(Pos)verdad y democracia
«Nuestras democracias liberales se están iliberalizando y toman el camino de convertirse en auténticas autocracias electorales»
Cuando uno se acerca a la realidad política española, parece que nos hemos quedado varados en la misma historia de todas las semanas: el Gobierno atacando los bulos surgidos del fango más oscuro frente a las ansias de verdad de la sociedad. El relato se construye a través de los discursos de los ministros, que salen en tromba para defenderse mutuamente, eso sí, sosteniendo su argumentación sobre medias verdades y flagrantes falsedades. Semana tras semana, el proceso se repite. En esta ocasión, ha sido a cuenta de la probable imputación de Álvaro García Ortiz, fiscal general del Estado. La defensa de este miembro oficioso del Gobierno ha sido que el Tribunal Supremo lo investiga por defender la verdad y la honorabilidad contra una campaña de bulos. Se les olvida convenientemente que, por el camino, y siempre presuntamente, se han vulnerado los derechos de un particular. La verdad está por encima de todo. ¿Quiénes se han creído estos jueces?
Que estas alegaciones son de cartón piedra lo demuestra el sorprendente hecho de que este Gobierno, tan dado a cambiar las normas para adaptarlas a las europeas —creo que la justificación ha sido similar siempre que ha tenido que pagar favores políticos a otros partidos—, no esté pensando en legislar para proteger la verdad del fango, los señores con puros y la ultraderecha. En la Unión Europea no se puede aceptar jamás que la lucha contra la verdad sea un delito. El Consejo de Ministros está tardando en prohibirlo. O quizá las cosas no sean tal y como las venden. Algo podemos sospechar cuando escuchamos al ministro de Transformación Digital y Función Pública, Óscar López, decir que esta imputación es una prueba de que «Feijóo ha decidido subcontratar la oposición en manos de la justicia». Son palabras un tanto gruesas para alguien que ocupa una cartera ministerial. Con seguridad, hemos traspasado tantas fronteras que nadie de su partido se le ocurrirá reprobar estas afirmaciones. El ministro, por cierto, fue hasta antes de ayer director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno.
Mañana llega a las librerías Posverdad y democracia, de Manuel Arias Maldonado, compañero en estas lides en THE OBJECTIVE. Los lectores de sus columnas saben que es un prolífico académico que no teme participar en la conversación pública. No se esconde ni pierde un ápice de seriedad cuando trata las noticias cotidianas. Arias Maldonado es una de las prosas más brillantes y lúcidas de la opinión publicada en este momento que nos ha tocado vivir. Su nueva obra sale en Página Indómita, un sello que está haciendo una labor impagable en el campo del pensamiento y la política. El libro encaja bien con la actualidad política, lo cual no era complicado, ya que sus preocupaciones son las que nos acompañan desde hace una década.
«La verdad y la política se distancian cada vez más en un tiempo marcado por la irrupción digital, que transforma el espacio público y lo desordena de tal manera que perdemos la capacidad de discernir con claridad dónde comienza y dónde termina la verdad»
Posverdad y democracia es una buena receta para reflexionar sobre cómo nuestras democracias liberales se están iliberalizando —permítanme el neologismo— y toman el camino de convertirse en auténticas autocracias electorales. La verdad y la política se distancian cada vez más en un tiempo marcado por la irrupción digital, que transforma el espacio público y lo desordena de tal manera que perdemos la capacidad de discernir con claridad dónde comienza y dónde termina la verdad. Es más, quienes se erigen como paladines de la verdad suelen ser los mayores depredadores desde la mentira. Arias Maldonado ha escrito una defensa de la verdad frente a los partisanos que consideran que sus planteamientos son la única verdad, escépticos de diverso pelaje y relativistas inconscientes. La verdad tiene sus procedimientos para distinguir la de la mentira, y estos varían según hablemos de lo factual, lo científico, lo político, lo moral o lo judicial. No ayuda en nada mezclar los debates. Estas páginas son una invitación a tomarnos la cuestión en serio, tanto los políticos como los ciudadanos, pese al pesimismo presente – y que podemos compartir- en sus conclusiones: ese momento no ha llegado y puede que nunca lo haga.