THE OBJECTIVE
Joseba Louzao

De la polarización a la pilarización

«En este contexto de identidades solidificadas o licuadas, el principal riesgo que tenemos está en la regeneración de sociedades pilarizadas»

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De la polarización a la pilarización

Ilustración representando la polarización política. | Alejandra Svriz

Hay conceptos que por sí solos remiten al espíritu de una época y encierran las claves explicativas de lo sucedido. Quizá una de las palabras que se utilizarán en el futuro para representar nuestro mundo será la de polarización. Su alto valor eufónico y su profunda ambigüedad han permitido que se haya convertido en un término de uso cotidiano y no se publica un análisis sin subrayar su omnipresencia. Al usarla todos parecemos dar por hecho lo que queremos decir. Pero no es así. Creemos que siempre polariza el adversario o, según las lecturas, el enemigo. Mientras tanto, las grietas políticas se van agrandando de tal forma que la distancia se hace patente, incluso en situaciones de la vida donde no se esperaba semejante contaminación.

Seamos cautos, en cualquier caso, porque no es la primera vez que vivimos un período de intensa confrontación ideológica. Lo hemos vivido con gobiernos de derecha y de izquierda a lo largo de nuestra historia democrática. El pasado reciente nos demuestra que estamos ante el enésimo retorno de dinámicas que buscan articular estrategias partidistas a través de la tensión y la crispación. ¿Es esta vez distinto? Caldear el ambiente para mejorar las posibilidades electorales sale barato. O, al menos, no es más costoso que cualquier otra operación más sofisticada en términos políticos. En Por qué estamos polarizados (Capitán Swing), Ezra Klein destacaba que la contaminación procedente de los medios, cada vez más de parte, jugaba un papel esencial en este proceso. La prensa, y los que trabajamos en ella, tenemos bastante responsabilidad a la hora de alimentar los tribalismos cotidianos y dicotómicos. Nos guste o no, también nos sale barato y lo sabemos rentable. 

Hace tres días, el Diário de Noticias portugués titulaba su información sobre el atentando contra el primer ministro eslovaco de la siguiente manera: «Robert Fico, instigador e vítima da polarização política na Eslováquia». Alarmas rojas: instigador y víctima de la polarización. Hay algo en este encabezado que me molestó. El marco interpretativo era evidente: la polarización desencadena la violencia. Esto nos lo recuerdan constantemente desde diferentes lugares. Sí, es probable que sea uno de los principales pecados de la polarización, pero no necesariamente tienen que estar relacionados. La violencia política ha estado presente en las sociedades modernas haya polarización o no desde la Revolución francesa. La polarización sólo favorece ventanas de oportunidad para su desarrollo, aunque nunca será su única causa. La polarización puede desaparecer y la violencia esporádica mantenerse.

«En las sociedades pilarizadas, cada grupo religioso o político (socialistas, liberales, católicos, protestantes…) tenían sus propios espacios e instituciones y favorecían que la convivencia se asentara en una segregación aceptada por todos para mantener la paz social»

Digo esto porque hay denuncias de la polarización que parecen admoniciones apocalípticas que terminan por desactivar cualquier temor fundado por su desmesura. Se trata de aquella historia que contamos a los niños sobre Juan y el lobo venidero. Porque la polarización no trae consigo necesariamente el extremismo. Se trata, más bien, de la generación de mecanismos para estabular a las personas en grupos cerrados y protegidos. Y estos no tienen que ser radicales. De hecho, estas interpretaciones nos ayudan a echar balones fuera. La polarización tiene muchos canales para crecer, tantos como puntos de llegada. En este contexto de identidades solidificadas o licuadas, el principal riesgo que tenemos está en la regeneración de sociedades pilarizadas (no, no es un error con el teclado). No hay nada nuevo bajo el sol. La pilarización fue una forma de organizar las sociedades en algunos países europeos del siglo XIX y la parte inicial del XX. Países Bajos probablemente sea el ejemplo más elocuente de esta deriva. La sociedad plural respondía de esta forma a los desafíos a los que tenía que enfrentarse. Cada grupo religioso o político (socialistas, liberales, católicos, protestantes…) tenía sus propios espacios e instituciones y favorecían que la convivencia se asentara en una segregación aceptada por todos para mantener la paz social. 

No es extraño que esto pueda ocurrir cuando las identidades políticas son cada vez, al menos con datos norteamericanos e intuiciones europeas, la primera piedra de la identidad. A ello hay que sumar que los lenguajes utilizados se separan hasta hacerse ininteligibles entre sí. La pilarización, aunque no lo llamen así, ya es una propuesta que ponen sobre la mesa muchos. Las bases están establecidas y puede convertirse en la salida para muchas mentes polarizadas. Conllevaría la derrota definitiva del ideal demoliberal. En el fondo, este peligro es el auténtico elefante en la habitación de nuestros debates sobre la polarización. Es complicado mantener el optimismo con nuestros debates enclaustrados.

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