THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

¿Ponerse morados?

«Poca broma con la violencia contra las mujeres salvo que se trate del ‘share’. Unos sí se pueden poner morados, mientras que otros serán puestos colorados»

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¿Ponerse morados?

Imagen de mujeres. | Alejandra Svriz

Mediante Resolución 54/134 la Asamblea General de Naciones Unidas declaró en 1999 el día 25 de noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Tal día del año 1961 la dictadura de Trujillo mataba a las hermanas Mirabal, tres mujeres aguerridas, opositoras al tirano, que acabaron engrosando una abultadísima lista de víctimas en la que predominan… los hombres. Con motivo de tal recordatorio, mi universidad, como tantas y tantas otras, amén de instituciones públicas y privadas de diverso carácter, programa actos diversos para la próxima semana y empapela nuestras paredes con proclamas del tipo: «¡Somos el grito de las que ya no tienen voz!». 

El Servicio Deportivo del campus no va a la zaga. En su comunicado con motivo del 25-N señala que es «… una fecha importante para promover la conciencia y la acción contra la violencia de género», y es por ello por lo que nos animan (verán que es sólo a ellas) «… a participar junto a nosotras en esta fecha utilizando nuestras instalaciones para la concienciación y el cambio». ¿En qué consistirá esa «participación en la concienciación y el cambio»? Atentas (y atentos): «… estaréis todas invitadas a participar libremente de nuestras Actividades Dirigidas (hasta completar aforo) con solo mostrar vuestro compromiso con el #25N portando lazos, vestimenta, etc. de color morado». Y añaden: «Aprovechamos también para informarte de la promoción BLACK fit’DAYS que ponemos en marcha del lunes 25 al viernes 29 de noviembre. Entradas, Alquiler de pistas, Bonos, Entradas para acompañantes… a precios insuperables».

Así que, en homenaje a las Mirabal y a tantas otras mujeres silenciadas con el expediente del asesinato, podremos (podrán, ellas, más bien), disfrutar gratis de una clase de, pongamos, «bailes latinos», «ciclo-indoor», «tono-stretching» o «aquagym». Y, ya puestos (ya puestas, quiero decir) en semana del Black Friday, que nuestro acompañante se alquile la pista de pádel a mejor precio. ¿Estamos ante un ejercicio no ya de pinkwashing sino de purplewashing? ¿De purpleswimming?  

Coincide esta reflexión mía también con el hecho de haberme topado esta semana con gentes importantes, interesantes e influyentes y comprobar que casi ninguna de ellas tenía la más remota idea del affaire del Tour de la Manada. Ni siquiera tenían noticia del libro de Juan Soto Ivars, Nadie se va a reír, que se ha ocupado del asunto con su proverbial perspicacia, gracejo, actitud librepensadora, nada frecuente en estos tiempos. Y hace dos semanas algo parecido pude constatar en el fabuloso encuentro que se celebra mensualmente en el Café Pandora en Madrid cada vez que sale un nuevo número de Letras Libres: muchos de los asistentes, gentes a las que también se supone informadas, escuchaban por primera vez de boca del protagonista la historia de su calvario. Y es que, en el fondo, nada de lo anterior me extraña. Anónimo García, que así da en llamarse nuestro iconoclasta, ha estado demasiado solo. 

Sí, hay mucho ruido, no pocos frentes en los que estar, pero yo mismo con este modesto altavoz, y no habiendo escamoteado del todo el asunto de fondo y sus derivadas tenebrosas en materia de prevención y castigo de la violencia sexual, nunca me ocupé como debía de este calvario kafkiano por el que ha pasado Anónimo; una endiablada encrucijada bien característica, además, de este tiempo asqueroso en el que, a propósito de bulos, desinformación, mentira y fango, es la sartén quien reconviene al cazo por su negritud. Hoy trato de enjugar esa deuda. 

«¿Se puede desplegar una bandera de España con el lema ‘Viva España feminista’ en la manifestación del 8-M?»

Les resumo los hechos. Entre los días 3 y 5 de diciembre de 2018 aparece una página web que oferta un falso Tour de la Manada, al modo de las agencias de viajes de medio pelo; si me apuran, análogo en muchos aspectos al Tour Pablo Escobar de Medellín. Fue eliminada rápidamente y se sustituyó por la estridente cobertura mediática que se le había dado, así como por un desmentido de los creadores. 

Esta «acción» era una más de un elenco de «situaciones» creadas por un conjunto de «ultrarracionalistas» capitaneados por Anónimo García, individuos que «dan que pensar» reventando en la práctica las costuras de nuestras creencias, actitudes y certezas asentadas, al modo en el que el filósofo francés Guy Debord y otros revolucionarios socialistas, aunados en la Internacional Situacionista, quisieron hacer con el capitalismo aprovechando su ínsita condición de sociedad-espectáculo, es decir, la manera en la que los medios de comunicación convencionales metabolizan esas disrupciones que ni son ni aspiran operar como «meras bufonadas». O troleadas en el lenguaje de estos días. 

¿Se puede desplegar una bandera de España con el lema “Viva España feminista” en la manifestación del 8-M? Los medios y el público manifestante asistente no sabían qué pensar al verla en la Plaza de Callao. ¿Es compatible el veganismo con la afición a los toros? Nada menos que el periódico El País dedicó un sesudo reportaje al asunto a raíz de una tribuna publicada por el grupo con el título: «Toros sí, carne no». ¿Y que dos monjas y un cura acudan al congreso de Vistalegre II como miembros de un autodenominado colectivo de «cleroflautas» en apoyo de Pablo Iglesias? De las declaraciones del (falso) cura «padre Jerónimo» y de la (falsa) monja «Sor Paso» se hicieron eco varias cadenas de la televisión mainstream.

En la entrevista a los cleroflautas se alcanza a ver a una entusiasta asistente clamando «esto es transversal» y haciéndose una foto junto a una de las monjas que portaba un cartel remedo del de Obama y el Yes We Can pero con la efigie de Pablo Iglesias y la leyenda: «Yes we pray». La aparente coña esconde la munición pesada del desvelamiento de los límites de nuestras congruencias y certidumbres en las que asimos nuestra ideología. La aparición de dos hípsters – de nuevo fake– celebrando la victoria de Rajoy en 2015 en la calle Génova con un cártel que decía «menos podemos y más torreznos» fue portada de la edición digital de Libération

«¿Quiso Anónimo García de manera voluntaria degradar o humillar a la víctima con su acción ultrarracionalista?»

En el caso del Tour de la Manada, la explosión – develar que los mismos medios de comunicación que han hecho caja con el morbo del episodio pueden al tiempo lanzarse como hienas contra una iniciativa como la del tour que en nada es disímil a sus «espacios televisivos»; manipular el contenido original y auténtico de la página web; propagar bulos sobre la existencia de un tour que jamás existió; propiciar que con su difusión la web sea inusitadamente visitada, y opacar el desmentido inmediato de los propios autores de la iniciativa- todo ello se descontroló y tuvo como resultado que el Instituto Navarro para la Igualdad – uno de esos entes públicos perfectamente prescindibles que verifican el dicho «es el órgano quien crea la función»- interpusiera una denuncia y que ulteriormente se personara la víctima de la agresión sexual acusando al autor de la web, nuestro Anónimo, de los delitos previstos en los artículos 510 (delito de odio) y 173.1. del Código Penal, precepto en el que se castiga con hasta dos años de prisión a quien inflija a otro «un trato degradante, menoscabando gravemente su integridad moral».

Si el conocido principio de «taxatividad penal» – que el ciudadano, especialmente si se está jugando una posible pena, sepa con la mayor certeza posible a qué atenerse, cuál es el perímetro de lo delictivo- implica todavía algo, ambos delitos deberían de ser desterrados de nuestro Código Penal; al menos en su redacción actual. Ahí siguen y, me temo, seguirán. 

Tras el juicio, el Juzgado de lo Penal condenó a Anónimo García a 18 meses de prisión por la comisión del delito del artículo 173 y a una multa de 15.000 euros, bajo el entendimiento de que con su iniciativa irónica se había instrumentalizado a la víctima, despreciando así su «dignidad», con lo que se perpetuó el estrés postraumático causado por la agresión sexual, tal y como certificaba su terapeuta, todo lo cual, concluye el juzgador, incardina la conducta punible según el artículo 173. ¿Quiso Anónimo de manera voluntaria degradar o humillar a la víctima con su acción ultrarracionalista? No, señala el juez, pero sí resulta evidente que atisbó esa posibilidad, lo cual resultaría suficiente para considerarle autor del delito. 

Y lo cierto es que la sentencia condenatoria y sus sucesivas confirmaciones – la sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra de 5 de junio de 2020 y del Tribunal Supremo de 26 de noviembre de 2020 – lo que verdaderamente confirman son dos cosas: que no se ha entendido, o no se ha querido entender, que el objeto de la ironía no era la víctima sino el modo en el que aquella había sido precisamente utilizada o degradada en primer lugar por tantos y tantos informadores y medios de comunicación, y, en segundo lugar, la hipótesis situacionista misma que fue puesta a prueba a ojos vista: en la sociedad del espectáculo, no todos, haciendo exactamente lo mismo, degradan por igual a la víctima de una agresión sexual: algunos tienen bula (también para el bulo), y otros serán siempre el bulo mismo. 

«A Anónimo se le condena porque, nos dicen los tribunales, el contenido de su página ‘web’ supuso «… una cosificación de la víctima»

Y es que a Anónimo se le condena esencialmente porque, nos dicen los tribunales, el contenido de su página web supuso objetivamente «… una cosificación de la víctima del delito sexual, una instrumentalización y utilización de la misma y de su sufrimiento previo», y con ello se despreció su dignidad, y se aceptó como consecuencia necesaria «el perjuicio que iba a causarle con la creación y publicación de la página». Así, puede haber horas y horas de tertulia televisiva o radiofónica donde se consigna la agresión sexual con todo lujo de detalles «degradantes para la víctima», antes de «dar paso a la publicidad» para anunciar, quizá, que ya llegó la primavera a El Corte Inglés, es decir, programas que objetivamente cosifican a la víctima, la instrumentalizan, a ella y a su sufrimiento, despreciando con ello su dignidad y también aceptándose o representándose sus productores e informadores la posibilidad de su perjuicio; shows prime time donde la violación de toda intimidad de los agresores, aun siendo todavía presuntos, se halla plenamente normalizada. ¿Acaso no incurren ellos también en el delito del artículo 173 del Código Penal? 

En definitiva, poca broma o frivolización con la violencia contra las mujeres salvo que se trate del share, o, más rupestremente, lograr más público en las actividades dirigidas en la piscina o el gimnasio universitario, o más cuñados jugando al pádel en las frecuentemente desiertas pistas del campus. Algunos sí se pueden «poner morados», mientras que otros parecen estar destinados siempre a ser «puestos colorados». 

Quizá sea el Tribunal Constitucional quien tenga finalmente que desmentir a Anónimo y a sus anónimos secuaces, admitiendo que, así como el derecho a la libre comunicación y recepción de información veraz (artículo 20.1.d), permite que quien ha sido víctima sea parcialmente tratada como un instrumento y que su posible sufrimiento por ello sea descontable pues está en juego la «información», así también en aras el derecho a la libre expresión y difusión de pensamientos, ideas y opiniones (artículo 20.1.a) deberían tolerarse webs paródicas como la del Tour de la Manada. Ello supondría amparar a Anónimo en su recurso de amparo aun pendiente de resolverse. 

En el ínterin, permítanme que les sugiera que se paseen por su página web, no la del Tour, sino la del «meta-Tour», la que da cuenta cabal de su causa que es la de todos, ciudadanos que aspiramos a vivir en sociedades libres de dogmas incontrastables, prejuicios irracionales o hipocresías desesperantes: https://www.tourlamanada.com/. Allí, además, podrán contribuir a morigerar las pecuniarias consecuencias de su osadía, las elevadas costas y costes de haberse atrevido a pensar y a que pensemos.  

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