The Objective
Luis Antonio de Villena

España y la Iglesia Católica

«¿Hizo bien la Corona de España en anteponer la religión y su ortodoxia a la política? ¿O nos hubiese ido mejor llevando el pendón regio algo delante de la cruz?»

Opinión
España y la Iglesia Católica

Ilustración de Alejandra Svriz.

Se lo oí por primera vez a un profesor de Historia en la Complutense, hace ya años: la Iglesia debe mucho a España. Confieso que en aquellos momentos la frase (mucho más que cierta) no me llamó la atención, evidentemente yo no estaba preparado. Pero siempre la he recordado y usado, sobre todo en los tiempos del justamente controvertido papa Francisco, muy antiespañol. Es sabido que el peculiar «izquierdismo» de Francisco, molestaba a muchos católicos. A mí su ideología (si la tenía, un papa no debiera tener estrictas ideas políticas) no me importaba tanto como su belicosa antihispanidad. Recuerdo cuando Francisco, junto al necio expresidente de México López Obrador, los dos con voz común, declararon que España debiera pedir perdón por la conquista —que más bien fue colonización, mucho menos brutal— de América. A ninguno se le ocurrió aludir a las tropelías de Inglaterra o después de EEUU, que redujo México a casi la mitad de su territorio hispano. Ambos ignoraron la historia, que hoy afortunadamente se va saneando, aunque lentamente al respecto. Pero si en el botarate mexicano (directo descendiente de españoles) aquello era una mezcla de interesada politiquería y de ignorancia, en el papa Francisco no tenía perdón. Baste un dato: Sin España, nuestra América jamás hubiera sido católica. Confieso que el papa Francisco se me hundió entonces y deseé que ese hombre nunca jamás pisara España, y así fue. Todo eso me llevó a recordar a otro papa anterior, Juan Pablo II, que pudo parecer más conservador, pero que tuvo siempre muy presente (y sí fue muy prohispano) todo lo que la Iglesia Católica adeudaba a España. Quien visite en Segovia la tumba de San Juan de la Cruz, verá allí la foto del papa Woytila rezando ante el místico. Creo que Juan Pablo II hizo su tesis sobre San Juan de la Cruz, pero eso era un detalle. Para más, vino a consagrar la catedral madrileña de La Almudena, siendo ya papa. Es evidente que España le decía algo.

Desde los Reyes Católicos y en adelante (claramente hasta mediados del siglo XVIII) la gran Monarquía Hispánica puso a sus religiosos y a sus poderosos ejércitos al servicio de la catolicidad, no solo evangelizando América y fundando iglesias, monasterios y universidades, sino derramando la sangre de sus soldados contra el luteranismo y la Reforma en Europa. España se empobreció y sufrió a favor de la Iglesia de Roma, y por eso el rey de España es el «rey católico» y las reinas españolas visten de blanco ante el sucesor de Pedro. Son mínimas señales de reconocimiento, ante la sangría económica y humana que llega, nada menos, que hasta la terriblemente injusta Paz de Utrech en 1713. Pero junto a la evangelización y las guerras de religión —España era luz y martillo de Trento— aportamos también un inmenso caudal intelectivo.

Fijémonos, por caso, en la llamada «Escuela de Salamanca» y en uno de sus personajes cimeros, el dominico Francisco de Vitoria (1483-1546) cuyos escritos y enseñanzas son el sustento ideológico de la primera globalización (causada por el Imperio Hispánico) creando el Derecho Internacional y defendiendo la bondad del mestizaje, que Inglaterra repudiaría. La inmensa obra y labor de Francisco de Vitoria o de su cercano Domingo de Soto —confesor además del César Carlos— quedó eclipsada y ninguneada por la terrible «leyenda negra», que tildó de «fanáticos» a un grupo de sabios y doctos que llega, al menos, hasta otra figura señera, la del jesuita Francisco Suárez (1548-1617), prez de los iusnaturalistas y moralista notable. Hay que esperar, básicamente, hasta 1928, cuando un profesor inglés, James Brown Scott, publica el libro El origen español del Derecho Internacional moderno. Ahí se comienza a reconocer (en la figura de Francisco de Vitoria) lo que había sido el adelanto de España. Pero a esa labor de frailes eruditos y universitarios, debemos unir, y andamos de pasada lógicamente, a místicos como Teresa de Ávila (canonizada en 1622 y la primera mujer en ser doctora de la Iglesia, ya en 1970), Juan de la Cruz, fray Luis de León, Calderón de la Barca, y así una legión de notabilísimos poetas y escritores, que —ya en otro contexto— puede llegar hasta Jaime Balmes o Menéndez Pelayo, sin olvidar, a vuelapluma, a Xavier Zubiri o Manuel García Morente… Soy muy breve. Apenas unas pinceladas de lo que la Iglesia Católica y Romana debe a España.

Si bien hay otro sesgo —desde el propio ser de España— que tampoco podemos ignorar, aunque hacia el pasado sea historia-ficción. ¿Hizo bien la Corona de España en anteponer la religión y su ortodoxia a la política? ¿O nos hubiese ido mejor —aun desde el catolicismo— llevando el pendón regio algo delante de la cruz? Quizás es, prudentemente, en la España que quiere ser ilustrada con Carlos III, cuando se pretende separar lo más posible Iglesia y Estado. Soy de quienes cree que erramos al ser más papistas que el papa, y que alguien de derechas puede ser católico, sin por ello llevar el catecismo a su ideología política. Queda mucho por andar, desde la actual aconfesionalidad del Estado (está en la Constitución) pero hay dos cosas bien nítidas: La Iglesia Católica debe mucho respeto y mucho talento a la Historia de España. Y —desde otro lado y con el mayor respeto— la vida civil española debe distanciarse del catolicismo militante. Muchos políticos de clara derecha (católicos por bautismo) no son practicantes de su fe. ¿Y qué más da? A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

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