Así fue la frenética quema de documentos en la embajada española ante la caída de Kabul
Ocho vehículos con 21 personas abandonaron la legación tras la destrucción del material más sensible. Helicópteros de EEUU los trasladaron al aeropuerto
La evacuación de la embajada española en Kabul tras la toma de la capital afgana por parte de los talibanes, de la que este lunes se cumple un año, tuvo momentos de enorme tensión en medio de la destrucción de documentos a toda prisa, el cierre de la legación diplomática y el traslado en helicópteros de Estados Unidos desde el cuartel general de la OTAN hasta el aeropuerto internacional Hamid Karzai, según relatan varios testigos de aquel episodio a THE OBJECTIVE.
La embajada española se encontraba dentro de la llamada Zona Verde, el fortín gubernamental de ministerios y legaciones extranjeras en la capital afgana, tras el ataque terrorista de diciembre de 2015 contra el antiguo emplazamiento -ubicado fuera de los muros de la citada zona- y en el que murieron diez personas, entre ellos dos policías españoles.
El Gobierno había enviado una decena de miembros del Grupo Especial de Operaciones (GEO) a Kabul para proteger al embajador, Gabriel Ferrán, y al resto de diplomáticos y funcionarios españoles. Estos geos se unieron a los siete compañeros de la Policía Nacional que se encargaban de la llamada seguridad estática, la de dentro de la legación. La embajada contaba, además, con tres auxiliares afganos: el asistente personal del embajador, el jefe administrativo y el auxiliar de la sección de visados. Todos ellos llevaban más de 15 años trabajando con absoluta lealtad a España.
La ubicación de la embajada tenía un plus de seguridad, a priori, ante la protección adicional que le confería el hallarse rodeada de emplazamientos más sensibles. A un lado estaba un edificio de los servicios de inteligencia afganos y al otro, las embajadas de Italia y la India. Además, las puertas de acceso comunicaban con vías secundarias.
Ceriñola, palabra clave
Los GEO atribuyeron nombres en clave para referirse a cada uno de los trabajadores de la embajada. Se trataba de un código alfanumérico semejante a VIP1 y VIP2 para el caso de Ferrán y su número dos, Paula Sánchez, cuya próxima publicación del libro 55 días en Kabul ha hecho saltar las alarmas en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
El enjambre de cámaras dentro de la embajada permitía a la Policía estática comunicar todos los movimientos que se visualizaban dentro de la legación. Por ejemplo, una palabra en clave que se utilizaba era «Ceriñola» -en honor a la primera gran victoria de los Tercios españoles- cuando concluía con éxito un determinado itinerario hasta el compound español.
En abril del año pasado ya se había anunciado por parte de la OTAN que las fuerzas occidentales abandonarían Afganistán en sincronía. Joe Biden llegó a poner fecha para el final de la presencia estadounidense en el país asiático: el 11-S de ese 2021, lo que desató la alarma entre los propios afganos que trabajaban para el Gobierno de Ashraf Ghani o las organizaciones internacionales. Por ejemplo, un alto cargo del Ministerio del Interior, concretamente el director general de Relaciones Internacionales, reclamó de forma desesperada a la embajada española un visado para él y su familia… cuatro meses antes de la caída de Kabul.
El éxodo había comenzado, por tanto, en primavera. El último contingente militar español había abandonado Kabul el 12 de mayo. En aquel momento, España apenas contaba con una colonia española de quince miembros en aquel momento. Eran todos trabajadores altamente cualificados de Naciones Unidas, la UE, la OTAN, organismos internacionales, empresas y ONG, que fueron dejando el país poco a poco. A ellos se añadían unos cuantos casos de dobles nacionales afgano-españoles.
Ante el temor de que los talibanes retomasen el poder, los intérpretes y antiguos colaboradores de los diplomáticos y militares españoles comenzaron a organizarse en Kabul. En el Ministerio de Asuntos Exteriores se actualizaron las listas de personal y desde el CNI y el Cifas -la inteligencia militar de Defensa- se verificaron que los perfiles no suponían una amenaza para España.
El avance talibán fue imparable de junio. A finales de ese mes ya habían capturado un centenar de distritos. Una semana después, habían logrado ocupar 400. El 10 de agosto se hicieron con ocho capitales de provincia, pero la inteligencia de EEUU estimaba que la toma de la capital no se esperaba hasta una fecha futura, entre 30 y 90 días. Craso error.
El 14 de agosto, a media tarde, el equipo del CNI en la embajada española en la vecina Pakistán envió el siguiente mensaje al embajador Ferrán: «Rumores de que Ghani va a dimitir y (el vicepresidente) Amrullah Saleh ha abandonado el país». Al día siguiente, Kabul cayó en tres horas en manos de los talibanes sin disparar un tiro y el embajador procedió a la evacuación de la legación diplomática.
Fue en ese momento cuando se aceleró la quema de documentos. Ferrán se había resistido a ello en los meses previos. La destrucción documental era un trámite obligatorio en caso de evacuación y estaba tasado en diferentes instrucciones a la hora de eliminar material cifrado y los documentos propios del trabajo dentro de la embajada. Sobre todo, los visados por su alto contenido de datos personales.
La quema de documentos era el mecanismo más rápido, pero no el único. La embajada en Kabul contaba con varias máquinas trituradoras, pero el volumen de telegramas y visados que se recibió en las semanas previas fue tal, que habrían dejado inhabilitadas las máquinas.
También existía la opción de destruir material secreto con agua, pero era poco eficiente al requerir mucho tiempo para que la tinta perdiera consistencia. Además, el afgano encargado de ello había dedicado varias jornadas completas a dicha tarea bajo la estricta supervisión del operador de cifra -un funcionario español- y de un miembro de la Policía Nacional. Y en el último invierno kabulí hubo que descartar ese procedimiento de forma temporal porque se congelaban los recipientes.
Así que la quema de documentos solo le llevó a cabo en los días previos a la caída de Kabul y en la misma mañana del 15 de agosto. Todo ello después de que la Policía Nacional alertase al resto de embajadas occidentales para que no se preocupasen si veían salir humo de la legación española.
La evacuación de la embajada estaba pautada, por imperativo legal, en un Plan de Emergencia y Concentración que se actualizó en mayo a medida que se aceleraba la caída de las provincias afganas. El documento relacionaba causas de posible calamidad y señales que permitían anticipar el desencadenamiento de cada uno de ellos (los triggers en la terminología anglosajona).
Además, definía tres escenarios de gravedad, la política de comunicación con la colonia y Madrid en cada caso, así como los bienes que habían de salvarse del Registro Civil de la embajada: poderes notariales, visados, sellos y la maquinaria de cifrado de comunicaciones, sobre todo.
Ante el supuesto de mayor gravedad, identificaba un punto de concentración de la colonia española, que no se les revelaría hasta el último momento para evitar difusión del punto neurálgico del plan y así salvar el emplazamiento de ser un objetivo terrorista. Desde este punto de concentración, se facilitaba su desplazamiento hacia la única vía accesible de salida de Kabul: el aeropuerto internacional Hamid Karzai. Pero ese plan jamás se ejecutó.
Cinco españoles en Kabul
El día de la caída de Kabul solo había cinco españoles residiendo en Afganistán, aparte del personal de la embajada. Una trabajadora de Médicos Sin Fronteras, una empleada de una compañía de seguridad en el citado aeropuerto y una familia de tres miembros, cuya madre provenía de las Islas Baleares y que habían llegado huyendo de Kunduz.
A las 10:47 horas de ese 15 de agosto, la embajada de EEUU comunicó a sus aliados que a partir del día siguiente, a media tarde, cesaría su actividad en la Zona Verde de Kabul. De los desencadenantes para activar el Plan de Emergencia y Concentración, el único que reveló lo inevitable fue la caída de la electricidad.
Varios geos salieron de la embajada para ver el nivel de seguridad que existía: «Hemos hecho una avanzada fuera de la Embajada. Ha caído la Zona Verde», anunció un policía español al embajador a las 11:35 horas. «Nos hemos encontrado los checkpoints desiertos. La Zona Verde ya no existe. Las embajadas están evacuando. Los talibán están en PD 5. Ya han pasado la embajada de Rusia», añadió.
«Evacuamos. Voy a llamar a Madrid. Subinspector, ponga en marcha a los suyos», respondió Ferrán sin ningún signo de nerviosismo. La embajada española había suscrito un memorándum secreto con la estadounidense, desvelado por THE OBJECTIVE, para coordinar la evacuación en helicóptero hasta el aeropuerto si fuese necesario. Los estadounidenses indicaron a Paula Sánchez, la ‘número dos’ del embajador, que se dirigiesen al cuartel general de la OTAN y llegasen a las cinco de la tarde por la entrada del recinto sur.
Sin embargo, Ferrán ordenó que la partida fuese cuanto antes. Los geos le tranquilizaron en ese sentido. «Según información compartida (…), no hay violencia en el avance. Las calles están desiertas», se le transmitió a las 11:50 horas. Tanto al personal local como a los tres auxiliares afganos se les dio la orden de abandonar la embajada y esconderse en un lugar seguro de Kabul.
En una maleta de Sánchez se cargaron todos los enseres indispensables que debían volver a España. Los citados libros del Registro Civil, escrituras notariales, pasaportes provisionales, sellos y visados… que se vendían por 9.000 dólares en el mercado negro de Kabul También chequeras y el dinero de la caja fuerte. En la embajada se quedaron libros, muebles, dos cuadros de Patrimonio, alimentos y los vinos traídos en valija diplomática para las recepciones.
La última vez que se abrió la puerta Lepanto
Los GEO abrieron por última vez las compuertas de Lepanto, el nombre con el que se identificaba la puerta de la residencia del embajador. Fue justo al mediodía. Fuera, una decena de afganos observaron con curiosidad la caravana española de ocho vehículos con 21 ocupantes en su interior, como si no hubiese colapsado la capital. El cuartel general de la OTAN se encontraba a escasos metros.
Allí dentro, los americanos habían organizado un sistema de transporte con helicópteros Chinook que iban y venían desde ese punto hasta el aeropuerto. Cada diez minutos aproximadamente salía uno de ellos. La espera y el embarque estaban perfectamente ordenados. El ambiente fue en todo momento de calma. El helipuerto era un simple terreno ligeramente pedregoso en el que aterrizaban y despegaban hasta cuatro helicópteros en turnos sucesivos, levantando una enorme polvareda al tocar tierra.
El embajador, su ‘número dos’ y la mitad de los policías subieron al primer Chinook. Los restantes miembros de la comitiva española, en un segundo. «Estamos volando en helicóptero al aeropuerto. El gobierno afgano se va a Catar. EEUU va a trasladar su embajada al aeropuerto. Nosotros ya no podemos volver a la embajada porque los coches están en el cuartel general y va a quedar abandonado», escribió Sánchez a Exteriores a las 15:01 horas.
El helicóptero aterrizó con un salto brusco. Los policías salieron primero. El embajador esperó las indicaciones del equipo de GEO para, a su vez, dar las indicaciones de avanzar al resto. En cuanto el técnico estadounidense verificó que todos estaban en tierra, el helicóptero volvió a alzar el vuelo.
A los nacionales españoles se les asignó una habitación en el barracón 508, donde se solían alojar soldados de una base que en aquel momento estaba vacía. Empezaba una larga estancia de doce días, hasta el 27 de agosto, para completar la evacuación de españoles y afganos que querían salir de Kabul.