THE OBJECTIVE
José García Domínguez

El colapso fiscal del Estado

«La economía de supuesto éxito necesita demasiados trabajadores pobres para funcionar, tan pobres que ni tan siquiera se les pueden cobrar impuestos directos»

Opinión
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El colapso fiscal del Estado

Ilustración de Alejandra Svriz.

Una mayoría parlamentaria, la del Gobierno del PSOE y Sumar más sus apéndices de las minorías centrífugas varias, que se supo mantener unida y hasta pétrea frente convulsiones políticas y sociales de primer orden, como las vividas durante el peor momento de la pandemia o cuando la concesión de una amnistía irrestricta a los sediciosos catalanes, se acaba de agrietar seriamente hace apenas unas horas por un ramillete de asuntos en apariencia mucho menores, algunos incluso baladís, como puedan ser la subida el tipo del IVA aplicable a las viviendas turísticas o la supresión de ciertas exenciones fiscales para los seguros privados de salud.

Si bien no sería extraño que, al modo de lo sucedido en su día con Al Capone, también Pedro Sánchez pudiera terminar cayendo por un asunto de impuestos. Y no sería extraño porque aquí, entre nosotros, tanto la derecha como la izquierda, ambas por igual, coinciden en compartir la creencia casi mística de que todos los problemas económicos de una sociedad moderna, abierta y compleja, absolutamente todos, se pueden resolver tocando los impuestos. 

Huelga decir que para los unos esa gran panacea universal pasa por subirlos, mientras que los otros creen con idéntica fe devota que el gran secreto de la prosperidad colectiva reside en bajarlos por norma. Así, los ideólogos del PP predican que una fiscalidad en extremo más liviana para empresas y particulares pondría en marcha un bucle virtuoso de emprendimiento y creatividad que, al final, redundaría en beneficio del conjunto. Por su parte, desde la socialdemocracia descafeinada, ahora con mando en plaza, se replica que la muy acusada desigualdad en la distribución de la riqueza que retrata a España frente al resto de la Europa desarrollada sólo se podrá corregir con la intervención decidida del Estado a través del sistema tributario. Comparten, pues, la misma idea de fondo, lo único que cambia es el modo de aplicarla. Por lo demás, se trata de una idea extravagante, mucho; tan extravagante y marginal que, fuera de la Península Ibérica, prácticamente nadie sostiene semejante doctrina esotérica. 

Y es que esa creencia atávica en el poder milagroso de los impuestos para mejorar el mundo se da de bruces con la realidad empírica, la observable a simple vista. Sin ir más lejos, en Europa hay países a los que les va muy bien, de maravilla, con niveles de presión fiscal muy baja (por ejemplo, Suiza) y países a los que igual les va muy bien, también de maravilla, con niveles de presión fiscal muy altos (por ejemplo, Noruega y el resto de los nórdicos).

«El problema de España, no son los impuestos, bien al  contrario, es la clase media y su crónico proceso de encogimiento »

De todo lo cual se puede extraer ya una lección muy sencilla, a saber: que ni los impuestos altos ni los impuestos bajos constituyen la clave de bóveda de la prosperidad de un país. Porque el problema de España no son ni nunca han sido los impuestos. El problema de España, bien al contrario, es la clase media; más en concreto, su crónico proceso de encogimiento y minorización desde su antiguo estatus de grupo social dominante. Porque la clase media, el gran soporte sociológico y político, pero también fiscal y financiero, de cualquier Estado del bienestar que aspire a resultar sostenible en el tiempo, aquí, se está extinguiendo lentamente. 

Un achicamiento constante que es el del estrato que cada vez tiende a concentrar más los gravámenes fiscales del Estado. Y ello porque sus rentas, las de esa clase media en continua disminución, resultan ser las únicas que, siendo susceptibles de fácil control por el fisco, alcanzan para algo más que la mera supervivencia. Porque nuestra anomalía diferencial como país no son los ricos y muy ricos, un grupo que se parece mucho en número y en ingresos a sus homólogos del resto de Europa, sino los pobres y muy pobres.

La economía de supuesto éxito que va como un cohete, esa cuyo PIB reciente tanto celebra el Ejecutivo, necesita demasiados trabajadores pobres o muy pobres para funcionar a pleno rendimiento estadístico; pobres y muy pobres a los que ni tan siquiera impuestos directos se les pueden cobrar de tan pobres que son. Y de ahí el colapso fiscal del Estado. No, nada que celebrar.

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