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Tadeu

Biden, el elixir de la eterna senectud

«En América como en el resto de democracias occidentales, lo que prima es la polarización; se vota contra el otro»

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Biden, el elixir de la eterna senectud

Ilustración de Alejandra Svriz.

La precampaña presidencial americana, sin duda la más seguida del planeta (todavía sigue siendo Estados Unidos la capital del imperio occidental, el que marca tendencias y el gendarme universal) debería de haberse convertido, de no ser por el asunto de la saludad mental de Biden, en un grotesco combate entre dos dinosaurios bastante parecidos, que arrastran sendas mochilas: pues los dos ya han ocupado el Salón Oval de la Casa Blanca, y los dos han dado muestras de lo que, sobre todo, no son capaces de hacer: tomar grandes decisiones por el bien de su país y de Occidente. Ni el balance de la presidencia de Trump fue tan catastrófico ni el actual de Biden es tan positivo. Como ocurre un poco con Italia, el país prospera o decae al margen de sus gobiernos. Hasta Zelinski lo ha entendido, al visitar a Trump con una sonrisa de oreja a oreja después de haberse reunido con Biden. No es cierto que de gobernar Trump entregaría Ucrania con un lacito a Putin. 

No hay pues misterios ni sorpresas sobre lo que puedan llegar hacer ambos: ya se les ha visto en acción, con sus cualidades y sus defectos. Y ninguno de los dos ha dejado una marca indeleble en la historia del país. Ni siquiera las extravagancias de Trump han sido tan histéricas e históricas como llegó a pensarse en algún momento. El rey del meme, eso sí. Pero Biden pronto no le irá a la zaga.

Lo que quieren que vuelva Trump esperan de él, en el fondo, que lleve a cabo las acciones que prometió y que no se atrevió a ejecutar en su primer mandato; pero de momento lo único que les motiva es un tono faltón y antisistema, marca de la casa. Deberían saber que incluso respecto al botón nuclear,  y en todo lo demás, el presidente es rehén de un sinfín de controles, limitaciones y contrapoderes. Es la grandeza del sistema, que sigue funcionando aun con un país deteriorado en tantos aspectos.

Los que votarán a Biden, tampoco lo hacen por su balance, superlativamente discreto, sino para evitar pura y sencillamente que pueda volver a ganar Trump. En América como en el resto de democracias occidentales, lo que prima es la polarización. Se vota contra el otro.

No se sabe todavía quiénes van  a ser los que acompañen a los candidatos en el bien llamado ticket, pues la cosa va de espectáculo. Este personaje tiene mucha importancia: tradicionalmente se trata de una persona que, en claro contraste con el candidato al que complementa, es nombrado con el fin de agradar a una parte del electorado del propio campo que es más reticente con el presidenciable. Una especie de repesca.

Biden, si consigue ser al final el candidato, tendrá que luchar durante todos los debates contra  las sospechas sobre su salud mental. En la elección de los vicepresidenciables se jugará pues probablemente el éxito de la campaña de uno u otro. 

Si Biden da con la persona que atraiga el foco y lo desvíe de su persona, aún puede haber partido. En 1961 Kennedy ganó por ciento y pico mil votos a Nixon.

Coda 1) Se busca primer ministro francés. No para el Nuevo Frente Popular de reunirse consigo mismo con el fin de consensuar el nombre de un posible primer ministro que proponer a Macron, quien en su última carta a los ciudadanos (le ha cogido vicio al género epistolar, lleva tres en tres semanas) pide a los partidos del «arco republicano», es decir del Gaullismo al Comunismo, que se pongan de acuerdo.  El problema de este arco es que excluye explícitamente, como es natural, al partido RN de Le Pen, pero también al partido de La Francia Insumisa, que, con 70 diputados, es la principal formación del Nuevo Frente Popular, razón por la cual, su líder Jean-Luc Mélenchon ha aceptado, tácitamente,  renunciar al gobierno pero a cambio de poder ser quien proponga al candidato a primer ministro. De momento, suena el nombre el Huguette Bello, veteranísima comunista  y presidenta de la región de la isla de la Reunión, y, por lo tanto, anciana, mujer, racializada, de izquierda radical y… periférica. Muchas bazas para la izquierda woke. Uno de lo pequeños inconvenientes es que votó en contra del matrimonio homosexual en su día, y acude a misa todos los sábados, pero nobody is perfect

El problema de Bello, y de cualquier otro candidato que proceda, como ella,  del Nuevo Frente Popular es que, por definición, su figura queda a años luz de la sensibilidad de la otra punta del arco republicano, aquella donde el gaullismo desearía un candidato como mucho centrista, o bien a alguno de los suyos que se pasaron al macronismo  en 2017, como el sarkozista Gérald Darmanin, actual ministro del interior.

Si no se produce el milagro de un independiente que complazca a derecha e izquierda, Macron siempre puede nombrar primer ministro a uno de sus filas, con la excusa de que el centro del arco republicano es equidistante de ambos extremos, y que por algo lo colonizó él.

Y así podrá seguir su mandato; como si hubiera ganado las elecciones.

«La reconstrucción de ERC, paradojas de la historia, sólo puede hacerse a costa de ser el principal oficiante en el entierro de primera del unilateralismo»

Coda) Ya vuelven. Regresó de Suiza Marta Rovira con sus cuates, gracias a la amnistía, que cada juez aplica como le peta, y que en el  caso del de Tsunami Demòcratic, deja la vía expedita al regreso sin cargos de los que huyeron. No es seguro que el shock de volver de un país tan saludable como Suiza no pueda haber perturbado las facultades de la dirigente republicana, pero sus declaraciones tan esperables sobre que vuelven para «acabar la feina» son una cortinilla de humo que opaca su mensaje principal: está negociando con los socialistas para que Illa sea presidente a cambio de un régimen fiscal «especial, singular» para Cataluña. Si lo logra, y a expensas del terremoto que supondrá esto en la mayoría de Comunidades Autónomas (incluidas  las socialistas Asturias y Castilla-La Mancha ), sería el jaque mate a Puigdemont, y por ende el final de escapada independentista. La reconstrucción de ERC, paradojas de la historia, sólo puede hacerse a costa de ser el principal oficiante en el entierro de primera del unilateralismo. Los 7 votos de Junts no pueden servir para hacer caer a Sánchez si ERC y el PSC, con una pinza, saben vender este nuevo Estatut. Y Puigdemont debería abandonar la política. 

Coda) Menos menas. La ruptura de Vox a cuenta del reparto de menas le plantea, indudablemente, un  serio problema a Vox, que se ha echado a un monte del que le costará mucho bajarse, dado que ahora hay en los árboles unos cuantos  Alvises colgados de las ramas,  a los que difícilmente podrá superar en antisistemismo y discurso heavy

Y si llegase el momento, en las próximas generales, de apoyar o no a Feijóo para ocupar La Moncloa, su electorado no entendería nunca que por su culpa Sánchez siguiese siendo presidente del gobierno, gracias a la nueva coalición Frankenstein que pudiese armar en ese momento. 

Con las cosas de comer, a los votantes de Vox no les gusta jugar. Para  la juerga está a partir de ahora Alvise.

Pero al PP tampoco se le ponen las cosas de cara con este divorcio: es cierto que el reparto de menas era y es por definición razonable, y más para un partido que no en balde se define muchas veces como democristiano. Sin embargo, no es nada seguro que haber hecho lo correcto con estos inmigrantes desamparados le vaya a reportar el apoyo de los votantes más católicos y conservadores de Vox.

La abstención también existe, y también el voto en blanco (más de un millón de franceses votaron en blanco la semana pasada, para no tener que votar por Le Pen o por Mélenchon, en la segunda vuelta).

Y al PP le pueden entrar tentaciones de reconectar con Junts y con el PNV. Sería tanto como asumir que para recuperar el poder ha de pactar con los nacionalistas periféricos insolidarios. Su electorado probablemente no lo tolerase. Como bien dice Francisco Camps, en una entrevista en este diario: «Los líderes del PP han de tener la vocación de obtener la mayoría absoluta. Conscientes de que nosotros lo hemos conseguido y se tiene que volver a conseguir».

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