THE OBJECTIVE
Roberto Herrscher

Dario Fo y Bob Dylan: la rebelión de los juglares

La concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan ya ha provocado oleadas de alegría y de indignación. Curiosamente, son muy parecidas a las que se enardecieron hace 19 años la noticia del Nobel al actor, bufón, monologuista y director italiano Dario Fo, quien murió casi en el mismo momento del anuncio de la coronación del cantautor de Minnesota. Los dos comparten hoy portadas en la prensa.

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Dario Fo y Bob Dylan: la rebelión de los juglares

La concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan ya ha provocado oleadas de alegría y de indignación. Curiosamente, son muy parecidas a las que se enardecieron hace 19 años la noticia del Nobel al actor, bufón, monologuista y director italiano Dario Fo, quien murió casi en el mismo momento del anuncio de la coronación del cantautor de Minnesota. Los dos comparten hoy portadas en la prensa.

Dylan y Fo son los mejores en lo suyo, admiten los detractores. Pero lo suyo no es el terreno de otros candidatos, como Joyce Carol Oats, Philip Roth o Haruki Murakami. A lo largo de las décadas, han ganado el Nobel escritores poco conocidos, algunos incluso en sus propios países, y no hubo controversia. Se los premiaba por haber creado un “mundo literario propio”, como explica la escritora y periodista mexicano-catalana Lolita Bosch.

Para ella, como para muchos, la de Dylan no es una voz literaria. Es un autor e intérprete de canciones, que es otra cosa. Lo mismo se decía del difunto Fo: su mundo es el de la sátira expresada desde el escenario. Es un showman, un juglar, pero no es un literato.

Entiendo esta crítica como la búsqueda de preservación de un espacio dentro de la actual cultura del espectáculo para las “letras puras”. El arte de Fo, aunque sus obras se sostienen muy bien en formato libro, es indisociable de su representación sobre el escenario. En su época, sus libretos eran vistos como la materia prima para sus corrosivos espectáculos. Y las letras de Bob Dylan – luminosas, implacables –fueron siempre inseparables de su guitarra y su harmónica, su voz rasposa y el hecho obvio de que son parte de canciones.

En las tertulias y las redes sociales, se dice que el premio a Dylan y a Fo es la invasión de un terreno impropio. Son genios, pero no de la literatura. Lo mismo se dijo también el año pasado a propósito de la periodista bielorrusa Svetlana Alexievich. Que era una simple reportera sin voz propia. Dice el novelista peruano Santiago Roncagliolo: “Una periodista un año, un cantante el otro. No sé si la novela ha muerto, pero ha dejado de ganar premios Nobel”.

Y no estoy de acuerdo. Para mí los tres sí merecen el premio máximo de Literatura. Así como me alegré mucho con la concesión del Nobel a Svetlana por su trabajo como periodista, porque ensanchaba el campo de la creación en las letras, los juglares incómodos Bob y Dario son genios de la palabra en movimiento: la canción y la juglaresca son terrenos literarios. Primero porque la letra fue primero oral y después escrita. Segundo porque la imaginación verbal del siglo XX debe tanto a los cantantes y autores teatrales como a los escritores.

Y por último, Fo y Dylan crearon dos personajes grandes y eternos: multifacéticos, poliédricos, antidogmáticos, rebeldes e inclasificables. Ellos mismos. No son menos que el mejor de los cuentistas o de los poetas. Si se quiere, son más. Porque al fulgor verbal, a la inventiva brillante de sus piezas breves, este par de rebeldes inventó el mundo en el que ellos mismos tienen sentido. En ese mundo, de absoluta independencia y coraje, vivimos muchos. Por suerte.

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