THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

Zapatero, era lo que parecía

«El expresidente está justificando con su posición extremista un pucherazo electoral, algo indigno e inmoral para un supuesto político democrático»

Opinión
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Zapatero, era lo que parecía

Ilustración de Alejandra Svriz.

Pocas veces se ha vivido de forma tan impactante por su miseria e inmoralidad la autodescomposición de un político ante la opinión pública internacional como la que está realizando el expresidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero.

Su actividad en los últimos años en Venezuela demuestra un giro imposible de creer. Desde sus inicios como mediador internacional donde fue aumentando la sorpresa de verle cómo, ronda tras ronda de negociaciones, sus declaraciones eran siempre críticas con la oposición y, por el contrario, sonrisas complacientes con el régimen y la figura de Maduro. Ese giro terminó degenerando en un activismo chavista que le imposibilitaba para cualquier mediación con una oposición venezolana con la que el expresidente español jugaba siempre a sembrar la cizaña entre ellos para debilitarlos. Al final consiguió algo que parecía imposible: poner de acuerdo a toda la oposición en que, para ellos, era un chavista más.

Finalizada esta etapa, Zapatero empezó a crearse la leyenda de supuestas gestiones humanitarias. Decenas de viajes a Caracas donde era siempre recibido en el Palacio de Miraflores con los brazos abiertos y una gran sonrisa para un expresidente de un país democrático de la Unión Europea que lavaba la imagen real de Maduro: la de un dictador en cuyo régimen se ha asesinado a casi siete mil opositores, se ha llevado a la pobreza a más del 80% de la población, la corrupción es el estado natural del propio estado y se ha obligado al exilio a casi ocho millones de venezolanos. Nunca habló de ello Zapatero, nunca le molestó su conciencia, nunca criticó los asesinatos, nunca una mala palabra para el régimen chavista. Sí las tuvo, palabras duras y críticas, siempre para la oposición, incluso para los políticos que eran perseguidos e inhabilitados arbitraria e injustamente, como la propia María Corina Machado. 

Zapatero se ha escondido durante años en supuestas gestiones para ayudar a las empresas españolas cuyos beneficios y activos estaban secuestrados por el régimen chavista. No le importó tampoco ponerse medallas sotto voce en España, como si todas las liberaciones de opositores, excarcelados tras meses o años de torturas y prisión (muchos de ellos sin haber sido nunca acusados ni juzgados), hubiera sido por sus gestiones. Seguro que lo pidió en ocasiones, pero en Venezuela todos creen que pocas se deben a él. Lo que sí están todos de acuerdo es en recordar que nunca criticó ni el hecho, ni las circunstancias de las detenciones ilegales, torturas y asesinatos que se produjeron.

En este estatus medio secreto, Zapatero se movía muy cómodamente sin que nadie supiera nunca de verdad qué es lo que hacía. Y lo poco que se conocía solo incrementaba más los rechazos de la oposición hacia su figura. Máxime cuando se convirtió en uno de los grandes blanqueadores de Maduro ante el Grupo de Puebla. Ese grupo creado por 64 líderes de 18 países que defienden las distintas ideologías progresistas de Latinoamérica. Figuras como los actuales presidentes de Brasil, Lula da Silva, o Bolivia, Luis Arce, o los expresidentes argentino Alberto Fernández, el uruguayo José Mujica, el colombiano Ernesto Samper, el ecuatoriano Rafael Correa o el boliviano Evo Morales. Figuras que llegaron al poder democráticamente y que, a pesar de que en algunos casos costó lo suyo, salieron del poder también por las urnas. Un grupo en el que junto a Zapatero están otros españoles del nivel del exjuez Baltasar Garzón (cuyo bufete tiene acuerdos millonarios con el gobierno chavista) o de la exministra Irene Montero.

Zapatero ha ejercido una indudable influencia en este Grupo de Puebla al que también pertenece y acuden los hermanos Rodríguez. Jorge Antonio, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela y su hermana Delcy, la vicepresidenta de Maduro, famosa en España por sus maletas y sus paseos por el aeropuerto de Barajas donde se reunió, pese a tener prohibida su presencia en territorio de la Unión Europea, con el exministro José Luis Ábalos y su inseparable Koldo García. 

«¿Qué tiene Maduro que tanto teme Zapatero que se sepa? En Venezuela lo tienen claro. En España, necesitamos saberlo»

Este es el panorama conocido en el que se mueve Zapatero, por eso a nadie extrañó que acudiera rápidamente a Caracas para estar presente en las elecciones del pasado 28 de julio. No fue expulsado como decenas de observadores independientes o parlamentarios españoles y europeos. Zapatero no lo criticó. No eran de los suyos y además quería mantener una discretísima presencia. Por primera vez la televisión chavista no lo enseñó dándose besos y abrazos con Maduro y su vicepresidenta Delcy. Fue, como se esperaba, un observador amigo, incluso cómplice, que calló cuando se empezaron a denunciar numerosos conflictos con cierres de colegios o incluso secuestros de las urnas. También calló cuando se denunciaron los datos falsos presentados por Maduro, que se proclamó vencedor sin ninguna prueba y amenazando al que lo cuestionara. 

El silencio sospechoso de Zapatero se convirtió ya en delator cuando decidió no firmar la petición de los otros dos expresidentes del Grupo de Puebla presentes en Venezuela, para que Maduro enseñara las actas electorales. Durante días Zapatero se ha escondido en un cobarde silencio, incapaz no ya de pedir limpieza electoral, sino incluso de criticar o condenar la represión criminal de Maduro que lleva ya más de veinte asesinados y unos dos mil opositores secuestrados, detenidos y algunos de ellos torturados hasta la muerte. 

Lo que nadie esperaba de José Luis Rodríguez Zapatero, ni siquiera sus mayores detractores, es que se convirtiera en el mayor activista a favor del fraude electoral. Su posición extremista le coloca cerca de la de los gobiernos de Cuba, Nicaragua, Rusia, China o Irán en el reconocimiento de la victoria de Maduro. 

Parece que finalmente Zapatero no se ha quedado callado y quieto. Al contrario. Publica el diario digital mexicano La Política Online que Zapatero lleva días presionando a todos los expresidentes del Grupo de Puebla para que no digan que en Venezuela hubo fraude. Asegura este diario que, para Zapatero, «ir más allá es hacer el juego a una oposición que tilda de violenta». En un acto de cinismo inmoral, olvida los asesinatos de Maduro y se inventa una violencia que no existe de la oposición.

Zapatero se ha desnudado al pedir que no se haga algo tan elemental como enseñar las actas de una votación. Está justificando un pucherazo electoral, algo indigno e inmoral para un supuesto político democrático. Pocos parecen pensar que lo ha hecho de forma voluntaria y que ahora cree en la dictadura revolucionaria chavista. Son más los que creen que ha sido Maduro el que le ha obligado a hacerlo ¿Qué tiene Maduro que tanto teme Zapatero que se sepa? En Venezuela lo tienen claro. En España, necesitamos saberlo. 

Este es el hombre que se ha convertido en los últimos años en el referente de Sánchez en las campañas electorales del PSOE ¿Cómo queda ahora ese papel? Cuando referentes de la izquierda democrática latinoamericana como el chileno Boric, el colombiano Petro o el brasileño Lula piden transparencia y limpieza, Zapatero opta por una respuesta al más puro estilo estalinista cubano.

De Zapatero ya sabíamos que era un político capaz de crear el caos. Su idealismo ha sido siempre peligroso, como cuando negó durante meses, siendo presidente, que España sufriera una crisis económica. O cuando, con sus promesas insensatas e imposibles de cumplir constitucionalmente, incendió Cataluña. Pero eso es otra historia. Por el momento.

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