Preescolar
«El grado de infantilización de nuestra política está rozando una vida en pañales. Como si en este país solo supiéramos comer y llorar»
Estos días vengo recibiendo publicidad de los partidos en el buzón de correos, como todo el mundo, pero antes de tirarla a la basura suelo mirarla con un poco de atención. Se descubren detalles relevantes.
Así, por ejemplo, la octavilla de Sumar o de Podemos, que ya no los distingo y a lo mejor van juntos, es una historieta dibujada para niños un poco discapacitados. No sé si es una manera de aproximarse al nivel intelectual de su jefa, que debe de ser la mujer de Pablo según la fotografía que viene en el folleto, o de captar a unos votantes que a duras penas han conseguido salir del jardín de infancia. Me ha sorprendido que ese grupo acepte con tanta tranquilidad que sus votantes carecen de cerebro y madurez. Es la primera vez que me parecen sinceros.
Otro muy distinto es el caso del PSOE que apenas tiene ilustración, excepto un corazón del mismo tamaño que las siglas. Un pedazo corazón. Es el signo evidente de que para el progresismo ya no hay otra motivación que la sentimental y amorosa. El bolero de las bolas. No obstante, el amor, los abrazos interminables de sus jefes, la besuconería de las ministras, el constante sonreír y reír y mostrarse joviales y satisfechos, los inextinguibles aplausos, son uno de los elementos más empalagosos de ese partido que, como el anterior, ya no sabe razonar, carece de argumentos y solo puede mostrar buenos sentimientos y la sonrisa ofensiva del Don’t worry, be happy. Es una publicidad fácil de confundir con alguna asociación caritativa de monjas, de esas que se llaman «hermanitas de los pobres» y en cuanto pueden se quieren vender el monasterio.
Me sorprende que, frente a la apelación a la irracionalidad infantil y a la sensiblería católica de la izquierda, la derecha no aduzca nada contundente, no muestre su inteligencia, si la tiene. La publicidad del PP es sobria y flemática. Apenas aflora con timidez una llamada a los demócratas y liberales, sin gancho ni garra.
«En la campaña actual no creo que haya nadie que sepa lo que van a hacer nuestros representantes»
Y de Vox no he recibido nada. No sé si porque prefieren ahorrar, si acaso consideran a mi barrio como inexpugnable, o lo contrario, una zona en donde ya han exprimido todo lo que daba de sí esa sociedad.
La campaña se suele llamar «de las europeas» porque elegimos a los que se irán a Bruselas para, o bien no hacer absolutamente nada con un sueldo descomunal, o bien trabajar por todos los que no pegan ni sello, como hizo la gran Maite Pagaza en la última legislatura. En la campaña actual, y aparte de los monigotes habituales movidos por los titiriteros (derecha y ultraderecha, fachosfera, y demás), no creo que haya nadie que sepa lo que van a hacer nuestros representantes. El grado de infantilización de nuestra política está rozando una vida en pañales. Como si en este país solo supiéramos comer y llorar.