THE OBJECTIVE
David Martínez

Premio Nobel de la Farsa

El Nobel de la Paz comienza a ser como el Princesa de Asturias de los Deportes: la categoría que resta lustre al galardón. Si el segundo cae una y otra vez en el chovinismo más vulgar para honrar a figuras mediáticas españolas -Alonso ganó el premio antes que Schumacher, Casillas y Xavi se lo llevaron dos veces entre 2010 y 2012, lo tiene Sito Pons pero no Valentino Rossi-, el primero ha tomado definitivamente la deriva fatua de la corrección política para incurrir en el absurdo de premiar presuntas buenas intenciones, no hechos. Será difícil superar el sinsentido de concedérselo a un Obama recién aterrizado en la Casa Blanca, pero a fe que parecen habérselo propuesto.

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Premio Nobel de la Farsa

El Nobel de la Paz comienza a ser como el Princesa de Asturias de los Deportes: la categoría que resta lustre al galardón. Si el segundo cae una y otra vez en el chovinismo más vulgar para honrar a figuras mediáticas españolas -Alonso ganó el premio antes que Schumacher, Casillas y Xavi se lo llevaron dos veces entre 2010 y 2012, lo tiene Sito Pons pero no Valentino Rossi-, el primero ha tomado definitivamente la deriva fatua de la corrección política para incurrir en el absurdo de premiar presuntas buenas intenciones, no hechos. Será difícil superar el sinsentido de concedérselo a un Obama recién aterrizado en la Casa Blanca, pero a fe que parecen habérselo propuesto.

Que Juan Manuel Santos sea reconocido como la persona que más ha hecho por la paz mundial en el último año dice muy poco del mundo o de quien realiza tal reconocimiento -por cierto, un comité elegido por el Parlamento de Noruega, la sede junto con Cuba del proceso negociador entre las FARC y el Gobierno colombiano-. Santos presenta el mérito de haber firmado un acuerdo con la guerrilla para que ésta dejara las armas a cambio de una serie de concesiones inaceptables para la mayoría de sus conciudadanos. Ha intentado un alto el fuego definitivo, pero no con más energía que sus antecesores, sino de un modo distinto. Un modo que solo avaló en las urnas el 18’3% de los colombianos llamados a manifestarse.

Occidente está culpabilizando a la masa de la posible frustración del proceso, con una actitud entre arrogante y condescendiente que aplica mal a Ortega -“las masas gozan de los placeres y usan los utensilios inventados por los grupos selectos y que antes sólo éstos usufructuaban”- y en algún caso hasta caen en la intolerable insidia de juzgar que el pueblo ha dicho “no a la paz”. Ni siquiera contemplan que no tengan razón, que si a pesar de la impresionante campaña nacional e internacional a favor del ‘sí’ una mayoría ha dicho ‘no’ al acuerdo que blanqueaba la actividad criminal de los narcoterroristas y los reconocía como sujeto político quizá es porque era un pacto mal armado.

En lugar de reflexionar sobre ello y admitir el fracaso de Santos, que también es el suyo, una cándida élite europea condecora al promotor del por ahora fallido proceso y por poco no lo hace también con el líder de las FARC, que aparecía en la candidatura propuesta por el diputado socialdemócrata Heikki Holmas, a la sazón ganadora. “Las mentiras son necesarias cuando la verdad es muy difícil de creer”, dice el personaje de Pablo Escobar en un capítulo de Narcos. Supongo que también cuando la verdad entra en contradicción con nuestros esquemas mentales.

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