THE OBJECTIVE
El buzón secreto

19 años del mayor drama del servicio secreto español

En el aniversario de la matanza en Irak, quiero comparar el comportamiento de los dos espías que menos se parecían en su formación y experiencia

19 años del mayor drama del servicio secreto español

El expresidente de EEUU George W. Bush junto al exjefe del Gobierno español Jose Maria Aznar. | Eric Draper (Zuma Press)

Ignacio Zanón, responsable de comunicaciones de la delegación española del CNI en Irak y sargento primero del Cuerpo de Telegrafistas del Ejército del Aire, tenía experiencia en misiones internacionales, pero carecía de la formación especializada adecuada para actuar en una guerra. Carlos Baró, responsable del equipo ubicado en Diwaniya, miembro de la unidad operativa del CNI y comandante de Infantería del Ejército, con larga trayectoria en comandos especiales y La Legión, era un experto en guerra de guerrillas y en cualquier tipo de combate.

El 29 de noviembre de 2003, acompañados de seis agentes más del servicio de inteligencia, demostraron un valor y compañerismo que les haría merecedores a cualquiera de las más altas condecoraciones del Estado. Dos hombres con una carrera tan distinta lo arriesgaron todo ese día: sabían que si escapaban quizás podrían salvarse, pero si se quedaban no había apenas posibilidades de sobrevivir.

En lugar de hablar hoy de ellos, podría hacerlo de Alberto Martínez o de Alfonso Vega, que también llevaban mucho tiempo buscando información para proteger a las tropas españolas enviadas por el Gobierno de José María Aznar tras la invasión ordenada por George Bush hijo. De ellos he escrito mucho, incluido mi true crime Destrucción masiva. También he hablado de los otros tres espías asesinados: José Lucas Egea, José Ramón Merino y José Carlos Rodríguez. Pero hoy, cuando está a punto de cumplirse el 19 aniversario de la matanza en Irak, quiero comparar el comportamiento de los dos espías que menos se parecían, no en lo humano, sino en la formación recibida y en la experiencia sobre el terreno.

Hoy tampoco me meteré en las mentiras que el estadounidense Bush, el inglés Blair y el español Aznar nos contaron sobre que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva y mantenía relaciones estrechas con Osama bin Laden, líder de Al Qaeda. Ha quedado sobradamente demostrado que todo era mentira y que la CIA y el MI6 desinformaron conscientemente de lo que querían sus responsables políticos. No como el CNI español, que contó todo lo que sabía al Gobierno, como era su obligación, encontrándose con el ninguneo total de Aznar.

El mes anterior, el día 19, José Antonio Bernal, uno de los agentes destinados en Bagdad, fue asesinado a la puerta de su casa. Esta desgracia había llevado a los ocho agentes a extremar, 40 días después, sus medidas de seguridad, aunque claramente resultaron insuficientes. Los diversos fallos quedaron patentes cuando tras los asesinatos la dirección del servicio cambió sus protocolos de actuación para situaciones de conflicto bélico. 

Dos héroes muy distintos

Zanón y Baró habían acudido a Irak guiados por estímulos diferentes. El comandante Baró se presentó voluntario, era un combatiente nato, se movía muy bien en ambientes hostiles, había elegido la carrera militar porque le gustaba estar en esas situaciones. Zanón era un radiotelegrafista que en algún momento había pensado en pasarse a la vida civil, quería disfrutar de la vida y había conseguido formar una familia que llenaba sus expectativas. Le pidieron que aceptara el destino ante la ausencia de candidatos y allí se fue.

Dos perfiles completamente distintos, pero que llevados a una situación límite actuaron con una valentía encomiable. El comandante Baró asumió el mando del grupo atacado y se colocó en primera línea de combate para defender a sus compañeros. Nunca pensó en su propia vida, sino en entregarla, si hacía falta, combatiendo. Zanón nunca le volvió la cara a su trágico destino. Carecía de experiencia, cierto, pero ahí se quedó. Cuando en el último momento pudo salir para buscar ayuda lejos de allí, como su compañero José Manuel Sánchez, él optó por quedarse con Merino, que estaba gravemente herido con escasas posibilidades de sobrevivir. No quiso dejarle solo.

Los dos entregaron lo mejor por sus compañeros y por su país. No podían ser más distintos, pero nos dieron una lección que nadie debería olvidar. ¿Para cuándo el homenaje civil que los ocho asesinados se merecen y nunca han recibido?

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D