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Siempre nos quedará Borrell

El alto representante de la Unión Europea alzó la voz como nadie para avisar de la necesidad y urgencia de dar un paso hacia adelante ante la invasión de Putin

Siempre nos quedará Borrell

Josep Borrel en la Eurocámara. | Belga Press

Hacía muchos años que no se escuchaba en el Parlamento Europeo un discurso con tanta fuerza, con tanta urgencia y tan cargado de necesidad histórica de cohesión y futuro europeísta. La fecha ha quedado ya marcada. Fue el martes, 1 de marzo de 2022. El día en el que el Parlamento Europeo celebró un pleno extraordinario sobre la invasión rusa de Ucrania. Este día Josep Borrell, el alto representante de la Unión Europea, alzó la voz como nadie para avisar de la necesidad y urgencia de dar un paso hacia adelante, ante la invasión de Putin.

La noche antes, el lunes, en su país, en nuestro país, en España, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, tras pasar los primeros días de guerra en un silencio sospechoso, se decidía por fin a hablar y tras condenar la invasión de Ucrania, anunciaba que no habría ayuda directa de armas ofensivas a Ucrania. Sánchez demostraba una vez más su miedo y vacilación que le provoca, no la guerra, sino la reacción de sus ministros de Podemos. España se quedaba de nuevo en una posición incómoda de soledad dentro de la OTAN e incluso dentro de la Unión Europea.

Frente a este ataque de ansiedad o parálisis, Borrell hacía todo lo contrario y se convertía en la voz firme de Europa. Es importante recordar las consecuencias y el contexto de sus palabras. Se trataba de una sesión especialmente significativa ya que contaba con la videopresencia del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski que, en una emotiva alocución, reclamaba a los parlamentarios europeos que no les dejaran solos y confirmaba que su país seguirá luchando hasta el final por la libertad y la supervivencia. Un discurso que puso en pie a un Parlamento lleno de banderas azules y amarillas y carteles de apoyo a Ucrania. Hablaron también la presidente del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. 

Pero la voz que finalmente quedó grabada en todos fue la de Josep Borrell, que certificaba la sesión como «el acta de nacimiento de la Europa geopolítica». Borrell pidió a los eurodiputados «reflexionar sobre el instrumento de coacción, de represalia y de contraataque frente a adversarios temerarios, porque lo único que hay que entender es que para hacer la paz hay que ser dos, pero para hacer la guerra basta con ser uno. Esto es exactamente lo que nos dice Putin. Y por eso tenemos que aumentar mucho nuestra capacidad de disuasión. Tenemos que aumentar nuestra capacidad de disuasión para evitar la guerra». 

El político español recordaba otro enfrentamiento que tuvo con Putin. Cuando era presidente del Parlamento Europeo en 2007, tuvo la oportunidad de decirle al presidente ruso, tras el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya, «que no íbamos a cambiar derechos humanos por su gas». Una frase que, ahora catorce años después, adquiere todo su significado. Y, siguió avisando a navegantes, que «nunca se puede poner en el mismo nivel al agresor y al agredido». 

Borrell nunca ha sido un político que se achante con nada ni con nadie. Es tan fiel y riguroso con sus ideas que sus propios compañeros de partido le acusaron de «jacobino». Un apelativo que viene de 1998, cuando fue el ganador de las primeras elecciones primarias que celebraba un partido político en España. Se elegía al candidato presidencial del PSOE, y en la virulenta campaña, su rival, el que entonces era secretario general socialista, Joaquín Almunia, le calificó de «jacobino irredento». A Borrell no sólo no le dolió, sino que manifestó que se sentía muy orgulloso de ello. Para él la expresión representaba la defensa de un Estado fuerte y centralizado y de la justicia. 

Pero si algo ha sido siempre Borrell es enemigo de todo nacionalismo egoísta, ilegal o violento. Su voz fue la que aunó a los constitucionalistas catalanes cuando los independentistas intentaron dar su golpe en el procés. Mucho antes en 1999, superada la crisis yugoslava, aseguraba en una entrevista que «cuando el nacionalismo se ha puesto incandescente, y eso ha ocurrido por lo menos dos veces en el siglo XX, ha conducido al imperialismo y a la primera guerra mundial o al fascismo y a la segunda guerra mundial». No tuvo tanto acierto en su análisis de hace 23 años cuando vaticinaba con un gran optimismo que «el siglo XXI tiene que ser la superación del concepto nacional para conducir a la integración en conceptos políticos supranacionales, como es el caso de Europa o lo que se está produciendo a golpe de globalización económica en todo el mundo».

Ahora en primera línea política europea está comprobando que sus temores se han cumplido y que sus sueños y anhelos están en peligro. Es impresionante escucharle estos días en Twitter en un vídeo de la campaña electoral europea en Oviedo en 2009 donde recordaba cómo Europa había borrado fronteras y había sido capaz de evitar las guerras como formas de resolver las diferencias. Y Borrell avisaba que había que recordarlo porque los jóvenes nunca han vivido una guerra «y como siempre han vivido en paz, piensan que la paz es el estado natural de las cosas». «No», decía Borrell, «el estado natural de las cosas es la guerra. Y sólo hace 50 años que los europeos han dejado de degollarse». Y añadía que «en Europa somos pocos y viejos y muy dependientes, porque Europa importa el 75% de la energía que consumimos (2009) y la importamos de Rusia y de los países árabes, que no son gente demasiado de fiar» 

Borrell fue el martes en Estrasburgo, otra vez, la voz firme de Europa contra Putin. Y no se sabe si sus palabras, o las críticas veladas de la OTAN, hicieron moverse a Sánchez. El miércoles, el presidente cambiaba por completo su argumentario y afirmaba en el Congreso de los Diputados que finalmente sí enviaría las armas. Una rectificación en menos de 48 horas que el Gobierno negó como tal y dijo que fue «evolución». Este salto darwiniano de la lingüística de Moncloa coincidió con otra adaptación de la realidad. Sánchez alardeó de la unidad y apoyo de todo el Congreso con su decisión. Obvió reconocer que los únicos que no lo apoyaron, ni apoyan, son precisamente las ministras de Podemos dentro del mismísimo gobierno. Y también olvida señalar o recordar la posición contraria de algunos de sus socios independentistas. 

Con todo este caos interno dentro del Gobierno y con sus debilidades ante sus socios de investidura, no extraña que nuestra fuerza en los foros internacionales sea ahora mismo la más débil desde nuestro ingreso en Europa. El abandono, la desidia, los bandazos, el silencio y sobre todo la presencia de ministros comunistas en el Ejecutivo ha convertido a España en alguien intrascendente dentro de la OTAN. Estados Unidos nos ignora en los momentos clave de tensión internacional. Tampoco políticamente tenemos mucha fuerza en Europa. El cuarto país más grande de la UE no cuenta mucho. Este es el panorama que tenemos. 

Pero, no olviden, siempre nos quedará Borrell.

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