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Cristóbal Villalobos

Alberti, Píndaro y un balón en negro sobre blanco

«De entre todas las disciplinas deportivas el fútbol, como deporte preponderante en buena parte del orbe, ha inspirado a autores muy variados»

Zibaldone
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Alberti, Píndaro y un balón en negro sobre blanco

ASSOCIATED PRESS | AP

Veinte de mayo de 1928, Campos de sports de El Sardinero, Santander.  El FC Barcelona y la Real Sociedad disputan el primer partido de la final del Campeonato de España. En un instante del juego, el delantero centro donostiarra se queda solo ante el portero barcelonista, que se lanza a los pies del atacante justo cuando este armaba la pierna para disparar a puerta.

El cancerbero logra blocar la pelota, pero la patada, destinada a reventar el cuero, acaba impactando sobre su cabeza. Ensangrentado, abandonaría el campo con una brecha en la cabeza que requirió de seis puntos de sutura. Al poco se lesionaba Samitier y el equipo se quedaba con nueve jugadores, ya que entonces no estaban reglamentados los cambios.

Platko, el portero, tras ver a su equipo en inferioridad numérica, se pone la antitetánica y vuelve al terreno de juego tocado con un aparatoso vendaje. El público lo ovaciona y contempla estupefacto tamaña muestra de pundonor. Rafael Alberti, que se encuentra en la grada acompañado por José María de Cossío y por Gerardo Diego, queda conmocionado por el bravo comportamiento del húngaro y le dedica su famosa oda:

«Nadie se olvida, Platko,

no, nadie, nadie, nadie,

oso rubio de Hungría…»

Alberti, ese día, emparentaba con Píndaro, que cantaba a los vencedores olímpicos, con Homero, y su poesía a las carreras de carros, o con Virgilio y Horacio, formando desde entonces parte de una tradición literaria que toma la práctica deportiva como su leitmotiv  principal y que ha sido una constante a lo largo de la historia.

Esa tradición, que ha estudiado en el caso español Maximiano Trapero, pasa por Berceo y Alfonso X durante la Edad Media, que escriben sobre ajedrez, caza y otros juegos, por Jorge Manrique, que se refiere a las justas y torneos que, junto con los toros y los juegos de cañas, van ganando popularidad ya en el Renacimiento, y por el siglo de Oro: Calderón cita el juego de la pelota en El alcalde de Zalamea, también lo hacen Gracián, en El Criticón, y Lope de Vega, en El caballero de Olmedo, por poner sólo algunos ejemplos.

Entre el siglo XIX y el XX la actividad física empieza a generalizarse en todos los estratos sociales. El barón de Coubertain se inventa el movimiento olímpico moderno, mientras la gimnasia llega a las escuelas y se dan los primeros pasos para un deporte que, lejos del simple divertimento, acaba por convertirse en una industria de entretenimiento de masas que tendrá su máximo apogeo durante nuestros días. Ortega, Unamuno, Jardiel Poncela, Gómez de la Serna o Cela se verían entonces interesados por este fenómeno de alguna u otra manera, dando buena muestra de ello en diferentes obras.

Desde sus orígenes, el deporte se basa en la simulación de la guerra y el combate, los torneos medievales no eran otra cosa que eso, lo que, junto al carácter competitivo del hombre y su afán de superación, le ha convertido en un generador constante de episodios e historias épicas, material inmejorable con el que construir narraciones literarias.

Es esta característica la que ha llevado a escritores como Richard Ford Haruki Murakami a usar el deporte como base de algunas de sus obras y también, en el camino inverso, a transmutar simples noticias o aburridos listados de resultados deportivos en narraciones legendarias. Para comprender esto solo hay que leer las crónicas boxísticas de Manuel Alcántara, a Dino Buzzati explicandonos el duelo entre Coppi y Bartali en las páginas de Il Corriere della Sera, o, más recientes, los artículos futboleros de Javier Marías o las columnas de nuestro añorado David Gistau, iluminando con su estilo el día después de cada partido.

De entre todas las disciplinas deportivas el fútbol, como deporte preponderante en buena parte del orbe, ha inspirado a autores muy variados, de Albert Camus Pier Paolo Pasolini Enrique Bolaño Peter Handke. Se debe, quizás, a lo que Mario Vargas Llosa ha denominado como «el espíritu de la tribu», la necesidad del ser humano de sentirse parte de un grupo, en el que se delega parte de su libertad, y que tiene hoy en día una perfecta muestra en el fútbol.

Alberti, Píndaro y un balón en negro sobre blanco 1
Foto: ASSOCIATED PRESS | AP

Esto ha convertido al deporte rey en el espacio perfecto para el adoctrinamiento y la propaganda política por parte de los totalitarismos, Mussolini, Hitler y Stalin dieron buenas muestras de ello, del populismo, de  Berlusconi y Tapie a Gil, o de los nacionalismos de diversa índole. Ya lo dijo Vázquez Montalbán: El Barça, ejército desarmado de Cataluña.

Por el contrario, ese ambiente y lenguaje bélico, tan propio del balompié, ha contribuido, en el lado bueno de las cosas, a que sea uno de los deportes más aptos para la creación literaria, debido a su capacidad infinita de generar mitos y leyendas que trascienden lo deportivo para acabar marcando toda una época.

En la actualidad, gracias a la labor de revistas como Panenka y Líbero, o de editoriales como Libros del KO, que con su colección «Hooligans Ilustrados» ha hecho escribir sobre sus equipos a Jabois o a Martínez de Pisón, han contribuido a que el deporte, épica de nuestro tiempo, por fin sea valorado en España como lo que es, una de las mejores excusas para hacer buena Literatura.

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