Miguel, alcalde de Yátova y héroe del pueblo tras la DANA: «Dos segundos más y... muertos»
Horas después de la catástrofe, Miguel Tórtola salió con su furgoneta en busca de los vecinos que vivían más aislados
Yátova fue probablemente el único municipio valenciano en el que la respuesta tras el desastre provocado por la DANA no llegó tarde. Es más, llegó en el momento exacto. No fue del Gobierno autonómico ni del central, tampoco de ninguna oenegé o asociación. Pocas horas después de que la riada anegara campos, destrozase caminos y carreteras y dejase aisladas a decenas de familias en el pueblo, su alcalde, Miguel Tórtola, salió en su búsqueda. Solo. Sin más ayuda que la de su furgoneta y el claxon, que hacía sonar una y otra vez en busca de alguna señal de auxilio, hizo lo imposible. Apenas recuerda cómo sobrepasó el asfalto lleno de socavones ni los puentes que, directamente, ya no cruzaban a ninguna parte, pero obró el milagro. «Yo hacía lo que podía, me tiraba por la mañana, gritaba, pitaba… hasta que me contestaban y veían que estaba todo bien», recuerda Tórtola, en una entrevista con THE OBJECTIVE.
Así, a golpe de bocina y de griterío, el primer edil llegó hasta Eli, Leon y su hijo pequeño. Estaban atrapados desde hacía 24 horas y habían rozado por segundos la muerte. Ubicados en una casa de una zona elevada del barranco del Collado de Uman, en pleno bosque, el agua comenzó a rodearles por todas partes. Cogieron el coche e intentaron huir pensando que la riada solo afectaba a esa zona. Unos metros más adelante, un desprendimiento de tierra les cortó el camino. «Dos segundos más tarde y habríamos muerto», cuentan. Bloqueados, dieron marcha atrás y se encerraron en casa. Sin luz, sin cobertura y sin la posibilidad de pedir ayuda. Hasta que el alcalde apareció para que pudiesen salir.
Entonces, eran las 15:00 horas del 30 de octubre. Apenas habían pasado 24 horas del desastre. Miguel había preparado con su equipo una lista de posibles personas desaparecidas, todas ellas ubicadas en viviendas aisladas de este municipio de 2.200 habitantes, uno de los más extensos en territorio, con casi 400 kilómetros de caminos, hoy en su mayoría destruidos. La tarea no era fácil. Tórtola había ido tachando nombres de la lista, pero le faltaban, creía, cuatro. Dos turcos y dos holandeses que se habían mudado recientemente al pueblo. Ni siquiera los conocía, pero le indicaron donde tenían la casa y salió hacia allí. Tardó cuatro horas en dar con ellos. Se había dado por vencido, pero escuchó sus gritos. «En realidad éramos dos turcos de Holanda», le responde, riendo, Eli Cohen.
«Al pie del cañón»
«Me dijeron primero un sitio y claro, no los encontraba, me decía no puede ser, y ya de noche, a punto de darme por vencido, subí para el monte como pude y los escuché. Y ya me contaron que eran solo dos y un niño», explica el primer edil. Ambos se echan a reír. «¿Te acuerdas?», se dicen entre ellos, un mes después de la tragedia. Una vez allí, sin embargo, la cosa se complicó para que pudieran salir. El barranco había segado el camino de acceso y, por si fuera poco, con las rocas arrastradas se había creado un auténtico lago frente a ellos. «Automáticamente, cogieron una excavadora y otra máquina, y les abrieron un camino, tras quitar toda el agua. Después, sacamos toda la tierra que casi les cae encima», cuenta.
Resulta complicado creer que hubiese ayuda disponible para estos vecinos, cuando, a unos 50 kilómetros de distancia, en la zona cero de la catástrofe apenas habían llegado autoridades y emergencias. Eli y Leon tuvieron suerte. Al día siguiente, el mando de coordinación requirió las dos máquinas que habían utilizado para los afectados de la zona de Paiporta. «Estuvimos al pie del cañón desde el minuto cero. No solo yo, también empleados del ayuntamiento, concejales… Hicimos lo que teníamos que hacer para asegurarnos de que todos los nuestros estaban bien. Por suerte, aquí no hemos tenido víctimas mortales».
Un aviso de 24 horas en Yátova
Antes de llegar hasta esta familia holandesa, afincada en la zona desde hace cuatro meses, el alcalde de Yátova había dado ya, en cuestión de horas, con los vecinos más alejados del núcleo urbano y más expuestos a las riadas. Un matrimonio de ancianos uruguayos a los que su familia trataba de contactar sin éxito; una pareja de ingleses, una joven que vivía justo al lado del río en una caravana… «El caso de esta mujer era el que más temíamos, pero, por suerte, vio venir todo esto y salió del margen del arroyo. Hace unos días, fuimos a abrirle también un camino para que pudiese entrar. Al ver como estaba todo, con restos de cascos, trozos de coches, me esperaba lo peor, que estuviesen muertos», cuenta el primer edil.
En cualquier caso, Miguel no solo se volcó con sus locales después de la riada, sino que un día antes ya advirtió del peligro a todos los vecinos. El 28 de octubre, el Ayuntamiento decidió suspender las clases, se dieron alertas con megafonía para que la gente no saliese de casa ni circulase en zonas próximas a los barrancos e incluso se pusieron señalizaciones en las vías de acceso. Aunque la previsión nunca fue que pudiesen llegar a caer 400 litros por metro cuadrado y que los barrancos arrasasen con el 70% de todo el terreno, carreteras y caminos, ese aviso, tal vez, sí salvó vidas. «Ahora es todo de piedra. Han caído trozos gigantes que ni siquiera sabes de dónde han llegado. El pasaje ha cambiado por completo, esto ha hecho muchísimo daño».
«Fueron momentos de pánico»
Así es como está, precisamente, el acceso a la vivienda de Eli y Leon Cohen. Resulta difícil de comprender la dimisión del desastre cuando, cuatro semanas después, el escenario apenas ha cambiado. Este holandés cuenta que «vivieron momentos de absoluto pánico». «Estábamos en casa trabajando cuando, de repente, empezó a llover muy fuerte y después se escuchó un ruido muy fuerte. Y pensamos que eso no era normal. Salimos fuera y vimos como de repente se formaba una piscina debajo de nuestra casa, mientras la tierra se desprendía. Pensamos en buscar ayuda, pero no había cobertura. Se escuchaban gritos, teníamos miedo… Así que cogimos el coche para salir rápido, pero la tierra nos cortó el paso dos segundos antes de atravesar el camino», relata a este periódico.
Estuvieron atrapados durante casi 24 horas hasta que el alcalde los alcanzó. Después, Miguel movilizó todos los recursos disponibles para ayudarlos; crear de la nada un camino nuevo para estos vecinos y proporcionarles todo lo que necesitasen: productos básicos y alimentos. «Sentimos mucho miedo e impotencia porque no hablábamos español, no podíamos ir a ningún sitio, no veíamos las noticias… Solo cuando vimos las muertes de Chiva (Valencia) fuimos conscientes de la catástrofe. Pensábamos que solo había sido nuestra zona», cuenta este holandés.
Para los vecinos, dice Eli Cohen, el trabajo del alcalde ha marcado un antes y un después. «Miguel nos ayudó de forma rápida a todos, hizo que no decayésemos, que nadie entrara en pánico. Llamó y se preocupó por todo el mundo en todo momento, y eso nos dio esperanza, confianza en el futuro en un momento en el que ni el Gobierno autonómico ni central ayudaba. Nos ha hecho confiar muchísimo en el gobierno local. Aunque es pequeño, lo cierto es que el Ayuntamiento y su personal hicieron cosas gigantes en tiempo récord. Nos ayudaron, vinieron a casa, entendieron todos los problemas, nos trajeron comida… Fue sencillamente increíble, siempre estaremos agradecidos».