Las secuelas de los que ayudan en la zona cero de la riada: «Esto está siendo peor que la covid»
La implicación de los voluntarios es cada vez mayor. Y eso está desencadenando un «trauma vicario» en muchos de ellos
Un grupo de voluntarios limpia barro en la 'zona cero' de la catástrofe. | EP
Ocho días después de la catástrofe, los trabajos de limpieza y rehabilitación continúan en la zona cero. Los voluntarios se calculan por decenas de miles y llegan ya de todos los rincones de España. Los que más tiempo acumulan en el epicentro de la tragedia, sin embargo, son los valencianos. La cifra es incalculable. Cada día, cada tarde, cuando tienen un hueco, ya sea desde la capital o desde otras localidades cercanas, se desplazan a Paiporta, Alfafar, Catarroja, Aldaia… para seguir luchando contra el barro y el desastre. Su implicación es cada vez mayor. Y eso está suponiendo en muchos casos secuelas emocionales. No han perdido a un familiar, un amigo, la casa o el trabajo, pero el sufrimiento es compartido y, según cuentan, es cada vez mayor según pasan los días.
Frustración, tristeza y culpabilidad son los sentimientos que sufre a diario Sandra, por ejemplo. Lleva ya una semana desplazándose para ayudar a los afectados con decenas de amigos. En conversación con THE OBJECTIVE, revela que lo que está viviendo supera con creces a lo que padeció durante la pandemia de la covid. «Lo estoy pasando fatal, está siendo muy duro. La covid no supuso un gran problema para mí, en relación al encierro. Y a mí esto me está… nos está matando a todos. Llevo muchos días con migrañas, llorando, porque ves que no se acaba, que no tiene final. Además, noto mucho entre los valencianos el sentimiento de culpabilidad. El tenernos que decir continuamente que estamos aportando algo porque creemos que no hacemos lo suficiente», explica esta valenciana.
Las redes sociales tampoco están ayudando, señala Víctor. Si bien han sido claves para ver la magnitud del desastre y movilizar a los voluntarios y las autoridades, ahora, con miles de videos y fotos de todos los voluntarios haciendo diferentes trabajos y en muchos casos, profesionalizados, «la presión es mayor». «Los primeros días estuve haciendo cajas y cargando furgones. Pero hasta que no estuve con unas botas y limpiando el barro, no sentí que hacía lo suficiente. Algo dentro de ti te dice que no lo es. Sé que es irracional, pero mentalmente es agotador», reflexiona.
Trauma vicario
Lo que le ocurre a estos y a otros muchos voluntarios, sin embargo, no es irracional. Es algo lógico y tiene nombre: trauma vicario. Un fenómeno por el que las personas experimentan los efectos emocionales y psicológicos de acontecimientos o experiencias traumáticas que no han vivido directamente, pero sí de forma indirecta. «Cargar tanto con el dolor ajeno nos quiebra, nos hace sentirnos culpables si nosotros sí tenemos cubiertas nuestras necesidades, impotentes por la situación no elegida, y a corto plazo nos dificulta volver a poner el foco en nuestras vidas», cuenta Cristina Vidal, psicóloga experta en atender a víctimas directas e indirectas de desastres naturales.
A medio plazo, cuenta a THE OBJECTIVE esta profesional, aparece la anhedonia [incapacidad para expresar placer, pérdida de interés]. la apatía, el insomnio y la clínica postraumática. Y, en estas circunstancias, las redes sociales pueden agravar el sufrimiento. «Nos permiten divulgar todo lo que ocurre, pero al mismo tiempo nos dejan demasiados expuestos y conectados al sufrimiento ajeno. También a los juicios que se vierten sobre el desastre. Esto puede generar rabia, frustración… pero lo que no debemos hacer es caer en esos discursos. En estos casos, crear espacios de apoyo y expresar la rabia, la tristeza, en definitiva, poner palabras a lo que se siente, sirve de gran ayuda».
Esta psicóloga señala que es imprescindible que quienes ayuden tengan una buena salud mental y que no se encuentren en un momento psíquicamente vulnerable. «De cualquier forma, nos va a afectar seguro porque somos humanos, pero es importante estar emocionalmente fuertes, para no dejar de ser una ayuda real y efectiva. En estos casos, en los que muchos valencianos han sido víctimas indirectas, conviene también saber poner límites y distancia para que todo esto no les cause una doble factura».
Falta de preparación
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que lo que viven estos voluntarios es algo excepcional en cuanto a que no han recibido formación para hacer frente a estos escenarios, como sí es el caso de bomberos o efectivos de emergencias. «Un profesional está entrenado a través de simulacros o de exposiciones para actuar en estos procesos, pero la población tiene muy poca formación en estas materias, y eso hace que nuestra vulnerabilidad sea mucho mayor», cuenta Clara Sevilla, experta en psicología de emergencias. «Para acudir a prestar ayuda, es importante saber a qué nos enfrentamos y dónde vamos; en el caso de estos voluntarios, han contado con muy poca información».
«El cerebro, para sentirse protegido, necesita información, y al no tenerla, la tolerancia al estrés es menor», prosigue Sevilla. Además, «no es un accidente, sino una emergencia que ha afectado a una comunidad y que ha producido un desastre, dificultando que los sistemas de respuesta funcionasen por lo que hay que hacer frente a una situación de crisis que va a caracterizarse por la desorganización y la invalidación de recursos. De querer colaborar, pero sin que pueda tener un rol definitivo, y eso nos genera indefensión, frustración…».
Con este escenario, cuenta esta experta, resulta muy fácil caer en el «pánico colectivo». Pero hay soluciones para mitigarlo. Cumplir con tres pautas: organización, comunicación y, en último término, coordinación. «Trabajar en equipo, saber que no somos los únicos que estamos interviniendo. Poner en común lo que nos preocupa, lo que no sabemos cómo gestionar y, en la medida de lo posible, estar regulados a nivel emocional: desconectar y protegerse, para poder colaborar de forma efectiva».
