THE OBJECTIVE
Victoria Carvajal

La excepción de la Corona

«El Rey ha sabido convencer a la ciudadanía de su utilidad en tiempos de gran crispación política como los actuales»

Opinión
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La excepción de la Corona

Ilustración de Alejandra Svriz.

Desde la coronación de Felipe VI el 19 de junio de 2014, hace diez años, nuestra democracia constitucional y nuestro parlamentarismo han sufrido un imparable deterioro. La paradoja es que la institución de la Corona que en ese momento vivía sus horas más bajas de popularidad, con su legitimidad seriamente cuestionada, ha sido la única capaz de renovarse, a diferencia del resto de las instituciones que la nueva política venía a reformar. Cabe preguntarse ¿qué fue de la regeneración? Esa ventana de oportunidad para hacer grandes reformas en la política y la economía parece haberse cerrado. La Monarquía, bajo el reinado de Felipe VI, es la gran excepción. Y en tiempos de inestabilidad, de polarización política y de inquietantes choques institucionales, de erosión generalizada de nuestra democracia, la fortaleza de la Corona, símbolo de unidad y de permanencia del Estado, es una buena noticia. 

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) no ha hecho una encuesta sobre la popularidad de la Monarquía desde 2015. Entonces, el Rey Felipe VI llevaba pocos meses en el trono. El comportamiento nada ejemplar de su padre, Juan Carlos I, había hundido la popularidad de la institución. El nuevo monarca suspendió entonces con un 4,3 sobre 10. Hace casi 10 años de esto. ¿Por qué José Félix Tezanos, capaz de justificar extravagantes sondeos flash para conocer su opinión de los españoles sobre las cartas del presidente del Gobierno a la ciudadanía, elude preguntar sobre el Rey? 

Una de las razones que aduce el organismo público es que los ciudadanos no ven la Jefatura del Estado como un problema para España. Y así efectivamente lo reflejan de forma consistente los barómetros que publica el CIS. En el último, correspondiente al mes de abril, la Monarquía preocupa a sólo el 0,2% de los españoles. Un porcentaje irrelevante frente al 28,3% que considera que la situación económica es el gran problema, o el 25,4% que cree que es el paro o el 17,2% que identifica los problemas políticos en general como su principal preocupación. 

Felipe VI accedió al trono en un momento de crisis multiorgánica. Las secuelas sociales de la Gran Recesión (2008-13) -el número de parados se disparó hasta los cinco millones- lastraban la salida de la crisis, la ciudadanía se resentía de la desconexión entre las instituciones y sus problemas, y la prolongada inestabilidad política, con la celebración de dos elecciones generales y el triunfo de la moción de censura de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy en un plazo de apenas tres años, obstaculizó la adopción de medidas y reformas que aliviaran la situación. El auge de los populismos a izquierda, derecha y nacionalistas, la ruptura de los consensos básicos entre los dos grandes partidos y el golpe dado por los independentistas catalanes al orden constitucional con la convocatoria del referéndum ilegal de autodeterminación en 2017 sólo agudizaron esa inestabilidad y siguen hoy teniendo secuelas. El muro ideológico levantado por Sánchez, la divisiva Ley de Amnistía, la dependencia del Gobierno en unos partidos desleales con la Constitución y contrarios a la Monarquía parlamentaria…

Y pese al imparable encanallamiento de la situación política, el Rey ha sabido mantener su neutralidad, que está en la base de su legitimidad, y recuperado el prestigio de la Monarquía con su acción integradora, su conducta íntegra y ejemplar y una gestión más transparente de la institución. Cumpliendo así con el compromiso de modernizar la institución que Felipe VI asumió su discurso de proclamación en 2014, en el que ofreció “una Monarquía renovada para un tiempo nuevo”. El Rey ha sabido convencer a la ciudadanía de su utilidad en tiempos de gran crispación política como los actuales. De forma que la Corona es hoy en España una reserva de institucionalidad. Su funcionalidad con respecto a la democracia no parece discutible. Y en la consolidación de esa imagen renovada, la Princesa de Asturias ha jugado un papel clave. La asunción de sus responsabilidades como heredera tras jurar lealtad a la Constitución el pasado mes de octubre en el Congreso de los Diputados ha disparado la popularidad de la Casa Real. Así al menos lo reflejan las redes sociales. Como señalaba mi admirado Ignacio Peyró en una entrevista reciente en El Mundo: “ya hay más atención al futuro de Leonor que al pasado de Juan Carlos”.

Hoy, en medio de la desafección política de los ciudadanos, la Monarquía es la única institución que parece estar a salvo del desgaste. El peligro es que su legitimidad reside en la pervivencia de un bipartidismo sólido que la acepte, como ha ocurrido hasta ahora. Y ese bipartidismo vive hoy sus horas más bajas. No cabe otra más que confiar en que el botón que volaría definitivamente los consensos del 78 no sea activado. 

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