THE OBJECTIVE
Andrea Mármol

Querer conciliar

El Instituto Nacional de Estudios Demográficos de Francia ha alertado de la baja natalidad en los países del sur de Europa. Italianos, griegos y españoles somos los más afectados, dice el estudio, debido a la combinación entre la precariedad del mercado laboral y las dificultades para conciliar el ámbito familiar con el trabajo.

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Querer conciliar

El Instituto Nacional de Estudios Demográficos de Francia ha alertado de la baja natalidad en los países del sur de Europa. Italianos, griegos y españoles somos los más afectados, dice el estudio, debido a la combinación entre la precariedad del mercado laboral y las dificultades para conciliar el ámbito familiar con el trabajo.

La mencionada publicación pone el foco en los obstáculos que encuentran las mujeres para asumir con normalidad su plena incorporación al mercado laboral, por cuanto retrasa cuando no impide su maternidad. El estudio señala, además, que muchas mujeres ‘involuntariamente’, no tienen hijos. Dicho de otro modo, las incertidumbres para con la estabilidad laboral disuaden a muchas parejas de la idea de formar una familia. La situación es considerablemente alarmante.

Afortunadamente, la legislación española en materia de conciliación aún tiene mucho margen de mejora y la cuestión no requiere de debates encendidos ni ideologizados, sino que se basta con generosidad y sentido común. Recientemente, el Congreso de los Diputados aprobó una medida en ese sentido que, por falta de ruido, ha sido poco reconocida: se duplica la durada del permiso de paternidad para los nuevos papás en España, extendiéndose éste a un mes. Bien está. Muy bien.

Sin embargo, el asunto de la baja natalidad se torna un precioso ejemplo para explicar los límites de política frente al factor humano. En el estudio francés, entre las causas secundarias del fenómeno, hace alusión a un curioso sintagma ‘mayor fragilidad familiar’, para acabar de explicar la caída de nacimientos en los países que cita. Y el término se me antoja como un delicado paraguas bajo el que tiene cobijo una parte no desdeñable de la población que decide, no como un renuncio sino como una opción más, no tener hijos.

La legítima decisión de renunciar a la paternidad tiene innumerables causas y, seguramente, el carácter efímero de las relaciones afectivas a que con eufemismos alude el estudio sea una de ellas. La cuestión me hizo pensar en un vídeo del popular portal Vine Survivor que se hizo rápidamente viral hace un par de semanas. En él, un joven explicaba algunas peculiaridades de los llamados millennials, de entre las que venía a destacar que la inmediatez para la auto-complacencia que han proporcionado las redes sociales a mi generación, han hecho de nosotros personas con dificultades evidentes para la construcción de vínculos emocionales que trascendieran lo superficial (el retweet, el like, etc.).

Ante ese relato y tras leer el estudio, no parece aventurado pensar que la baja natalidad no va a ser exclusivamente una cuestión involuntaria para le generación que viene. Sin embargo, las políticas de conciliación son necesarias e irrenunciables para muchas mujeres –y hombres- que ven truncada su voluntad de tener hijos. Y es que, una vez más, la vieja conclusión: hay muchas cosas que la política no puede cambiar, pero qué bien está si nos echa un cable con lo demás.

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