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Alhambra: la granada de mano española por la que salivan muchos ejércitos

Surgió para atajar la alarmante cantidad de accidentes relacionados con su uso detectados en el Ejército de Tierra

Alhambra: la granada de mano española por la que salivan muchos ejércitos

Imagen de la granada.

Un arma pasa del campo de batalla a ser legendaria cuando salta a la ficción. Cualquiera que vea series, películas o participe en videojuegos podría reconocer una pistola Glock, un AK47 o un M-16. Desde hace unos pocos años existe una, hecha en España, que está traspasando esa barrera: la granada de mano Alhambra.

En la novela Muerte en Medellín, de Juan José Revenga, hay una escena donde el reportero glosa sus bondades. «¿Qué es eso?, Crow? Granadas electrónicas, lo último, amigo. Mis compadres de Gibraltar solo trabajan con esto, son las Alhambra de Instalaza, nada que ver con las MK2 que hemos usado toda la vida. Que una explota a los dos segundos, otra a los cinco, y la siguiente a los siete. ¡Cuántas veces hemos estado a punto de perder los huevos con esas porquerías! Estas explotan a los 3,5 segundos, de reloj, todas igual».

El problema y la solución

Diseñada y construida en Zaragoza por Instalaza, surgió ante una necesidad, para atajar un grave problema. A principios de siglo, el Ejército de Tierra español detectó una alarmante cantidad de accidentes relacionados con sus granadas de mano. Ya sea por estar mal fabricadas o por estar en mal estado en el momento de su utilización, aquella partida maldita de bombas de mano desencadenaron una inusual cadena de accidentes. En algunos casos, incluso algún soldado llegó a sufrir graves lesiones en incidentes muy desagradables. En estos casos, se suele correr la voz muy rápido con estas cosas, y los encargados de usarlas acabaron cogiéndoles miedo. No tenían las garantías de que no les acabaran estallando en las manos, y muchos se negaron a usarlas. 

El Ministerio de Defensa pidió a diferentes proveedores soluciones ante esta situación, y la firma aragonesa las encontró tras desarrollar una investigación de las causas. La primera es que las granadas de mano, al deflagrar, proyectaban a su alrededor las esquirlas de su cubierta de forma irregular. La metralla proyectada no siempre era controlable, con fragmentos desiguales y un radio de seguridad poco fiable. La segunda, y más grave, es que el sistema de ignición se volvía inestable con el paso del tiempo y la humedad.

Sin un correcto almacenamiento, las prestaciones programadas relacionadas con el detonador podían verse alteradas. Por defecto, en el modelo usado, solía rondar los 3,5 segundos, pero podía acortarse o directamente no funcionar. Instalaza diseñó un sistema único en el mundo —que varias firmas están intentando clonar, sin mucho éxito—, para crear la considerada mejor granada de mano existente, con una serie de soluciones que la hacen sobresalir de entre el resto.

Mecanismos avanzados

Una bomba de las que se arrojan a mano, o al menos las conocidas hasta ahora, constan de tres piezas básicas. La conforman el detonador, en el núcleo de la granada; el explosivo, que lo circunda; y la carcasa, o cobertura externa, que lo recubre todo y puede ejercer de metralla o no dependiendo de su diseño. El funcionamiento es sencillo: el operador retira la anilla de seguridad, pero contiene el accionamiento del detonador con una especie de palanca. En el momento en que la arroja, suelta esa especie de gatillo, un muelle desplaza la palanca, y se acciona el detonador; pasado el tiempo previsto, la granada explota. 

En las conocidas hasta la llegada de este diseño, el detonador era de tipo pirotécnico, una bomba dentro de una bomba. Del tamaño de una pila de radio, se le provocaba la ignición al soltar la palanca de una forma similar a la del disparo de una pistola. Un percutor la oprimía, se incendiaba, y hacía estallar la carga explosiva. Los explosivos de TNT, que es de lo que están hechos este tipo de detonadores, son muy sensibles a los cambios de temperatura y humedad.

Si no han estado almacenadas en perfectas condiciones o se las ha castigado durante su transporte, el cilindro de ignición puede degradarse. Si lo hace de forma vertical, el tiempo programado de cuatro segundos puede verse reducido y la seguridad para el usuario queda comprometida. Si el detonador se rompe de forma lateral, puede que el detonador arda, y no llegue a la carga; como resultado, la granada no explotará. 

Instalaza, con mucha experiencia en sistemas de detonación, introdujo un sistema único y exclusivo de ignición mecano-electrónica. Según el fabricante, es la más segura del mundo, y nadie tiene nada parecido, al menos de momento. En el núcleo de la granada ahora ya no hay un sistema pirotécnico, sino un mecanismo electrónico. Cuando se lanza, el muelle que dispara la palanca dispara la espoleta controlada con dos seguros. Uno es el de funcionamiento, que la activa no antes de 3,5 segundos y nunca más allá de los 4,1. El segundo es el que la desactiva, que si no ha estallado más allá de ese periodo de tiempo, la deja inerte.

Para manejar el proceso de control de tiempos, dispone de un condensador, no necesita batería ni pilas, y funciona en el 99,91% de los casos. A diferencia de la espoleta pirotécnica, sí se puede probar. Si la anterior se verificase, moriría en el momento del test; esta, al ser electrónica, se chequea en su proceso de fabricación, y una segunda vez ya montada en el armazón. La Alhambra no requiere de mantenimiento alguno y tiene una vida útil de más de diez años. 

Explosivo ambivalente

Si un soldado de infantería saca una granada es que las cosas están realmente mal a su alrededor. Es arrojar un proyectil hasta donde la fuerza de su brazo le permite, y eso es muy cerca. Esa es una de las razones por las que su uso aterra a los militares, tanto a los que las lanzan como a los que las ven volar hacia ellos. En el primer caso, los accidentes son frecuentes. A veces se ponen nerviosos y las arrojan con el seguro puesto, o golpean en elementos urbanos o forestales, que las hacen rebotar.

La Alhambra se construye en dos tipologías operativas: defensiva y ofensiva. En el primer caso, y para salvar las inconveniencias de los modelos antiguos, se rediseñó su fisonomía. Su cubierta es plástica, no metálica, y no emana de su piel la metralla, sino de su interior. Entre su carcasa externa y los 100 gramos de explosivo que contiene, hay ahora una capa de resina en la que habitan 3.500 perdigones de una aleación de acero. Disparados a una velocidad regulada y uniforme, son capaces de atravesar chalecos de kevlar en la llamada zona de muerte. Cuando una estalle, será mejor estar al menos a diez metros de distancia de la deflagración.

Cuando una granada sale volando, en buena lógica, los soldados escapan de su entorno de forma automática. Esto es lo que aprovechan las Alhambra del segundo tipo, las ofensivas. Explotan, pero sin metralla, lo que permite a sus usuarios avanzar ante el espacio que les deja abierto la deflagración. Sus operadores tan solo tienen que aguantar la detonación a sabiendas de que no saltarán esquirlas sobre ellos, y ganan unos segundos que pueden decidir el resultado de una acción en asalto a edificios, limpieza de insurgencia o rescate de rehenes. Las Alhambra se entregan en configuración defensiva, con metralla, pero se les puede retirar con facilidad la capa de balines en un sencillo paso manual.

La vida tiene un precio

El talón de Aquiles de la Alhambra es su coste. Lo mejor siempre cuesta un poco más, y en este caso es bastante más que muchos productos similares. En el mercado armamentístico hay granadas desde diez euros, pero sus características y prestaciones dejan bastante que desear y su seguridad y fiabilidad están cogidas con pinzas. Las de Instalaza tiene un coste superior, casi el doble que las convencionales, porque sus mecanismos, tecnología y capacidad son más caras. Obtienes aquello por lo que pagas, y hay quien prefiere cantidad a calidad. A día de hoy, hay media docena de países que son clientes de los maños, y hay muchos que preguntan, pero el presupuesto no les da. En la firma lo tienen claro: la compran aquellos países que se preocupan por sus soldados. 

De forma anecdótica, que el nombre de una granada lo preste el emblemático edificio andalusí, resulta casi lógico. La realidad es más mundana. Aunque ciertamente haya una conexión, la procedencia vino de unos cables y alambres que rodeaban a los primeros prototipos del artefacto. En Instalaza se sienten orgullosos de su mecanismo, aunque no es uno de los que más alegrías les dan. Ese papel les ha tocado a los lanzacohetes C-90, muy apreciados en Ucrania por su capacidad de penetración en blindajes. Entre estos últimos, y las granadas, los militares del mundo ya saben que si quieren calidad —y cuidar de su personal—, han de pasar por Zaragoza. 

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