THE OBJECTIVE
El buzón secreto

Mehdi Ben Barka y la crueldad de Marruecos con sus opositores

Oponerse a la monarquía alauita puede traer tremendas consecuencias, como las que sufren ahora los saharauis

Mehdi Ben Barka y la crueldad de Marruecos con sus opositores

El político marroquí Mehdi Ben Barka (segundo por la derecha), con otros socialistas marroquíes en 1957. | Wikimedia Commons

Oponerse a los designios del rey de Marruecos ha sido siempre una decisión muy arriesgada. Mohamed VI lo ha demostrado, entre otros con los saharauis, siguiendo las enseñanzas de su padre Hassan II. Este 29 de octubre se cumplen 57 años de una de las agresiones más salvajes de la historia ejecutadas por un dictador, el rey Hassan, contra un político, Mehdi Ben Barka, que se negaba a aceptar sus órdenes. Secuestro, tortura, asesinato y lanzamiento a una cubeta de ácido que se pudieron ejecutar gracias a la ayuda del servicio secreto de Francia. 

El 29 de octubre de 1965, el marroquí Mehdi Ben Barka llevaba dos años viviendo en el exilio porque el rey Hassan II amenazaba su vida. Mehdi era el líder del poderoso partido opositor Unión Nacional de Fuerzas Populares, que en un país tan poco democrático como Marruecos reclamaba la aplicación de un programa económico y social en favor de las mayorías obreras y campesinas. 

Hassan II tenía otros planes para su país, muy alejados de esas ideas, y consiguió que en 1963 se acusara a Ben Barka de un complot contra la monarquía, lo que le obligó a exiliarse inicialmente en El Cairo, donde recibió la amenazante noticia que antes o después llegaba a los disidentes como él: por enfrentarse al rey había sido condenado en rebeldía a la pena de muerte. 

Secuestrado por dos espías franceses

A las 12.30 horas del 29 de octubre de 1965, Ben Barka paseaba tranquilamente frente a la brasserie Lipp del bulevar Saint-Germain. Por sorpresa, se le acercaron dos policías franceses vestidos de paisano que le mostraron sus acreditaciones oficiales y le ordenaron que les acompañara. No debió preocuparse, estaba en Francia, un país democrático que había hecho del respeto a los derechos humanos uno de los fundamentos de su existencia. 

Un momento después, sin embargo, debió entrar en pánico: el coche en el que le llevaban detenido no se dirigía a ninguna comisaría, sino a una residencia de Fontenay-le-Vicomte. Había sido raptado y los responsables de organizar el secuestro eran las mismas temibles personas que en dos ocasiones anteriores habían intentado, sin suerte, segar su vida. 

Lo que el disidente marroquí ya sabía cuando estaba siendo trasladado a la fuerza a un piso operativo y no a una comisaría era que si los dos policías franceses le habían enseñado unas acreditaciones reales —que lo eran— suponía que el SDECE, el servicio secreto galo, estaba apoyando a sus colegas marroquíes del CAB1. Algo fuera de toda duda, porque un servicio de información como el marroquí no osaría actuar en territorio galo sin una aquiescencia, mayor o menor, de sus colegas y del propio gobierno francés, cuyo ministro del Interior, Roger Frey, mantenía buenas relaciones con su interlocutor marroquí Mohamed Ufkir. 

A partir del momento en que metieron a Ben Barka en la residencia de Fontenay-le-Vicomte existen lagunas en la historia. Se cree que fue introducido en una habitación especialmente preparada para un interrogatorio: sin luz natural e insonorizada para que nada de lo que allí pasara fuera visto u oído en el exterior. 

«Hassan ordenó a su ministro del Interior, Mohamed Ufkir, que no reparara en medios para matar a Ben Barka»

Allí dentro, esperándole, debía de haber varios agentes del CAB1 que estarían como locos por enfrentarse al hombre al que llevaban persiguiendo durante siete meses. Los mismos que habían pasado desde que Hassan había decidido quitarse de en medio al principal grupo desobediente y el más complicado de erradicar, los socialistas de Ben Barka. Si cortaba la cabeza de su jefe, terminar con el resto que vivía en el interior del país no resultaría tarea difícil. 

Hasta el propio ministro quiso torturarle

Así que Hassan ordenó a su ministro del Interior, Mohamed Ufkir, que no reparara en medios para matar a Ben Barka. Y decirle eso a un hombre de la crueldad de Ufkir era dar rienda suelta a los leones para que en el circo se comieran a los cristianos. Decidió llevar a cabo la operación de manera personal, ayudado por su adjunto, un hombre tan despiadado como él, el director de los servicios de seguridad, Ahmed Dlimi, del que dependía el CAB1. 

No se sabe el tiempo que Ben Barka permaneció encerrado en esa casa francesa. Sí se sabe que fue interrogado cruelmente por los sicarios del CAB1 que le esperaban en la vivienda, para conseguir que cantara los nombres de todos sus colaboradores. Ese día, el primer rostro que identificó fue el de Dlimi, que personalmente se desplazó a París para participar activamente en la tortura. Le encantaba dirigir los interrogatorios de los presos políticos y disfrutaba aplicando personalmente su propia tortura favorita: «Utilizar un cubilete de madera para hundirlo en el ano de sus enemigos». 

Lo que ocurrió posteriormente deja claro el estilo de la operación de secuestro. Mohamed Ufkir viajó a París a una recepción ofrecida por Frey, su colega francés del Interior. Allí es fácil de imaginar que le mostraría su agradecimiento por la ayuda prestada en el secuestro, tras lo cual se desplazó a la casa donde estaba Ben Barka para asistir a su interrogatorio. No quería perdérselo. A Ufkir también le encantaba participar activamente. Su especialidad consistía en arrancar las muelas de los detenidos con unas tenazas. 

Al final de tanta tortura, ocurrió lo que estaba previsto: Ben Barka falleció. Como contaban con la connivencia de al menos un sector del SDECE francés, no tuvieron problemas para repatriar el cuerpo destrozado del disidente a Marruecos. Allí fue trasladado al centro de torturas de Dar al-Mokri, en el elegante barrio de Suissi, en Rabat. Para no dejar rastro de su desaparición, el cuerpo de Ben Barka, como el de otros muchos opositores al régimen, fue lanzado a una cubeta de ácido. Cuentan que un hombre con una cámara grabó toda la operación, porque el Rey quería estar seguro de la muerte del disidente. 

Posteriormente estalló el escándalo en Francia. Aparecieron los datos de que el disidente marroquí había sido secuestrado en París, y se supo también la implicación de los dos paladines del poder marroquí, Ufkir y Dlimi. La justicia francesa intentó que los dos declararan, pero ante su negativa los condenaron en rebeldía como responsables de la desaparición, que no asesinato. Así intentaban lavar la ayuda imprescindible de su servicio secreto en la operación.

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