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Miguel, el guardia civil que ha salvado 600 vidas en rescates al límite en los Pirineos

Este subteniente ha efectuado más de 1.000 rescates y ha sido testigo y parte de la gran modernización de los equipos de montaña en la Guardia Civil

Miguel Domínguez (Huelva, 1956) siempre pensó en trabajar como guardia civil en la Agrupación de Tráfico. Era su meta, cuenta, si algún día llegaba a formar parte del Cuerpo. Su devoción por el mundo del motociclismo le empujaba a ello. Años después, sin embargo, no sería así. Cuando llegó la hora de la verdad y tuvo la opción de elegir, ese viejo propósito se quedó en eso, nada más. Para entonces, apenas superada la mayoría de edad, descubrió en su primer destino que ese era su sitio y, asimismo, una pasión que le duraría toda la vida: el rescate en montaña

Terminó su formación en el Colegio de Guardias Jóvenes, en Valdemoro (Madrid) en 1974. Lo enviaron al que entonces era el Grupo de Esquiadores y Escaladores de la Guardia Civil, en Boltaña (Huesca), y allí se quedó. Le siguieron 42 años hasta que hace seis se retiró como subteniente y jefe de la unidad. Ahora, en una entrevista con THE OBJECTIVE, mira hacia atrás y habla con orgullo de lo conseguido. De más de 1.000 rescates, 600 vidas salvadas, y de lo que para él ha sido una satisfacción completa, pese a lo trágico que a veces conlleva esta profesión.  

«Solo con haber salvado una vida, aunque hubiese sido en 42 años de trabajo, habría sido suficiente para mí. La vida es lo mejor que tenemos. Poderle devolver a una madre o a una esposa a su hijo o a su marido, o viceversa, es la mayor satisfacción que puedes tener. Te da alegría, euforia. Te reconcilia con este trabajo. Sientes que lo has hecho bien y todas las dificultades previas, el sufrimiento… se olvida. Con salvar vidas, estás pagado», confiesa Domínguez. 

Miguel Domínguez, durante la entrevista con este periódico. | Carmen Suárez

Este subteniente, no obstante, no solo observa el pasado. También mira con orgullo lo que hoy es el Grupo de Rescate e Intervención en Montaña (GREIM) de la Guardia Civil en la localidad oscense. Un equipo de ‘montañeros uniformados’, líderes en rescates de alta montaña en todo el país, al que Miguel Domínguez puso los primeros cimientos cuando prácticamente nadie era consciente de las vidas que se perdían en los Pirineos, ni mucho menos del desafío que suponía sin apenas medios para los agentes. «Yo los veo trabajar ahora y asiento con la cabeza, orgulloso».

Modernización

Un grupo de guardias civiles, entre ellos Miguel, rescata a un accidentado en el Pirineo. | Cedida

Domínguez ha sigo testigo y parte de la gran modernización de la unidad. De cómo hace 40 años,  si recibían un aviso, fuese de día o de noche, salían a ciegas a la montaña sin saber lo que iban a encontrar; a que ahora el rescate sea una ecuación casi perfecta de agentes, perfectamente preparados y equipados, médicos y un helicóptero con pilotos, siempre disponibles. El salvamento se ha agilizado al máximo. Antes, llegar a la zona de auxilio podía costar horas, incluso días. En la actualidad, como máximo, los guardias civiles tardan 50 minutos en llegar al accidentado. 

Este subteniente recuerda largas travesías a pie para realizar rescates: «Si era un pico de 3.000 metros, ya sabíamos que la expedición era mínimo de ocho o nueve horas. Si era en un valle, podían ser menos. Siempre íbamos un grupo de 10 o 12 socorristas, para hacer relevos en la evacuación del accidentado. Era lo que había, no había otra. Aun así, éramos conscientes de que ese no podía ser el futuro». En aquella época, si el suceso era muy grave, la Guardia Civil podía solicitar el helicóptero de la Gendarmería francesa a través de los gobernadores civiles. «Tardaba mucho en autorizarse, y cuando ocurría, tardaba dos o tres horas», rememora este agente retirado. 

A partir de 1983, todo cambió. «Se crearon unidades especiales para estudiar material específico de rescate; se reciclaba personal anualmente, se crearon planes de instrucción con el fin de modernizar a los socorristas, se emplearon nuevas técnicas de rescate…». Y, finalmente, llegaron los helicópteros. «Poco a poco, estos sistemas, aunque han integrado mejoras, se han mantenido. Y el resultado es que el perfil del socorrista está considerado como uno de los mejores equipos de rescate a nivel europeo», explica. 

Rescates complicados

Otra imagen del subteniente Domínguez en el helicóptero de la Guardia Civil. | Cedidas

Las tragedias humanas en la montaña jugaron un papel importante en la consecución de los aéreos. Los guardias civiles de montaña insistieron, año tras año, con los balances de muertes para forzar a la Administración y conseguir el helicóptero para las demarcaciones del Instituto Armado en el Pirineo. «Si había más rapidez, la probabilidad de sobrevivir era mucho mayor. Al principio, la montaña no estaba tan masificada, pero en los últimos veinte años se ha notado muchísimo. En las últimas décadas del siglo pasado, se hacían 100 rescates, ahora se hacen 400. ¿Qué haríamos ahora sin los helicópteros o sin los médicos? Son piezas fundamentales».  

Contar con helicóptero, mayor preparación y más medios materiales, sin embargo, no significa siempre que el rescate sea más fácil o más exitoso. Este grupo ha tenido auxilios en los que han fallecido agentes, o en los que han tenido que rescatar el cuerpo de menores. «Son momentos que no se olvidan. Recuerdo sobre todo al niño de nueve años que tuvimos que sacar de una poza en el Valle de Ordesa y Monte Perdido. Sufres, ves el dolor de los padres. Es especialmente duro», recuerda Miguel.  

También otros rescates que a punto han estado de costarle la vida: «Ese día, hacía rachas de viento de 100 kilómetros / hora. El helicóptero logró dejarnos cerca del accidentado, pero cuando nos intentó recoger fue imposible, lo tiraba hacia la pared. Se estaba haciendo de noche, así que tuvimos que evacuarlo a pie… Mi compañero y yo le dejamos ropa a la víctima, y sobre las tres de la madrugada llegamos a un refugio con congelaciones en dedos y orejas. Nos hicimos lavados de agua templada y a la mañana siguiente fuimos al hospital. Por suerte, no pasó nada».

«Es un veneno»

El subteniente ha participado en el rescate de más de 600 personas. | Cedida

P. ¿Qué es lo que le daba este trabajo que otras unidades no podían darle? Entraña muchos peligros, tiene que enganchar de algún modo… 

R. Es como un veneno. Yo quería hacer Tráfico y pensaba irme, pero fueron pasando los años e iba diciendo siempre que me iba al año siguiente. Luego empecé a hacer cursos de ascensos, iba cubriendo vacantes y me di cuenta de que mi vida estaba aquí. Muchas veces piensas en dejarlo, dices me voy, cojo la baja. Luego te das cuenta de que disfrutas. Aprendes a controlar el riesgo, aunque nunca puedes hacerlo al 100%, y vives con él.

P. ¿Y qué pasa cuando uno se jubila? 

R. Cuando te jubilas, como en mi caso, se queda un vacío, pero se rellena pensando que has hecho tu trabajo lo mejor que has podido. Ahora, disfruto de otras cosas. Por ejemplo, de la montaña, pero sin horarios y sin correr. 

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