Quererlo todo y defenderlo
«Me gustaría que volviera a haber mili o una oportunidad de compromiso civil y comunitario equivalente, que a todos (y a todas) por igual obligara»
He visto estos días que el sindicalista Cándido Méndez la liaba pidiendo recuperar el servicio militar obligatorio para que no se nos «deshilache» todavía más el sentimiento nacional español. Sé de lo que habla. No olvidemos que la mili se erradicó definitivamente en España en tiempos de Aznar, por petición expresa de CiU. Que en Cataluña la mili era considerada por muchos como una «españolada» y se combatía más por eso que por otra cosa -como los toros- es una evidencia difícil de discutir. Yo tuve en su día un noviete indepe que, estando en la mili, me mandaba amargas epístolas quejándose del suplicio de tener que llevar armas al servicio del «enemigo». Me anunció que pensaba boicotear eso por todos los medios a su alcance. Por ejemplo, fallando adrede todas las prácticas de tiro, tratando de inutilizar su Cetme, etc.
Un día este noviete y yo nos fuimos juntos de excursión. Subimos a una montaña en las afueras de Barcelona. Digo que íbamos de excursión por ser sutil: éramos los dos muy jóvenes, vivíamos ambos con nuestros padres, carecíamos de coche y de capacidad de pagar una habitación de hotel. ¿Hace falta que dé más pistas sobre nuestras verdaderas intenciones al buscar un rincón natural muy retirado? Tan retirado, que la prensa informaba de algunas bandas delincuenciales que atracaban a los excursionistas.
Sabiéndolo, mi noviete me anunció que se había armado de una pequeña pero afilada navaja de esas plegables -o desplegables, según se quiera ver-. Yo dudaba entre considerarle mi héroe y un exagerado. Mientras me lo pensaba (y mientras subíamos montaña arriba, cogidos de la mano), se oyó lo que parecía ser un chasquido de pisadas sospechosas en medio de los árboles. Mi noviete sacó en el acto la navaja, que llevaba oculta en la manga. Se abrió en la mano de él que iba agarrada de la mía, con lo cual se hizo sangre él y me la hice yo. Las pisadas sospechosas resultaron ser de un par de ardillas. Aunque nunca se lo dije, cruzó mi mente la idea de que, si él hubiera aprovechado mejor su período de adiestramiento militar, igual nos habríamos podido ahorrar este sangrante ridículo.
A mí no me habría importado hacer la mili. Si es obligatoria, yo creo que debería serlo para los dos sexos, como ocurre por ejemplo en Israel, por razones obvias. Menos obvio resulta para parte del resto del mundo que ese sentimiento nacional más o menos deshilachable que Cándido Méndez invoca -y que sin duda es en Israel poderoso- no es ni mucho menos lo único que se trabaja pasando por el ejército de tu país.
Israel es un vergel de start-ups que muchas veces tienen su origen en conocimientos tecnológicos adquiridos por sus jóvenes durante su formación militar. También adquieren allí una noción muy fuerte de la camaradería y a desarrollar interesantes equilibrios entre jerarquía e iniciativa personal. Mientras hubo mili obligatoria en España, para muchos españoles eso significó la primera oportunidad real de salir de su nicho socioeconómico, fuese este el que fuese, y por supuesto de su zona de confort. Pobres y ricos, cultos e incultos, ¡incluso catalanes y no catalanes!, se mezclaban aleatoriamente según entraban en el bombo. Para muchos de ellos sería la única verdadera experiencia comunitaria de toda su vida.
«A lo mejor ese es el reto: pisar el acelerador del progreso moral»
Me acordé de todo esto el viernes pasado, cuando asistí en Madrid a una interesante charla en el marco del Festival de las Ideas promovido por el Círculo de Bellas Artes y La Fábrica, con el filósofo, escritor y director de la Revista de Libros, Javier Moscoso, como inspirado comisario. La cosa consistía en una especie de terapia de choque que entre el 18 y el 21 de septiembre ha juntado intensivamente a pensadores, artistas, músicos, etc, en varios puntos de la ciudad. La entrada era libre y debo decir con alegría que se formaron largas colas. No estamos tan mal si hay que hacer cola, como la tuve que hacer yo, para ver una charla entre los filósofos Javier Gomá Lanzón y Remedios Zafra moderados por Alberto Ojeda, director de la revista El Cultural.
Yo fui porque soy fan de Javier Gomá Lanzón. Me fascina lo que dice, como lo dice y por qué lo dice. Su apasionado estudio de la ejemplaridad. Su divisa fantástica: «Yo lo quiero todo». Su confianza en que nunca hemos vivido un momento mejor que el actual y en que depende de todos y cada uno hacer que realmente nos cunda y valga la pena.
El viernes pasado en el Círculo de Bellas Artes, Javier Gomá Lanzón formuló una idea para mí enormemente sugestiva: la de que el progreso no ya material, sino sobre todo moral, de nuestra sociedad resiste tercamente toda negación apocalíptica de bajos vuelos y también trasciende esa «cultura de la queja» que a tantos gusta y que era el título, precisamente, de la charla en cuestión. Matizó que a veces ocurre que la visión global de ese progreso moral no se tiene en el marco de una existencia humana. Y que a lo mejor ese es el reto: pisar el acelerador del progreso moral, y de la conciencia del mismo, para que sus efectos sean visibles e innegables a escala cotidiana. Que entre que uno nace y muere, se pueda llegar a dar cuenta. Esa es la manera más eficaz y a la vez constructiva de «quererlo todo».
«Modernamente nos hemos vuelto portadores de una dignidad infinita, y precisamente por eso estamos tan enfadados, porque la contrariedad de esa dignidad a veces nos produce indignación», vino más o menos a decir, ya que le cito de memoria. La mismísima xenofobia, aclaró, no se entiende sin un reconocimiento previo de la dignidad de los «de fuera», que antes ni se tomaba en consideración. Etc.
«Creo que urge un chute de ejemplaridad y de ilusión por las virtudes colectivas»
Yo me apunto sin dudar a esto de quererlo todo. Todo lo bueno, se entiende. Por eso me gustaría que volviera a haber mili o por lo menos una oportunidad de compromiso civil y comunitario equivalente, que a todos (y a todas) por igual obligara. No tanto porque me preocupe más o menos si el sentimiento nacional se deshilacha o se mantiene terso, sino porque creo que urge un chute de ejemplaridad y de ilusión por las virtudes colectivas. Y luego cada uno les pone la etiqueta que les quiera poner. Pero seamos invencibles en algo y por algo.
Y vuelvo a citar a Javier Gomá Lanzón de memoria: «¿Alguien ha demostrado jamás en un laboratorio que la mujer es igual al hombre, o los negros a los blancos? No. Todos esos avances se fundan en sentimientos. Por eso es tan importante educar el corazón de los ciudadanos». Y hasta defenderlo.