El PP es el sida, el PSOE solo un catarro
«Cuando el PP llega al poder y mantiene todas las leyes, subvenciones y principios socialistas, nos deja sin anticuerpos contra el socialismo»
Sé que la metáfora que intitula este artículo puede ser presa de malentendidos. Así que procedamos en primer lugar a aquilatarla.
Comencemos con un interrogante: ¿qué causa más muertes, el sida o los catarros? Los estragos causados por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) pueden deslumbrarnos. E impedir que captemos todo lo que hay de capcioso de esta pregunta.
Pues, en realidad, no puede decirse que el virus del sida cause muerte alguna: lo que hace es destruir cierto tipo de glóbulos blancos, imprescindibles para combatir las infecciones. Esa destrucción, por sí sola, no nos mata. Pero sí que causa la citada inmunodeficiencia: el cuerpo se queda sin defensas ante otros virus o bacterias. Por ejemplo, los del catarro. Y también otras mucho peores, claro. Los médicos dan un nombre a estas enfermedades, que entran en el cuerpo cuando el sida alcanza su esplendor letal: infecciones oportunistas. En puridad, son estas infecciones oportunistas las que pueden acabar con el enfermo. Afecciones que el cuerpo humano podría combatir sin problema si sus defensas fueran normales, resulta que se convierten en mortales porque el VIH nos ha dejado antes sin anticuerpos con que enfrentarlas.
A una persona normal le entra un catarro, le dura unos cuantos días y, al final, se le pasa: sus defensas lo han vencido. A un enfermo de sida, en cambio, le entra un catarro, o un sarcoma de Kaposi, o una neumonía, y pueden terminar con él. Como un país sin ejército o un castillo sin murallas, su afección le ha dejado expuesto a cualquier enemigo. Incluso al de apariencia más inofensiva.
Una vez explicada nuestra metáfora, volvámonos hacia España. El país, más o menos, sobrevive. Como un infectado de VIH al que aún no se le haya manifestado la enfermedad.
«Si España es el Titanic, en este barco cada vez quedan menos válvulas de seguridad»
Cierto es que llevamos estancados en renta per cápita desde antes de la crisis del 2008; cierto es que ahí nos van adelantando más y más países europeos (Eslovenia, Chipre, Chequia, Malta, Estonia…) y que las previsiones apuntan a que pronto lo harán otros cuantos (Polonia, Lituania…). Cierto es también que las recientes inundaciones por la gota fría nos han evocado imágenes de pozo tercermundista.
Pero el país, mal que bien, tira adelante. Su enorme deuda, su gigantesco desequilibrio en las pensiones, su alto desempleo y baja productividad endémicas: todo son nubarrones y relámpagos en el horizonte que presagian tiempos recios. Pero el Titanic aún no se ha hundido, así que dancemos y cenemos mientras la orquesta siga tocando, que a eso hemos venido aquí.
Este amodorramiento ante la decadencia económica se explica porque lo precede un amodorramiento de las instituciones. Si España es el Titanic, en este barco cada vez quedan menos válvulas de seguridad.
El Gobierno de Pedro Sánchez ha ido copando todos los órganos que deberían permanecer neutrales (RTVE, Banco de España, CIS, Fiscalía, Correos, Consejo de Estado, INE, Indra, EFE…), o incluso aquellos pensados para servir de contrapesos al poder (Tribunal Constitucional, Tribunal de Cuentas, Consejo General del Poder Judicial…). Incluso se nos anuncian nuevas ocupaciones: la CNMV, la Agencia Española de Protección de Datos, la CNMC, la CNE. Y esto lo ha hecho y lo seguirá haciendo por un motivo sencillo: porque la izquierda no cree en las instituciones neutrales («todo es política», nos han dicho mil veces) ni tampoco cree en los contrapesos («si me ha votado una mayoría, entonces todo lo que yo diga y haga es, por definición, lo democrático», nos han dicho otro millar de veces más).
«El amodorramiento institucional no se explica si no miramos hacia el amodorramiento de las mentalidades»
En esto consiste la «democracia radical» que Ernesto Laclau, Chantal Mouffe y el primer Podemos propugnaban en la década pasada. En esto consiste la «democracia radical» (no nos fiemos nunca de las etiquetas: aquí el adjetivo «radical» anula al sustantivo «democracia») que el PSOE ha abrazado esta década como seña de identidad.
Pero, a su vez, el amodorramiento institucional no se explica si no miramos hacia un amodorramiento más profundo: el amodorramiento de las mentalidades. Podemos llamarlo «amodorramiento cultural», siempre que no pensemos que «la cultura» es eso que hacen los artistas que firman manifiestos o los culturetas que reciben subvenciones. Podemos llamarlo «amodorramiento en las ideas», siempre que no pensemos (con Descartes) que las ideas son algo que habita solo dentro de las mentes de las personas, sino que (con Hegel) notemos que el espíritu se solidifica a todo nuestro derredor.
¿Cuáles son esas ideas, esa mentalidad que sobrevuela España, tapándonos el sol de la verdad con su sombra, como un gigantesco pajarraco que se cerniera sobre nuestro país? Lo hemos explicado ya aquí muchas veces: se trata del PSOE state of mind. Se trata de esa hegemonía del modo de pensar socialista que hace que incluso muchos que se dicen opositores a él compartan sus supuestos básicos.
Dicho de otro modo: el PSOE state of mind no consiste en que los socialistas piensen como piensan; el PSOE state of mind consiste en que quienes se dicen principales opositores a los socialistas, los peperos, piensen como el PSOE. Gobiernen con el PSOE (en la Comisión Europea). Voten como el PSOE (89% de veces en el Europarlamento). Adopten las ocurrencias del PSOE (a veces cinco años más tarde, a veces solo cinco minutos después). PSOE state of mind es que el PP mantenga las leyes del PSOE (bajo la mayoría absoluta de Mariano Rajoy antaño; bajo las comunidades autónomas que gobierna, hogaño). O que recuperen las mismas subvenciones que da el PSOE (la Junta de Castilla y León ha sido en esto significativa: apenas partido Vox de su Gobierno, el PP devuelve a los sindicatos las suculentas subvenciones de las que viven).
«El PP hace con España lo que el VIH con un cuerpo: matar todas las defensas con las que podríamos protegernos»
Eso es lo que significa la hegemonía ideológica del Partido Socialista: no que él gobierne a menudo (28 años de los que llevamos en este régimen); sino que, incluso cuando no gobierna (lo 18 años restantes), unos «gestores» y «técnicos» centro-derechistas mantengan su mismo tinglado.
Es ahora cuando podemos entender mejor la metáfora del sida. Si el PP es nuestra presunta oposición, nuestra supuesta defensa contra los males del PSOE, y si se ha vuelto tan inane como hemos recordado, entonces nos ha dejado sin anticuerpos ante el socialismo. El PP hace con España lo que el VIH con un cuerpo: matar todas las defensas (políticas, ideológicas, mentales) con las que podríamos protegernos de lo que nos amenaza. ¿Es el PP el que implanta todas las políticas socialistas que nos van consumiendo? Poco importa: es él quien está empeñado en destruir las defensas con las que podríamos combatirlas.
Cuando el PP no articula ideas fuertes contra el socialismo (porque ellos solo son «los que saben gestionar»), nos deja sin anticuerpos contra el socialismo. Cuando el PP asume como propias (su vacío mental ha de llenarse de algún modo) las ideas socialistas, nos deja sin anticuerpos contra el socialismo. Cuando el PP nos pide el voto y luego llega al poder y mantiene todas las leyes, subvenciones y principios socialistas, nos deja sin anticuerpos contra el socialismo. El PP es el sida endógeno de España; es normal que, quienes andamos preocupados por la salud de nuestra patria, busquemos antirretrovirales con los que curarnos de él.
«Muy bien», dirá, acaso, algún lector concienzudo, «nos has explicado, más o menos, la primera parte de la metáfora, Miguel Ángel» (yo, a mis concienzudos lectores, permito que me llamen de tú); «pero aún no me convence eso de que dejes al PSOE ¡como un mero catarrito! Una neumonía, una tuberculosis, ¡un cáncer!, creo yo más bien que representa el socialismo para esta nación».
«El PSOE, por seguir con el lenguaje médico, prolifera como ‘infección oportunista’ en nuestro país»
El lector que me haga esta objeción tiene toda la razón del mundo. Y por ello, aunque creo que lo urgente es paliar el sida que aqueja hoy a España, dedicaré unos párrafos finales a ese PSOE que, por seguir con el lenguaje médico, prolifera como «infección oportunista» en nuestro país.
Lo primero que hay que aducir a este respecto es que poco importa, cuando el sistema inmunitario de una persona anda hecho trizas, si la infección que lo invade es por sí sola muy virulenta o menos maligna: en una ciudad sin murallas puede entrar cualquier caravana, a un país sin ejército lo puede invadir cualquier escuadrón. Si el respetable lector prefiere hablar antes de tuberculosis que de catarros socialistas, pocos motivos tengo para oponerme; pero, si el símil del PP con un virus de inmunodeficiencia es correcto, discutir si son galgos o podencos los que vendrán a modernos luego resulta poco sustancial.
Con todo y con eso, sí que me parece relevante sugerir que no debemos magnificar la potencia que tiene a día de hoy el socialismo (una vez ha quedado claro que, para un enfermo de sida, la baja potencia de una infección es compatible con su alta letalidad). Este es parte de nuestro drama: el PSOE que está copando como nunca las instituciones de nuestro país, que está ocupando como nunca la mentalidad de nuestro país y que está dañando como nunca la viabilidad de nuestro país, no es un PSOE vigoroso y fornido, como aquel de Felipe González que obtuvo 202 diputados en 1982, como aquel que obtuvo mayoría absoluta por última vez en la noche electoral 1986 (recordemos que la mayoría socialista de la legislatura 1989-1993 fue absoluta tan solo porque abandonaron el Congreso los entonces diputados de HB). 38 años lleva el PSOE sin conseguir mayorías absolutas al cerrarse la jornada de elecciones; sus 121 diputados actuales son menos incluso de los que obtuvo en sus derrotas de 1996 (141 diputados) o 2000 (125). Frente a cepas socialistas anteriores, pues, nos encontramos con una versión hasta cierto punto moderada del virus socialista.
Esa debilidad política se corresponde con la debilidad ideológica de nuestra infección oportunista llamada PSOE. ¿Qué son sus ideas ya, sino solo un refrito caducado del wokismo que acaba de perder las elecciones en EEUU? Refrito que acarrea todas las contradicciones de tal wokismo —trans contra feministas, élites universitarias contra el pueblo llano, obreros contra izquierdistas chic—, a las que se le suman contradicciones más castizas —como cosechar votos en la pobre Extremadura para dar privilegios fiscales a la rica Cataluña—.
Estos dos motivos (la debilidad en votos y la debilidad de pensamiento) son los que hacen que me resista a ponerle a la infección socialista algún nombre más contundente que el de catarro. En el bien entendido de que hay catarros que se han llevado a personas al otro mundo. Pero, también, en el bien entendido de que, si algún día superamos nuestras dolencias socialistas, a la vez que paliamos con algún antirretroviral el sida pepero, miraremos atrás y nos preguntaremos cómo microorganismos tan chiquititos fueron capaces de ponernos al borde del precipicio.