Progreso y prosperidad: una humilde propuesta
«El español es burro viejo: ve la zanahoria del Progreso y no corre tras ella. Quiere que sus hijos prosperen, mientras que el burócrata quiere que los hijos del vecino progresen»

Ilustración: Alejandra Svriz.
Hace tres siglos, el insigne Jonathan Swift nos legó Una humilde propuesta con vistas a resolver la pobreza que asolaba Irlanda: la incorporación de los infantes de familias humildes como recurso alimentario. Es decir, que los niños pobres fueran engordados como cebones y, alcanzada una edad oportuna, destinados al consumo humano. Esta medida audaz serviría para reducir la carga demográfica y, de paso, otorgaría variedad al menú de las clases acomodadas.
¡Hora es de retomar el espíritu resolutivo de tan luminosa propuesta! Los que en tiempos de Swift eran niños, hoy son jóvenes titulados sin futuro. He aquí el Mecanismo de Activación de Oportunidades Estratégicas para la Juventud en el Marco de la Resiliencia Atlántica y la Seguridad Común, lo que en román paladino significa mandar a los chicos al frente. Jóvenes desempleados (aunque sobradamente preparados) aportarán su vitalidad al fortalecimiento de la seguridad global; lo que, además de reducir el paro juvenil, favorecerá la dinamización de la producción armamentística, la descongestión del sistema de pensiones y la reactivación del mercado funerario. ¿Quién sino la baronesa Von der Leyen, en su brillante liderazgo europeo, podría capitanear esta Política Activa de Transformación del Capital Humano Excedente?
Ignoraba Swift que le tomaríamos la palabra sin reírnos, haciendo de su sátira una política pública de vanguardia. ¿Cómo iba a saberlo? No tenía acceso al big data ni a los dashboards de Eurostat; no contaba con modelos predictivos ni con infografías chulas. Era ajeno, el pobre, al acervo de informes, proyecciones y gráficas interactivas que hoy nos brinda el Progreso. ¡Si al menos hubiera asistido a una cumbre europea sobre «economía circular»! Pero el autor de Los viajes de Gulliver, defensor del anglicanismo y crítico del racionalismo económico, era hijo de un tiempo sumido en las tinieblas del subdesarrollo estadístico. Por eso pecó de literato cuando podría haber sido todo un comisario europeo.
«¡Cómo eleva el tono esa pegajosa canción de cuna para que no pensemos en el techo que gotea o en el bolsillo con telarañas! Cuanto más hablemos de Progreso, menos hablaremos de prosperidad»
En el caso español, perentoria es la aplicación de esta humilde propuesta. ¿Por el paro juvenil, que es del 25%, once puntos por encima de la media? No solo… En la tierra del Lazarillo y de los jornaleros sin jornal, la tasa AROPE, que mide el porcentaje de población en riesgo de exclusión social, se sitúa en el 26%: es decir, que uno de cada cuatro españoles sobrevive al límite. ¿Hace falta decir más? El 47% de los hogares llegan a fin de mes mirando el calendario como quien mira la guillotina. ¿Más? El 11,7% de los españoles que tienen trabajo (o varios) siguen siendo pobres y casi la mitad de los desempleados está bajo el umbral de la pobreza…
No queremos insinuar, sobra decirlo, que las cosas vayan mal. ¡Si la economía va como un tiro! Como un tiro en la sien, dicen los desinformados, ajenos a las boyantes cifras macroeconómicas. ¿Por qué no celebrar con inmoderado triunfalismo la mengua de los índices de desigualdad? ¡Que el Gini ha bajado unas décimas! Se nos dirá que eso es como jalear que al moribundo le ha bajado la calentura. Porque el español no mejora, solo se acostumbra: antes era pobre y ahora sigue siéndolo, pero con trabajo y teléfono móvil.
Sea como fuere, ciertos sectores de la sociedad, manipulados por pseudomedios digitales y máquinas de fango, siguen utilizando un término oscuro y ambiguo, sujeto a múltiples interpretaciones no alineadas con el Marco Estratégico de Desarrollo. Nos referimos a prosperidad. Los más refractarios a la luz de Bruselas insisten en vincular su bienestar subjetivo a indicadores como la posibilidad de formar una familia, acceder a vivienda en propiedad o percibir salarios por encima del umbral simbólico de los 800 euros. Supercherías. ¿Quién quiere prosperidad teniendo Progreso?
Cunde el desconcierto entre algunos intelectuales cuando, en sus visitas a centros educativos, descubren en las nuevas generaciones actitudes que podríamos definir, en el lenguaje de evaluación de competencias sociales, como potencialmente nostálgicas de modelos verticales de gobernanza. Pero ¿qué esperar de una juventud que ha sido socializada en la expectativa de vivir peor que sus padres, a los que todavía ven temblando ante el contador de la luz? El español es burro viejo: ve la zanahoria del Progreso delante de los belfos y no corre tras ella. Quiere que sus hijos prosperen, mientras que el burócrata, que sabe más, quiere que los hijos del vecino progresen.
Verbigracia, el Progreso de la industria de la guerra. Progreso, en efecto, pues las armas adelantan que es una barbaridad, que diría Don Hilarión, a costa de devorar vidas y recursos. Progresista es inyectar dinero en arsenales mientras los hospitales se caen a pedazos y los estudiantes se hacinan en barracones. Basta con recurrir al divertido juego perifrástico, tan cachondo, que llevaba a Cela a llamar a los párrocos «obispos técnicos auxiliares de grado medio». Así, Rearm Europe se trueca en Readiness 2030 y el rearme se convierte, como por ensalmo, en «Salto Tecnológico» e «Inversión para Mejorar las Capacidades en Defensa». ¿Quién puede estar en contra de mejorar? ¿Quién puede estar en contra del Progreso?
Ya lo dijo Karl Marx, que no era sospechoso de frecuentar la fachosfera: en Inglaterra solo podría haber contestación social bajo un gobierno tory, porque los whigs tenían la capacidad de arrullar al pueblo hasta adormilarlo. Lo mismo podría decirse de España. Si no protestamos en la calle es porque nos acuna el susurro de una voz queda, tan plácida como un colchón de plumas: «No temas, españolito, que estamos progresando». ¡Cómo eleva el tono esa pegajosa canción de cuna para que no pensemos en el techo que gotea o en el bolsillo con telarañas! Cuanto más hablemos de Progreso, menos hablaremos de prosperidad.