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Los talibanes intentaron colar a miembros del Daesh en la evacuación española de Kabul

Los nuevos amos de Afganistán dispararon a los dos autobuses fletados por la embajada y en un checkpoint exigieron mil dólares a cada colaborador

Los talibanes intentaron colar a miembros del Daesh en la evacuación española de Kabul

Militares aliados vigilan el perímetro del aeropuerto de Kabul tras la llegada de los talibanes. | AFP

La evacuación de españoles y colaboradores afganos de hace un año, tras la entrada de los talibanes en Kabul, pudo acabar en tragedia para una parte de ellos. Los nuevos amos de Afganistán dispararon contra los dos autobuses que la embajada española contrató para el embarque de un centenar de cooperantes y familiares, a quienes también se les exigió el pago de 1.000 dólares por cabeza para entrar en el aeropuerto. Pero lo peor fue el intento de colar a dos sospechosos terroristas del Daesh entre ellos, según desvelan fuentes diplomáticas españolas a THE OBJECTIVE.

El Gobierno logró sacar entre el 15 y el 27 de agosto de hace un año a 2.200 personas en un total de 17 vuelos. Entre ellos estaba el personal de la embajada española en Kabul con su embajador a la cabeza, Gabriel Ferrán. El aeropuerto internacional de Kabul contaba con cuatro puertas de acceso. La torre de control de la terminal civil quedó inoperativa el día 16 tras una avalancha de gente que ocupó una parte de las pistas en su desesperado intento por huir del país.

Los americanos controlaban el aeropuerto, que tenía cuatro accesos, mientras que los militares turcos se encargaron del control aéreo en la zona militar. Los talibanes se comportaron en un principio con indulgencia con todos aquellos que desconfiaban de ellos y se agolpaban en las puertas del aeropuerto. Ahora bien, los del Daesh eran distintos.

El denominado Estado Islámico del Khorasán (ISIS-K) había colaborado con los talibanes en múltiples atentados, aunque estos últimos se lavaban las manos con las acciones terroristas para no torpedear sus negociaciones de paz con EEUU en Catar. La inteligencia norteamericana detectó que el Daesh iban «a tratar de brillar con luz propia» en aquellos momentos de confusión. «La estrategia más sencilla para ellos sería adentrarse en la base como personal local, por ejemplo, de limpieza o suministros e inmolarse», revela la número dos de la embajada española en Kabul, Paula Sánchez, en su próximo libro ’55 días en Kabul’, un texto que ha generado polémica en el Ministerio de Asuntos Exteriores.

La actitud permisiva de los talibanes

Ante la actitud permisiva de los talibanes en un inicio, los aliados reforzaron con material y recursos humanos la entrada norte, la de Abbie -donde se agolparon 10.000 personas- y la del este. La sur permaneció bloqueada para evitar avalanchas en ese flanco. La primera preocupación española fue la evacuación del personal de la embajada y de casi 90 afganos -intérpretes y administrativos, con sus respectivas familias- que habían trabajado para nuestro país en los últimos años.

El día 18 se les envió un sms a través del programa Hermes que recibe cualquier español que viaja que llega a un país con información de la embajada o el consulado más cercano. «Embajada de España. Hemos recibido su petición de asistencia para sus familiares F., ¿Siguen deseando huir?», se les preguntó. La respuesta favorable fue unánime. «Permanezca en un lugar a salvo y con conexión a Internet. Se le van a enviar un e-mail y un salvoconducto para presentar en las puertas». A todos ellos se les pidió también que llevasen una batería de móvil adicional, agua y comida. «Tal vez tengan que aguantar durante horas a las puertas», concluía el mensaje. 

En un primer momento, se les recomendó acercarse a las puertas con una tela roja o amarilla, pero pronto surgió la picaresca entre los afganos, quienes terminaron acudiendo a las entradas con paños de varios colores para agitarlos según viesen soldados de una u otra nacionalidad. El siguiente paso fue intentarlo con vehículos, pero los checkpoints talibanes se fueron convirtiendo en trampas. Y en medio de la desesperación, surgió una posibilidad de acceder rápidamente a través de un acequia.

Fue la famosa alcantarilla que penetraba por un punto del aeropuerto. Había partes en las que cubría el agua hasta un metro, pero se podía sortear. «¡GEO! ¡Policía! ¡Hola! ¡Aquí!». Los gritos de un antiguo trabajador de la embajada dejaron atónitos a los diplomáticos y policías españoles. «¿Cómo has entrado?», le preguntaron los geos sin dilación tras verle llegar impoluto con su mujer, tres hijos y varias maletas.

Había un camino. A cambio de ayudarles con el itinerario, el antiguo trabajador y su familia pudieron subir en el primer vuelo español. Por la alcantarilla entraron todos los trabajadores de la legación con sus cónyuges e hijos. Pero el éxito fue efímero. Se corrió la voz y al día siguiente, la acequia «colapsó». Los militares aliados bloquearon el acceso inmediatamente.

talibanes Kabul
Un grupo de talibanes celebran el primer aniversario de la toma de Kabul. | Foto: EP

El problema para el embajador y sus ayudantes llegó el 21 de agosto con el primer vuelo de colaboradores que no conocían «de primera mano». Se organizó un cribado dentro de la base, en la zona denominda ‘zombieland’, pues los geos no tenían mandato para salir de las puertas del aeropuerto. Y desde Madrid se dio la orden de que la evacuación no fuese de carácter humanitario, sino una «extracción selectiva». Tampoco se atuvo a cuestiones económicas, sino por criterios de seguridad.

Pese a esa línea roja, los españoles fueron más flexibles que otros aliados. Se partió de una lista de varios cientos de colaboradores que luego se fue extendiendo a varios miles -con el vuelo de la pasada semana desde Pakistán se ha llegado a casi 4.000-, mientras que los escandinavos y Países Bajos solo introdujeron en listas a quienes habían colaborado con ellos en puestos de trascendencia pública y responsabilidad durante los últimos cuatro años.

Las listas habían sido autorizadas por Defensa, Interior y CNI tras consultar sus respectivas bases de datos «para evitar el traslado de elementos terroristas y con un bagaje criminal». Los talibanes habían admitido públicamente operar de forma conjunta o compartir recursos materiales y humanos con la red Haqqani y Al Qaeda. Y el juramento de entrada como combatiente dentro de Al Qaeda mencionaba explícitamente Al Ándalus como tierra a conquistar.

El embajador y los diplomáticos españoles recibieron en aquellos días informes de inteligencia indicando que la presencia de Daesh a las puertas del aeropuerto era una realidad. Los militares estadounidenses advirtieron de que la amenaza de un ataque contra la base «desde fuera, dentro o incluso dentro de una aeronave no era posible sino probable». Dinamarca y Turquía ya habían detenido a polizones terroristas que habían volado a Europa. Así que el riesgo era real.

El salvoconducto para los colaboradores

El 24 de agosto empezó la fase de la evacuación más complicada y que estuvo a punto de acabar en tragedia. Los americanos abrieron la cuarta puerta, la sur que estaba cerrada al tráfico, con el fin de que los autobuses con colaboradores entrasen por allí. Los talibanes se comprometieron a no indagar en la identidad de los pasajeros. Si los vehículos coincidían con la matrícula proporcionada por los aliados, les dejarían pasar. 

La embajada convocó a un centenar de personas en Sharak-e-Aria, un enclave moderno de edificios ubicado a una veintena de minutos de esta entrada del aeropuerto, y en Khalij, un lugar donde se organizaban convites de boda. En el salvoconducto que se les mandó por sms ponía lo siguiente: «Personal de la embajada, en riesgo». En la lista había colaboradores de Defensa y de la agencia española de cooperación -AECID-, así como afganos que trabajaron en proyectos financiados por España en organismos de Naciones Unidas, caso de ONU Mujeres y ONU Hábitat. También se incluyó a periodistas que habían colaborado con medios españoles como reporteros o traductores tras un ruego de Reporteros Sin Fronteras para que se intercediera por ellos.

Los dos autobuses tardarían 36 horas en superar todos los checkpoints levantados por los talibanes a lo largo de Airport Road. La tensión fue en aumento. Los conquistadores de Kabul les gritaban kafir (infieles) a los que huían y empezaron a golpear a los pasajeros que se atrevían a bajar de los vehículos en los ratos de espera. También golpearon con las culatas de los fusiles las ventanas de los autobuses para amedrentarlos.

Aquella situación hizo que una veintena de personas abandonaran los autobuses motu propio en las primeras horas y provocó que los ochenta restantes se agrupasen en un único vehículo por seguridad. En ese trasiego de gente se colaron dos desconocidos. En un primer momento, fueron expulsados, pero varios talibanes armados con fusiles AK-47 exigieron saber quién les había sacado. No hubo respuesta. Nadie delató a sus compañeros de viaje.

Al ver ese desafío, los talibanes bajaron, se alinearon frente a los autobuses y empezaron a disparar. Rompieron varias lunas del bus y volvieron a golpear los cristales con las culatas. «¡Nadie va a pasar al aeropuerto! ¿Nos oís?», gritaban desde fuera. «¡Se acabó el paso de buses! ¡Si no entran estos dos, no entra nadie más! ¡A vuestras casas!». Otras veinte personas les hicieron caso y los que quedaron dentro -unos sesenta- tuvieron que permitir que los dos jóvenes sin salvoconducto regresasen al autobús. 

El vehículo se encontraba a 500 metros de la entrada sur del aeropuerto y la presencia de dos intrusos en su interior puso en alerta a toda la base. Los militares reforzaron los dispositivos de verificación de explosivos. «En el peor de los escenarios, se trataba de elementos de Daesh encubiertos», relatan las fuentes. Pero no fue el último momento de crisis. Uno de los pasajeros alertó a la embajada: «Nos han pedido mil dólares por cabeza. Dicen que si no pagamos, no pasamos». 

En ese instante, los americanos planearon una estrategia… de persuasión. Un teniente coronel y varios marines se acercaron al checkpoint y convencieron a los talibanes de que la presencia de dos posibles terroristas del Daesh dentro del bus español ponía en juego su imagen de seriedad que los nuevos gobernantes querían dar a la opinión pública internacional.

«A este comando del checkpoint no les interesaba ser una quinta columna. A la rama militar talibán no le interesaba que otro grupo terrorista se llevase la imagen viral ni la gloria de ser los responsables de expulsarnos del aeropuerto», subraya Paula Sánchez en su libro. La estrategia funcionó tras una negociación de dos horas. Los talibanes del checkpoint se dispersaron y los dos intrusos bajaron del autobús.

«El éxito no fue la acequia»

El vehículo arrancó y entró finalmente por la puerta sur del aeropuerto… tras un día y medio de enorme tensión. Después de ello, Madrid ordenó que no hubiese más intentos de evacuación y que el último vuelo saliese el día 27 por la mañana. Fue un acierto pues en otros puntos del aeropuerto se desataron los peores augurios: en la puerta Abbie hubo una persona que se inmoló y al mismo tiempo, un vehículo explosionó en la puerta sur por la que unas horas antes había pasado el bus español.

Fallecieron 13 marines estadounidenses y más de 160 afganos, pero los españoles y sus colaboradores afganos ya estaban a salvo. «El éxito no fue la acequia. No fue el azar. No fueron los designios de los dioses, que concedían a unos slots o a otros mayor o menor fortuna. El éxito fue el modus operandi» de la evacuación, concluye la entonces número dos de la embajada española en Kabul.

 

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