THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Pandémica y terrestre

«Está claro que el estado de alarma en combinación con el temor de los ciudadanos le pone al poder contento. Lo comprobaremos ahora con la vacuna —tenga o no consecuencias benéficas para todos— que es una intromisión ya no en la libertad del individuo, sino en su cuerpo»

Opinión
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Pandémica y terrestre

John Maniaci | Reuters

1) España es el país más lector del mundo y la pandemia lo ha demostrado de manera irrefutable. No ha habido entrevistado, conectado, o parlante del zoom que no apareciera delante de una estantería, de una librería, de una biblioteca. ¿Eran todos ellos gente de las letras, críticos literarios, catedráticos de literatura? Más bien no. Sin embargo durante los meses del confinamiento y sus epígonos, hemos visto más lomos de libro que en El Escorial o en los sótanos del Vaticano. Si fuéramos agentes editoriales podríamos hacer una estadística sobre el origen de los mismos y saber si las estanterías de nuestros prohombres son más del Grupo Planeta, de Random House o de las editoriales llamadas independientes. También averiguaríamos los años que su propietario lleva leyendo, en función de la vejez, antigüedad o novedad de los libros vistos como un trampantojo que intenta reflejar la sabiduría del hablante (esa al menos parece la intención). Hay ahí una voluntad de propiedad intelectual: yo he leído todo esto. O peor: esto es lo que sé y por eso me están viendo ustedes. En cuanto al soporte, los ha habido de todo tipo, pero una vez más hemos podido comprobar que los libros antiguos se dan de bofetadas con la más popular, práctica —aunque le sobran unos centímetros de profundidad— y económica de las librerías: la Billy de Ikea. Sin la pandemia jamás habríamos sospechado que en España se compran tantos libros. Con ella, me temo que seguimos sin hacerlo por más atrezo intelectual que se pongan detrás.

2) El ministro de Sanidad ha dicho, refiriéndose al deseo de que la gente se comporte con responsabilidad frente a la pandemia y su incremento navideño, que no puede poner un policía en cada puerta. La frase es buena: «no podemos poner un policía en todas las puertas». Y uno se pregunta si el policía —de tener uno para cada puerta— serviría para que no entrara el virus por esa puerta o para que no salieran los que habitan tras esa puerta. Aunque lo mejor es la razón por la que ese policía no va a hacer guardia en la puerta de cada casa: porque el ministro —es decir, el Estado— no lo tiene. Lo que quiere decir que si lo tuviera, la tentación podría convertirse en pecado. Pecado chino o pecado antidemocrático, pero pecado. Lo vimos en Wuham, donde hasta sellaban con planchas los edificios apestados y vigilaban a sus residentes con drones que se asomaban a las ventanas. Está claro que el estado de alarma en combinación con el temor de los ciudadanos le pone al poder contento. Lo comprobaremos ahora con la vacuna —tenga o no consecuencias benéficas para todos— que es una intromisión ya no en la libertad del individuo, sino en su cuerpo. El presidente de gobierno dijo la semana pasada que no sería obligatoria. Ay. A los dos días aparecía la noticia de que habrá empresas que no contratarán a trabajadores que no estén no vacunados. Y un día más tarde que en algunas compañías aéreas se exigirá un certificado de vacunación para poder volar. O sea que no van a obligar a vacunarse, pero sin vacuna es más que probable que el círculo vaya cerrándose y no podamos hacer nada. Ni movernos. Obligación tácita se le llama a esta fórmula que no obliga.

3) Siempre tenemos a las puertas —esas que tampoco hay suficientes policías para guardarlas— un colofón rifeño, un colofón saharahuí, un colofón hispano-marroquí con espingardas y gumías o poderosos cazas comprados a Estados Unidos por Rabat. Donald Trump, antes de irse, ha decidido que el Sáhara pertenece a Marruecos, lo que quiere decir que el Sáhara «es» Marruecos, y aquí no nos llega la camisa al cuerpo porque de las aguas territoriales de Canarias a las ciudades de Ceuta y Melilla hay mucho en juego. En la memoria genética, los soldados de cuota, la Setmana Tràgica, el desastre de Annual. De la contemporánea me acuerdo de cuando los representantes del Sáhara en Las Cortes le daban al lugar un aire de pintura orientalista y también de que cuando apareció Reivindicación del conde don Julián, de Juan Goytisolo —primero en la mexicana Joaquín Mortiz, años más tarde en Seix Barral— nunca imaginamos que llegaríamos a pensar si hay un nuevo conde don Julián o si los pecados del rey Rodrigo son los mismos pecados que contribuyen ahora a la inestabilidad permanente. Pero tratándose de reyes, mientras los hay que disfrutan poniendo como chupa de dómine a Juan Carlos I, sospecho que se puede llegar a echarlo mucho de menos, como baluarte y efectivo bálsamo que fue frente a las aspiraciones alauitas. El tiempo dirá, nunca se calla.

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