijillas oportunas. Tirando a fallar cuando desfilan los propios, guiñando el ojo y controlando el pulso cuando han puesto la venda a los demás.
Y esos diarios vietnamitas, por lo de comer carne de perro, aleccionando a los demás, buscando el click. Convirtiendo la nada en un escándalo. «Diez maneras de guisar a un perro», deberían publicar alguna vez en sus titulares manipulados, si es que se van a especializar en el estigma a compañeros, en servirle al poder en bandeja un puñado de nombres y apellidos. Perro no come carne de perro, dicen nuestros veteranos; y no tiene nada que ver con el corporativismo, sino con el respeto al trabajo de los demás. Con morder a quien manda, no a quien lo cuenta.
Desde que el Imperio Sancherino, ese que ha convertido al PSOE en un chamán y a un puñado de ciudadanos en aclamadores y danzantes, se dedicó a justificar sus delirios políticos cuestionando a los periodistas, se viene dando esto del señalamiento. Ministros haciendo bromas escatológicas con algunas cabeceras o líderes de la oposición demonizando televisiones públicas. Todo vale. No es polarización, no es trincherismo, es miedo. Miedo a que la gente opine, a que la gente piense, a que la gente cuestione. Es miedo. Miedo a no haber estado a la altura y que los demás señalen tu fracaso. Prefieren pinchar el balón a recibir un gol.
Buenos y malos. Negras y blancas. Ali y Foreman. Qué fácil sería la vida sin matices. Ceros y unos. Barbie o Chabel. Izquierda y derecha. Iñaki Gabilondo o Federico Jiménez Losantos. Cómo echo de menos los partidos con chapas. Cómo echo de menos enfrentar a los G.I. Joe contra el Comando Cobra. Qué nostalgia de ser niño y ver el mundo en dos colores como los hámsteres. Era más fácil entonces, estirando la patita como un roedor, y posándola sobre nuestra preferencia. Pero el ser humano no llegó a donde ha llegado para eso. O sí. Habrá quien a estas alturas prefiera dar vueltas en una rueda antes de sentarse a pensar un poco.
Si a la democracia le pedimos madurez, quizá deberíamos exigírnosla a nosotros mismos. Si la ideología fuera una herramienta, sería una pala. Para cavar, para ahondar en la tierra, para mirar hacia dentro. Cuando la ideología es usada como una sierra, para derribar árboles por el camino, sólo sucederá el páramo. La crudeza de lo amarillo. Un paisaje sin esperanza. Los periódicos deberían dar ejemplo.
No vengo a abrirle a nadie los ojos. Me da exactamente igual la deriva de nuestros días. Como puedo escribir, escribo. Y cuento el mundo con mis ojos, que es la única ocupación que tengo. Y dejo a otros las espuelas y los estribos. Y dejo en otras manos la salvación de la humanidad y el rescate de sus esencias y serán sus palabras las que se escriban en mármol. Ojalá todos mis folios se quemen conmigo.
Yo amo y bebo vino. Yo me miro al espejo sin pudor. Yo digo lo que pienso y siento lo que digo. A partir de ahí, que cada cual encuentre su nube en el paraíso, lo mas cerquita de Kapuściński que puedan.
A mí nunca me ha molestado la desavenencia. Nunca he tenido miedo a la duda. Creo en la libertad. Creo en la libertad de una forma fiera, casi irresponsable. Y confío. Confío en quien habla, confío en quien mira, confío en quien vota y confío hasta en quien no confía. Pero qué tentador es disciplinar, ¿verdad?
Qué tentador es mandar callar. Poner un bozal. Apretar las muñecas. Qué tentador es eso de no escuchar lo que uno no querría saber. Qué reconfortante es el silencio para el que nació sin valentía. Siempre había niños que preferían dar balonazos a una pared antes que jugar un partido. El aburrimiento dolía menos que una derrota. Pero algunos hemos venido al mundo para desollarnos las rodillas y lucir moratones en el costado.
A otro perro con ese collar. Yo he nacido para el entusiasmo.